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María Negroni
Rosario, Argentina (1971)

de “La anunciación” (Seix Barral, 2017) 

Escribir, Humboldt, se parece tanto a la plenitud. Vas para un lado, y nada. Vas para el otro, y nada también. Tanto esfuerzo para quedarte, al final, con las miguitas de nada.

Ahora mismo, sin ir más lejos, todo lo que registra esta página, vos por ejemplo, me abandona y entonces es como si cada línea, cada palabra, fuera una gran despedida, una horrenda ceremonia que dice, a lo sumo, aquí hubo alguien, y yo no sé quién es es ese alguien, ni cuándo desapareció, ni de dónde.

 ¿Cómo explicarte? Cuando uno escribe, decora el dolor, le pone plantitas, fotos, manteles y se queda a vivir allí muy tranquilo, confiando en que nada puede ser peor porque, en realidad, si dolió tanto ¿Cómo podría doler más?

Es como no tener miedo porque se está asustado.

Uno cree en lo que escribió y un día, con total frescura, dice: He aquí mi vida. Yo construí este castillo y me encerré, y ahora no soy más que mis pasos por las escaleras y los parapetos y las criptas y las rajaduras de este sitio estrellado, tan lleno de esas presencias tangibles que yo misma inventé para asustarme (vos fuiste uno de mis fantasmas).

Todo es enteramente real, Humboldt, ¿Y de qué sirve? Cuando te querés acordar, tenés que decir Adiós cosas, ya no usaré paraguas, no conmoveré más a nadie con la pequeña música nocturna que fue la noche en mí como estación obrera.

Extraño tu calorcito en la cama. No, no te voy a reemplazar con una bolsa de agua caliente.

¿A qué no sabés que hice hoy?

Me compré un vestido azul, muy entallado y sin breteles, en la Vía del Pánico.

La vendedora dijo “Los árboles florecen después del invierno, también usted florecerá, le sienta verdaderamente bien, no se olvide de florecer”.

Fue entonces cuando pensé ¿Y si lo odiara?

Es importante tener a quien odiar, vos mismo me lo enseñaste. Tengo que hacer un esfuerzo. No sé cómo empezar. Cualquier cosa, me digo, mejor que lo de ahora. Pero ¿Qué es lo de ahora? Lo de ahora es estar ligados para siempre, pretendiendo ignorar lo que sabemos. Por ejemplo: que en eso que llamabas nuestro adentro, había otro adentro, en el que yo no entraba. Años alzando tus paredes y todo se volvió putrefacto. Hasta que el pecho se te empezó a abombar como si fuera una coraza para esconder otras vidas. Nunca me gustó la forma de tu pecho, Humboldt. Quién me ba a decir que con vos -nada menos- iba a precisar un detector de mentiras.

Sé lo que vas a decir: Te sale el veneno por la boca, estás loca, nunca ocurrió lo que ocurrió, te amo tanto. Ah, Humboldt, el miedo, como a mí, te hace decir barbaridades.

El otro día me desperté de un sueño con la palabra bat. No sé por qué pensé en los goles del Mundial. La gente con los bombos, las banderas, los camiones avanzando por la avenida Pavón.

¿Se puede jugar al futbol en un país ensangrentado? ¿Se puede gritar Goooool como quien dice Aplausos para los asesinos?

El pueblo nunca se equivoca, decíamos. La historia de los parquets y el asado. El viejo andando en moto con las chicas de la UES. Puras goriladas. ¡Viva Perón, carajo!

Pero eso yo lo viví con mis propios ojos.

Nadie recordó Garage Olimpo, muchísimo menos tu cuerpo

Es terrible vivir haciéndose la muerta.

Ahora mismo, en Roma, a la deriva. Subo por el Tíber sucio y amarillo y me dirijo a ningún lado. He conseguido una simulación perfecta del naufragio. Dejo atrás los puentes, las motos, los pensamientos que alguien, acaso pensó por mí. Y eso, y Roma, y la gran notte italiana es todo lo que tendré para nunca en la repartición de bienes simbólicos.

He perdido mi nombre. He perdido mis nombres. De la desesperación, de la masacre, me quedó el círculo de ciertas letras, una maravilla inconsolable.

Ninguna sabiduría. Ninguna salvación. Apenas un desierto sin historia donde nada representa nada. Algo así.

Las preguntas me dan respiro ¿No peleábamos por una causa justa? ¿No queríamos un mundo menos carcelario? ¿Por qué yo me salvé y vos no? ¿Es verdad que me salvé o soy apenas un cadáver que habla solo por las calles, vomitando cosas que a nadie le importan? ¿No conocí el placer y por eso tomé las armas como si dedicara un libro obsceno a una criatura sola y desamparada, yo misma? ¿No tener futuro es una gracia? ¿Estaré viva el 11 de marzo del 2033?.

