DIARIO DEL ENCUENTRO CON MI CUERPO
I
Desde que iniciamos el tratamiento
un zumbido en mi oído izquierdo
me acompaña.
¿Qué quieren decir mis órganos
cuando laten
gritan
memorias
del dolor?
II
Entre el terror y mi cuerpo
hay letras, agua clara
que fluye entre las piedras.
Entre el terror y mi cuerpo
hay lirios blancos y amarillos
Esta mañana siento el calor del sol
sobre mi piel y pienso en viajar hacia algún
pueblo desconocido.
Entre el terror y mi cuerpo
hay amigas, madres,
pañuelos blancos y verdes
rituales que transforman
el dolor en amor.
III
De vos aprendí esto:
Ordenar la casa, la ropa
los libros.
ordenar el afuera, para que el adentro
sea más soportable,
para que se acomode el corazón.
IV
Al fin y al cabo, pienso:
Estamos haciendo esto juntos.
Nos une el deseo
esa línea de expansión
hacia el infinito.
MATE DE LOZA BLANCA
con flores amarillas
y hojas verdes
estampadas, en el blanco
de la loza, el jardín
de tu casa
un pueblo quieto
no pasa nada
Solo una luz anaranjada
a las seis de la tarde
y nubes desparramadas
en el cielo, detrás
del gallinero.
A la sombra de un álamo
en el patio de tu casa
subías y bajabas
por una escalera
de madera seca
y roída.
Te cebaba un mate
en tu taza de loza,
hacías una pausa.
Usabas un chaleco tejido
marrón y una boina azul.
Subías a sacar frutos
de la higuera. Tu voz
hilo liviano y luminoso
A los higos se les saca con cuidado
ese jugo silvestre
que no sirve para hacer el dulce. Y si no
quedan amargos
Subías y bajabas
la escalera
de madera seca
y roída por el tiempo.
En una bolsa de arpillera
el tesoro
los frutos morados
y dulces.
Bajabas la escalera
y traías
la luz.
Mirabas
mi cara de niña triste
y decías:
Calma chica,
todo tiene solución
menos la Muerte.
MEMORIA DEL AGUA
I
En los veranos me zambullía en el agua
para limpiarme
de una familia fragmentada.
Hay una memoria tallada en el cuerpo
cuando ingresa en el agua y reacciona
la piel se eriza, los dedos se arrugan.
Entraba en el agua
para liberarme.
Mientras, afuera el silencio
silbaba una melodía sagrada.
II
A los quince años nuestro espacio vital era el agua.
Recorríamos las calles solitarias de la siesta
en busca del tesoro.
La promesa era un oasis brillante.
Solo queríamos sumergir nuestros cuerpos,
lavar nuestras heridas.
Retozábamos juntas,
hasta que el atardecer llegaba
y la noche nos descubría
bajo una luz plateada.