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Carlos Hector Trejos Reyes
Colombia, Riosucio (1969-1999)

Señor Rimbaud

Le doy la razón.
Preferible cazar elefantes
A cazar palabras,
Ir en busca de palabras,
Es como ir en busca de fantasmas.
Dispararles, es dispararle a sombras
Y sucede muchas veces,
Que la nuestra se atraviesa
Y quien recibe todos los impactos
Es nuestro propio cuerpo.
Africa no está lejos
Pastan más lejos los sueños
Y de esa larga correría,
Nada se trae útil, ni un trofeo.
Es más valioso el marfil.
No me volveré a armar
Contra los espejos oscuros de la poesía,
No me volveré a enfrentar contra mí mismo.
Preferible, hundirse sobrio
Con armas y pieles
En un mal negocio.

Agencia de olvidos

Lo que la muerte ha olvidado
A su paso, yo lo escribo
Y lo anuncio en voz alta
Para que vuelva y no deje nada.
He abierto y he llenado varios libros
Con sus olvidos.
Las cuentas son muy claras.
Cada día apunto lo que ha dejado atrás
Por andar a las carreras.
Así conmigo, cuando me veo en el espejo,

De inmediato me incluyo.
Soy a quien más olvida.

Memoria ajena

Cuando espesan los recuerdos
Y no fluyen tan fácil por la mente
(Por cosas del tiempo) parece que
Se ha perdido la vida.
A un nuevo despertar nos vemos abocados.
No hemos hecho nada.
Debemos arrancar de cero:
Este el primer paso,
Esta la primera palabra.
No sé si amé, si fui derrotado.
No conozco rostros, ni el mío propio.
Quién olvidó tan rápido mis actos anteriores.
Quién borra el pizarrón mientras doy la espalda.
Nada nos acompaña hasta el final,
Sólo actuamos para otra memoria,
Otro recopila lo mejor de nosotros
Y tapa los rastros
Para que no volvamos atrás.

Estela Figueroa
Santa Fe, Argentina (1946 - 2022)

A Manuel Inchauspe, en el hospicio

Las nuestras, mi amigo,
son obras pequeñas.
Escritas en la intimidad
y como con vergüenza.
Nada de tonos altos.
Nos parecemos a la ciudad
donde vivimos.
Perdiste tus últimos poemas
y yo casi no escribo.
De allí
esos largos silencios
en nuestras conversaciones

 

“Y llegues al atardecer a una oscura morada”

De aquel brazo enorme que empujaba el columpio
y de la niña allí sentada
¿qué?

Yo soñaba –ah vértigo, padre-
que iba a saltar expulsada

hacía las cimas de las grevileas
nevadas de luna
¿y qué?
Otros brazos me empujaron después.
Me ahogaron me sostuvieron
me hicieron soñar me alejaron…
Y a los cuarenta años es otra vez el parque.
Las grevileas ya no son tan altas.
La luna no da tanta luz
El columpio vacío apenas se mueve en el viento.
Pero tu brazo flaco aún me empuja.
Sólo que ahora es hacia una “oscura morada”
donde una vieja me espera.

 

*

¿Terminaré como Celine
muriendo solitaria
rodeada de diecisiete gatos?
¿Será en lo único en lo que nos pareceremos?
¡ay, estrella de la suerte
no caigas tan lejos de mí!

Marosa di Giorgio
Salto, Uruguay (1934-2004)

Abuela 

Desde que te fuiste
siento que me llaman desde el trasmundo.
Sé que prendes lamparillas para mí
y haces rodar planetas silenciosos
por las casuarinas.
Anoche me desveló tu cabellera
golpeándome en la cara
como un viento largo,
liquen gigante, musgo crecido, lluvia de algas,
y me eché a ambular
por las habitaciones donde tú andabas,
tras de tu menudo azúcar fragante,
tu sabor de higos.
Yo no sé
hacia qué aire mirar, hacia qué cementerio;
lejos, en el campo, veo amarillear tu nombre,
cerca, entre las altas yerbas azules,
sé que un gran corazón ha partido su almendrario
y acuden pájaros ansiosos,
entre las altas yerbas, oh, muerta deliciosa,
te descompones en siete aromas, en siete colores,
voy a probar de ti.
Cadáver errante,
vas con las lejanas espigas mirando el cielo
y estremeces levemente las caderas
cuando llegan a poseerte los diablos del campo
y se caen higos de tus senos entreabiertos
y multiplicas moscas de alabastro;
y para mis secretas navidades
envías mariposas con extraños sellos,
mariposas fechadas en la muerte,
y postales ricas, espesas, casi comestibles,
con gusto a almendra,
postales que yo muerdo.
Yo no sé qué tierra mirar,
hacia qué aire,
pero conozco el sabor de tus huesos.
Dios, para entretenerse, te entrega sus cabras
de largas cabelleras azules,
y te envuelve en su propia cabellera,
larga y celeste y perfumada,
todo de glicinas.
Y tú te regocijas en Dios,
pero, no te olvidas de mí, y me nombras, y me sigues
/queriendo más que a nadie,
y en cierto modo me llevas allá
y juegas conmigo como con una muñeca.
Anoche te seguía por las oscuras habitaciones,
y vi que te desnudabas;
en la esquina de los roperos y las cómodas,
vi que te cambiabas de alas y de flores.
Sellas lo que yo purebo,
reconozco tu azúcar,
me miran desde el agua
tus ojos de higo, de manzana.
Retrato errante,
furtiva gacela, te vas,
y vuelves, gacela inexorable,
a buscar tu cena,
tu ración de jazmines.
Alta madre,
vieja novia,
abuela, abuela
has inaugurado mi nombre,
hondo,
lejos,
en un paisaje de huesos y planetas.