Debo insistir en el odio. Un odio que no se tiña de deseo. Tengo que verte, pedacito por pedacito, a la luz de todos tus rostros. A lo mejor así me curo de tu deserción masiva de mi cuerpo.

Hoy es domingo. Llueve. En minutos atenderé el teléfono.

¡Qué delicia escribir trivialidades!

Santiago Loza
Córdoba, Argentina (1971)

de “El mar del noche” (en Obra Dispersa. Editorial Entropía, 2017)

“La memoria sonora es la última que se pierde. Cuando una mente se apaga lo último que recuerda son los sonidos escuchados. Eso dicen, nunca lo comprobé, no todavía. Por eso mi terror de que se incruste mi voz taladro en tu memoria, no te merecés mi aturdimiento. Yo abandono la memoria y vos comenzás a construirla. Podés excluirme, todavía tenés tiempo de anularme.

(…) Estoy atravesado como esos cubos plateados de los magos, con los sables mentirosos. Igual, pero con sufrimiento y sin truco ni retorno. No te vayas. Necesito que contemples el daño. 

Es necesario que tengamos un final. ¿No vas a venir? Estoy esperando tu llegada que no sucederá. 

¿Es así?

Me lo podrías haber dicho, hubiera sido más simple. A veces necesito que me digan las cosas elementales. Porque tardo en comprender lo simple. Me podrías haber dicho: no voy a viajar con vos. Es más, me podrías haber dicho: Ya no quiero verte más. 

Necesito aire. Tiempo, distancia. Esas cosas que se dicen como pretexto por el hastío. Me lo podrías haber dicho y hubiera sido más simple. Tendrías que haber tenido la valentía de pronunciar la rotura. La destrucción se debe nombrar para que ocurra, sino hay una nebulosa donde se diluyen las cosas de manera lenta. Se funden como el metal en una sopa de fuego.

Yo he dicho “angustia”. Le di un nombre a la cosa. Me fijé a una palabra. Lo hago para no diluirme”.

Constanza Michelson
Viña del mar, Chile (1978)

del capítulo “Quien canta, su mal espanta” (en El oficio de vivir, 2022. Podcast de Constanza Michelson disponible en Spotify: https://open.spotify.com/episode/51tCqrx8HHPywQflGNRSYp?si=02c986d9521f4018)

¿Qué te pasa? Intentaré ser concisa. 

Hay algo universal en el pesar. 

Tu árbol en la noche del insomnio no te pertenece y te asusta. Como un vestigio, el árbol se yergue como evidencia de la vida contra sí misma. 

Si lo actual se triza producto de una catástrofe (exterior o interior, que a veces es lo mismo) se raja un velo de la realidad, y es posible intuir lo ominoso e impensado. Retorna lo reprimido. El desastre de la historia. La tuya. Es como si el pasado viniera a cobrar las cuentas, sobre todo a las ideas de soberanía y progreso.

Cortocircuito del presente. Irrumpen todas las edades del mundo vueltas una pila de escombros, y el burdel de nuestras fantasías útiles colapsa. 

Estas parada en un exterior inaudito. En la soledad de una experiencia intransmisible. 

La distancia en la cama es rotunda. La experiencia puede ser psiquiátrica, mística, terrorífica. La tesitura es personal. 

Solo sabes que la mediocridad de las medidas recomendadas en tu tiempo, no está a la altura de esta interrupción del presente. 

Pero a no exagerar: si te pierdes, canta. Ahí tienes un ritmo. 

Leí esto: “perder el ritmo es como saber las notas de la canción pero no ser capaz del placer de canturrear”. Por alguna razón confiamos más en saber las notas. Se nos ocurrió que saber sobre las medidas de las cosas  era un medio adecuado para dominar el mundo.

Pero la angustia es la señal de que en lo esencial, no dominamos nada. 

Lxs niñxs cuando tiene miedo, a veces se tranquilizan cantando. Como los rituales y mantras, el canto es un retorno que orienta en el caos y da la sensación de familiaridad.

El hogar no preexiste. Se hace.

Es como trazar un círculo, escriben Deleauze y Guattari. Un ´círculo es una especie de barrera contra el caos. Podemos salir y volver a entrar para no disgregarnos.

Una canción, es un hilo para retornar, pero distinto a la nostalgia que busca el primer hogar.

Porque al círculo, no hay para qué volver por las antiguas entradas. Se pueden crear otras.

La canción  es un ritornello, es decir: un pequeño retorno. Es el coro al que se vuelven las melodías. 

Si es un pequeño retorno, es porque no se vuelve a lo idéntico. Sino que es posible regresar, bajo la potencia de lo diferente. ¡Basta de buscar el origen perdido!

Ritornello en la existencia pueden ser los hitos, piedras y huellas que nos ubican, pero no atan. Son hilos para andar. Como un movimiento cuya inteligencia desmonta la repetición. Eso puede llamarse “ritmo”. 

El paso de un medio a otro. De la noche al día. De lo inorgánico a lo orgánico. De una pérdida pasar a otra cosa.