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Federico García Lorca
Fuente Vaqueros, España (1898-1936)

La leyenda del tiempo 

 

El sueño va sobre el tiempo
flotando como un velero.
Nadie puede abrir semillas 
en el corazón del sueño.

¡Ay, cómo canta el alba, cómo canta!
¡Qué témpanos de hielo azul levanta!

El tiempo va sobre el sueño
hundido hasta los cabellos.
Ayer y mañana comen
oscuras flores de duelo.

¡Ay, cómo canta la noche, cómo canta!
¡Qué espesura de anémonas levanta!

Sobre la misma columna,
abrazados sueño y tiempo,
cruza el gemido del niño,
la lengua rota del viejo.

¡Ay, cómo canta el alba, cómo canta!
¡Qué espesura de anémonas levanta!

Y si el sueño finge muros
en la llanura del tiempo,
el tiempo le hace creer
que nace en aquel momento.

¡Ay, cómo canta la noche, cómo canta!
¡Qué témpanos de hielo azul levanta!

Claudia Rankine
Kingstone, Jamaica (1963)

de Citizen: an American lyric, 2014

La nueva terapeuta es especialista en consejería terapéutica para víctimas de traumas. Solo has hablado con ella por teléfono. En el jardín de su casa hay una verja lateral que da a una puerta trasera que usan los pacientes. Vas por el camino, que discurre entre plantas de romero y lenguas de ciervo, hasta llegar a la verja, que resulta estar cerrada con llave.

En la puerta principal hay un pequeño timbre en forma de disco, que pulsas con firmeza. Cuando finalmente la puerta se abre, la mujer que sale grita con todas sus fuerzas: “!Fuera de mi casa! ¿Qué haces en mi jardín?” 

Es como si de repente un perro pastor alemán o un doberman malherido se pusieran a hablar. Y aunque te alejas algunos pasos, te las arreglas para decirles que tienes una cita. “¿Tienes una cita?”, te vocifera entre espumarajos. Entonces se para. Todo se para. “Oh”, dice, seguido de un “oh, sí, es cierto. Lo siento”.

Lo siento muchísimo, muchísimo, de veras.

Charles Simic
Belgrado, Serbia (1938-2023)

Fui secuestrado por los gitanos. Mis padres me
rescataron. Luego los gitanos volvieron a secuestrarme.
Esto duró un tiempo. Un minuto estaba en la 
caravana, mamando de la oscura teta de mi nueva
madre, y al minuto siguiente estaba sentado a la mesa
imperial del comedor, tomando mi desayuno con una 
cuchara de plata.
Era el primer día de primavera. Uno de mis 
padres cantaba en la tina; el otro pintaba un gorrión
vivo con los colores de un pájaro tropical.

Antonio Porchia
Conflenti, Italia (1885-1968)

Un poco de ingenuidad nunca se aparta de mí. Y es ella la que me protege.