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Federico García Lorca
Fuente Vaqueros, España (1898 - 1936)
La monja gitana
Silencio de cal y mirto.
Malvas en las hierbas finas.
La monja borda alhelíes
sobre una tela pajiza.
Vuelan en la araña gris,
siete pájaros del prisma.
La iglesia gruñe a lo lejos
como un oso panza arriba.
¡Qué bien borda! ¡Con qué gracia!
Sobre tela pajiza
ella quisiera bordar
flores de su fantasía.
¡Qué girasol! ¡Qué magnolia
de lentejuelas y cintas!
¡Qué azafranes y qué lunas,
en el mantel de la misa!
Cinco toronjas se endulzan
en la cercana cocina.
Las cinco llagas de Cristo
cortadas en Almería.
Por los ojos de la monja
galopan dos caballistas.
Un rumor ultimo y sordo
le despega la camisa,
y, al mirar nubes y montes
en la yertas lejanías,
se quiebra su corazón
de azúcar y yerbaluisa.
¡Oh!, qué llanura empinada
con veinte soles arriba.
¡Qué ríos puestos de pie
vislumbra su fantasía!
Pero sigue con sus flores,
mientras que de pie, en la brisa,
la luz juega al ajedrez
alto de celosía.
Isidoro Blaisten
Concordia, Entre Ríos (1933 - 2004)
Las cosas que nunca nadie me explicó
Ésta es la historia de las cosas que nunca nadie me explicó. Empieza en la escuela primaria cuando cantábamos en coro “Feguasoma, ya sus rayos iluminan el histórico convento…”. Cantábamos con ge, cantábamos con efe, cantábamos todo junto: “Feguoasoma”. Lo de “Febo asoma” fue una revelación posterior, cuando la magia ya estaba rota. Pero por esa época yo, como tantos, como todos, confundía abeja con oveja y me imaginaba el panal de miel pegoteado de vellos de lana. Yo, como todos, vivía sumido en hondas cavilaciones mustias, atormentado por graves interrogantes. Por ejemplo: me paraba frente a las vidrieras que tenían la inscripción BLANCO Y MANTELERÍA, pero los manteles no eran blancos, eran de colores; y algunos eran a cuadros. Entendí que toda mi vida estaría marcada por una angustia permanente.
Sentía, sentí, que había algo que nunca nadie me iba a explicar. Me paraba frente a las vidrieras de las tapicerías y leía: ALMOHADAS, ALMOHADONES, COLCHONES, PLUMAS Y DUVET. Tenía, o creía tener, la perfecta, definida e inequívoca noción de lo que eran las almohadas, los almohadones, los colchones y las plumas, pero nunca llegué a saber que era el duvet, o la duvet, o diuvét, como lo pronunciaba la tía Fermina. Todavía a los cincuenta y nueve años no lo sé.
Mariano Blatt
Buenos Aires, Argentina (1983)
Las cerezas
bajé a comprar
cervezas y cerezas
pero en el camino
me comí las cerezas
me tomé la cerveza
y ahora
como que me duele la cabeza.
entré en silencio
a lo mejor dormías
recostado en el sillón
desnudo
o apenas tapado. pensé
que si entraba en silencio
no despertarías
entonces yo
mi dolor de cabeza escondería pero
para mi sorpresa
cuando entré no dormías no
cuando entré
me dolías.
miraste las bolsas
“acá no hay cerveza, no hay cerezas
y vos tenés cara
de que te duele la cabeza” dijiste
parado desnudo
contra la cocina
donde cocinabas
jamón cocido.
te pedí disculpas
no me las diste
te pedí la hora
eran las nueve. volviste a la cocina
desnudo
para ver cómo estaba
el jamón cocido para ver
qué pasaba
si no me hablabas.
me quedé en el cuarto
con bolsas vacías en las manos
la mirada perdida
en la tele prendida
por plata alguien jugaba al fútbol.
desnudo
volviste de la cocina
me abrazaste
y me dijiste
“el jamón cocido
ya está”.
en la boca
te di un beso
te pedí disculpas
no me las diste
te pedí la hora
eran las nueve
y diez. bajamos juntos
a comprar cerveza
a comprar cervezas.
yo me tomé la cerveza vos
te comiste las cerezas.
te pedí disculpas
no me las diste
te besé en la boca y mi beso tuvo
el sabor amargo de la cerveza
y el tuyo
el sabor dulce de las cervezas.
José Sbarra
Buenos Aires, Argentina (1950 - 1996)
Sin título
De todo lo que conocí quiero más
más nieve, más fuego
más sexo, más calma
de toda la locura quiero más
y de toda la pureza quiero más
más honor y más deshonra
más virtud y más bajeza
de todo lo que amé quiero más
de lo que aún no he probado quiero más
de todos los excesos quiero más
más dolor
más placer
quiero más
y cuando me muera
como una ráfaga y como una súplica
saldrá de mi boca la palabra más.
Osvaldo Bossi
Buenos Aires, Argentina (1960)
Del libro Yo soy aquel
Está acostado sobre la tierra, en un lugar donde el pasto ralea, boca abajo. No habla, no respira. Escucha el ruido que hacen las rodillas de Titi al agacharse. Escucha el viento. Piensa: “Todo esto es un sueño. En realidad, yo no estoy aquí…” El otro se acerca. “Es como un sueño, un sueño”, se dice.