COSTERO DEL ABANDONO
I
Entonces conocí las playas
y me hizo sentido la fascinación
colectiva por el mar,
recordé las calles,
entendí a quienes las observaban
como si estuvieran a punto de quebrarse.
Entonces recorrí las playas por la noche
y creí escuchar a mi vecino llorando,
pensé que alguien me llamaba,
pero eran olas
como silbidos en el horizonte.
Algún día el mar llegará hasta Cerro Navia
y podremos salir abuela a ver la costa
a solo unas cuadras de la casa
donde alguna vez compramos el pan.
Puedo ver a mi primo que se ahoga,
puedo ver que intentan rescatarlo,
puedo ver algunos perros alejarse,
nosotros no hacemos nada
sabemos que pronto llegará nuestro turno.
II
A lo lejos el mar parece que sonríe,
mi antigua escuela es ahora una playa,
mi ropa está húmeda y no encuentro mis cosas,
los tiburones se burlan de nosotros,
no todos los recuerdos flotan en la espuma.
III
Ladran los catorce perros de la hondonada
y me recuerdan a cuando fuimos a buscar
la primera de las casas, y ahí estaba el Terry,
babeando, ciego, mientras olfateaba el pasto.
IV
El mar avanzó hasta Santiago,
al principio nos pareció novedoso,
nadamos y jugamos en las neo-playas,
encontramos columpios bajo el mar.
Pensé que todo volvería a la normalidad,
pero terminamos moviéndonos a los cerros,
me encontré a un amigo de la infancia,
lloró cuando hablamos de la muerte,
dijo que era mejor buscar un edificio
y pasar ahí los últimos días,
me pareció buena idea,
pero no me atreví a acompañarlo.
Pude ver su espalda mientras nadaba,
dos días después nos rescataron.
V
No quedábamos más de veinte,
supongo que en otros cerros
hay otros refugiados.
A ratos duermo y eso me alivia,
por momentos se me olvida el cansancio,
sueño que tiburones atacan mi pueblo,
costero del abandono.