No quería arruinar las vacaciones (Halley Ediciones, 2024)
Marcos,
hay algo de la noche
que lastima
como un hijo
cuando se prepara para nacer.
Mi herida también fue premeditada.
Ahora lo sabemos.
Cada mañana,
con las manos juntas,
alguien la escucha;
cuando reza
pide algo que no se pide.
Se traga el corazón
como un mono que aprende a ser.
Esperame acá,
llueve mucho,
no se ve nada.
Marcos, me cuesta respirar.
¿Hiciste tu clase de yoga?
Es lo único que hago.
Marcos, una foto.
¿Conmigo?
Tenemos la misma cara.
No se ve nada.
Manejá vos,
cuidado a la derecha,
cuidado a la derecha.
Llegamos hasta la 21 y la 14,
Marcos sacó su billetera de cuero.
¿Querés helado?
No quería arruinar las vacaciones,
dije que sí.
La pipa de plástico en la lista de precios
me recordó al gusto del chocolate
que me hizo vomitar el piso de la heladería.
Un nene me ensució el vestido
y dejó su mano como una huella.
Camino hacia el mostrador,
un empleado me saluda.
No quería arruinar las vacaciones.
Fui una flor definitiva;
con ambición
golpeaba el techo.
También un perro flaco
sediento de morder.
Pero soy el desierto,
Marcos.
Su cara era un simulacro.
Ese día llevaba óxido en los párpados,
menos mal que desapareció.
Su religión
fue enteramente estética.
Todavía sangro por su silencio.
Marcos, lo sabe y no le importa.
Si tiene un dios, que lo perdone.
El día que llovía, ¿te acordás?
Él y su figura encorvada en el horizonte
se llevaron la estufa,
las palabras
y una ventaja.
Yo era la cabeza de gallina;
giraba sin sentido
como una distorsión del cuerpo.
Acaricié su pelo recién cortado.
La tercera estrella de la noche
marcó el momento
en el que nos despedimos.
La milanesa de ayer
descansa en la heladera.
Una comunión de manos sobre la mesa.
Te hago un café,
no es una pregunta.
Decime qué te falta.
No empieces de nuevo
con la sequía.
No responde, Marcos,
no cree en la misericordia.
Se desprendió
como una moneda.
Recordarás el sabor del azúcar quemada
porque no te pertenece.