Elise Nada Cowen
Nueva York, Estados Unidos (1933-1962)

Sentada 

Sentada contigo en la cocina 
conversamos de todo 
y te amo bebiendo té. 
“Eso” es la palabra perfecta, 
regia y hermosa. ¡Oh, 
cuánto deseo, aquí mismo, tu cuerpo, 
con o sin poemas barbudos! 

Muerte, ya llego 

Muerte, ya llego 
Espérame. 
Sé que estarás 
En la estación de metro 
Cargado de botas de agua, chubasquero, paraguas, pañuelo 
Y una respuesta sencilla 
Para cada significado. 
Institución incorruptible 
Atenta aguafiestas de huellas dactilares 
Escucha su afirmación 
“Hay una salida entre las coles blancas”.

Mary Oliver
Ohio, Estados Unidos (1935-2019)

A la mañana temprano, mi cumpleaños 

Los caracoles se mueven entre las campanillas 
sobre el trineo rosado de su cuerpo. 
La araña duerme entre los pulgares rojos 
de las frambuesas. 
¿Qué voy a hacer, qué voy a hacer? 
La lluvia es lenta. 
Bajo ella los pajaritos reviven. 
Hasta los escarabajos. 
Las hojas verdes la beben a lengüetazos. 
¿Qué voy a hacer, qué voy a hacer? 
La avispa se sienta en el porche de su castillo de papel. 
La garza azul sale de las nubes flotando. 
El pez salta, todo arco iris y boca, del agua oscura. 
Esta mañana los lirios de agua no son menos hermosos, creo, 
que los lirios de Monet. 
Y yo no quiero más ser útil, ser dócil, 
guiar 
a los chicos desde los campos hasta el texto 
de la civilidad, enseñarles que son (no son) mejores 
que el pasto.

 

La mariposa negra

La oruga
interesante pero no precisamente hermosa
se retorcía entre las hojas de perejil
comiendo, siempre comiendo. De pronto
una noche se había ido y en su lugar
una prisión, pequeña y verde, colgaba entre dos hilos de seda
en un tallo de la planta. Creo que no se llevó nada consigo
excepto fe, y paciencia. Después una mañana
se transformó en el más hermoso de los seres vivos.

 

Ahora llegó el intenso frío azul

Ahora llega el intenso frío azul
y qué más puedo decir sino esto: algún
pájaro en el árbol de mi corazón
está cantando.

El mismo corazón que hasta ayer
era un cuarto cerrado sin sueños.

¿No es increíble? -el viento frío y
la primavera en el corazón, inexplicable.
Niña querida. Llave maestra.

Natalia Ginzburg
Roma, Italia (1916-1991)

de Léxico familiar (1963)

Me llamo Natalia Ginzburg.
Mi padre, Beppino, ama la ciencia y la naturaleza.
Lidia, mi madre, disfruta en cambio con «el placer de narrar». Tengo tres hermanos y una hermana. Vivirán lejos y me bastará la ficción para saber qué les ocurre. Cumpliré con los ritos: nacer, crecer, reproducirme. Algún día moriré. También escribiré libros. Quizá, incluso, plante el cerezo de aquella primavera triste de Pavese.
Oigo el ruido de los huesos arrojados contra la pared. Es la voz de todos los que me formaron: una abuela que amaba el orden, Natalina, la fiel, Leone 
Ginzburg, mi marido, en los tiempos en que yo aún me llamaba Natalia Levi, y tantos otros.
Me llamo Natalia Ginzburg: soy aquellos que fueron antes de mí.
Yo no soy Natalia Ginzburg… No me pertenece la voz que parlotea sobre juegos, costumbres o huidas, así que hablaré desde lejos de su escritura prodigiosa, de esa manera de narrar que convierte lo íntimo y lo cotidiano en una experiencia común, compartida por quienes la leen.  Con la experiencia de su propia tragedia —la de una familia herida por la dictadura y por la guerra—, Ginzburg logra el milagro de la identificación.