Poemas de Ohuanta Salazar

Del libro Oro Verde (Camalote, 2025)

Ruido de fondo del universo


Pasó que Penzias y Wilson estaban instalando una antena
supersensible en New Jersey y escucharon
un ruido de fondo, ondas de muy baja frecuencia,
tal vez eran palomas, pensó Wilson
y estuvieron largo tiempo buscando nidos de pajaritos
para quitarlos de la zona de interferencia.
Pasó que vi el cartel de la ruta 11. Íbamos
de Paraná a Diamante con diecisiete años
y nuestro primer amor. El sol sobre el campo
dijo también Oro y Verde, quise parar ahí, atardecía.
Acostumbrada a los cerros nunca había visto
un horizonte tan despejado y comprendí
ese confín del que hablaba Juan L.
No estás viendo el sol como es ahora, dijiste
la luz demoró ocho minutos en llegar. Entonces,
el sol que vemos es pasado, quise decir, pero callé.
Conocí la facultad y te enojaste
habíamos quedado en estudiar juntos otra cosa
y yo te amaba más que a mí,
pero el pequeño pueblo a cada lado de la ruta
con callecitas de pájaros y árboles y ese
camino de eucaliptus, me enamoró.
Pasó que Penzias y Wilson escucharon una radiación
que no venía de la tierra, había viajado por todo el espacio
desde hace trece mil setecientos millones de años
cuando toda la materia estaba en un punto, juntita,
la energía quería bailar en movimientos asincrónicos, singulares
y necesitó expandirse, liberarse en una gran explosión.
Ellos escucharon el eco del Big Bang, cenizas
del origen del universo y les tembló la voz para nombrar
el fondo cósmico de microondas.
Las microondas prueban que el universo se expande,
nos había enseñado el profe Lamas, allá en Jujuy.
Parece que todo se aleja del origen empujado por algo,
como los rayos de sol sobre este horizonte verde y dorado.
Y pasó que tenías razón. Mi Big-Bang comenzó ahí,
cuando dejé de mirar tus ojos para ver
aquel atardecer de Oro Verde expandiéndose
con la misma belleza que los restos de nosotros
viajaban cada vez más lejos.

La ópera prima de Gauss


El maestro Büttner de la Volkschule castigó a la clase
sumen todos los números del 1 al 100, pensando
en descansar largo rato en su escritorio,
pero Gauss niño lo asombró de inmediato con la respuesta.
Manito que escribía con tiza en la pequeña pizarra,
agujeros en el abrigo que le dio su madre analfabeta
limpiando casas de día y lavando ropa de tarde.
El 1 y el 100 dan 101.
Así como veía, Mozart niño, las notas musicales
cantando en el aire antes aún de ser ópera, Gauss niño
vio los números moverse en el pizarrón, juntándose
y El 2 con el 99 dan 101.
como cuando corregía las cuentas de su padre
tesorero de la Soc. de Pompas Fúnebres de Brunswick,
después de ser albañil, matarife y constructor.
El 3 con el 98 dan 101.
Mucho antes de la serie infinita,
de la órbita de Ceres,
del flujo de las cosas y volver a la matemática un río,
antes de que el duque de Brunswick pagara su universidad,
Gauss niño en el pizarrón de la Volkschule
vio 50 parejas de números bailando.
50 veces 101 da 5050, respondió.

Punto Jonbar

Punto de inflección que bifurca en dos caminos posibles.
se refiere a la novela de ciencia ficción

“La legión del tiempo”, de Jack Williamson

José rompió una botella y los picos eran
miles de cuchillas brillando con la luna
que se colaba por las persianas.
Te va a pasar como a los zurditos de tus viejos, dijo,
por mi primera marcha contra el arancel
y siempre le había resultado eso para callarme.
Oro Verde y mis compañeros en las calles
habían liberado algo dentro mío,
contesté.
Me dejaron sin aire, sus puños en la espalda.
Son feos los gritos susurrados, suenan
cortados como ratitas en una trampa.
Y su éxtasis cuando por fin
terminaron los golpes.
Después el abrazo, voz cálida, disculpas.
Como papá,
cuando quedaba agotado de golpear
e insultar, en otro éxtasis. Serenidad
Y todo era paz, voz amable,
ronda de cañas de azúcar bajo el sol de Tucumán.
Una paz que jamás ocurre en otro momento.
Tesoro de tiempo que dura poco
como el de un pilpinto
que vive un día y vuela feliz.
Cada hora después es un goteo
insultos, gotitas, chasquido de dientes,
gotitas. Necesita rebalsar.
Después, la paz.
No conocí otra como esa
tan serena.

Esa noche en que José rompió una botella
y los picos eran miles de cuchillas brillando
con la luna, fue mi punto Jonbar.
Quedarme a volar como pilpinto al sol,
o correr
al frío de la madrugada de Concordia.
Mi punto Jonbar fue que José se durmió,
o la llave lista en la puerta, o un taxi
que nunca pasaba, pero esa noche sí.
O el chofer del micro que dijo,
falta para salir, pero suba gurisa. O fue
cuando José apareció y pusimos las manos
en la ventanilla y no bajé, o cuando
lloré sola en la casa de Los Zorzales y no llamé
pidiendo perdón como aprendí
de mi madre, de mi padre y de las ratitas.
Mi punto Jombar fue esa paz que no tuve
al día siguiente recostados en la hamaca del balcón
abrazados bajo el sol de otoño de Concordia.
Mi punto jonbar: el miedo
a una trampa, ratita
en la noche de Oro Verde.

Del libro Parada Obanta (Tren Instantáneo, 2022)

Niños del Bando Vencido


Los niños que nacimos en el bando vencido
del lado vencido del mundo
necesitamos una tía María Rosa
que se tome muy en serio la alegría
porque los padres del bando vencido
están ocupados con la tristeza.
La tristeza de este bando
siempre tiene razón.
Pero los niños del lado vencido del mundo
también queremos armar trincheras
aunque nunca nunca podamos repetir esa palabra
ni en el colegio ni en la plaza ni con los vecinos
y saber dónde queda ese lugar “exilio”,
o qué magia hizo desaparecer al tío, desaparecido,
aunque nunca podamos repetir esas palabras
ni en el colegio ni en la plaza ni con los vecinos.
Cuando los niños del bando vencido
crecemos con estos adultos tristes
del lado triste del mundo,
requetenecesitamos una tía María Rosa
que nos enseñe a guardar esas palabras
que no hay que repetir nunca nunca re mil nunca
en el fondo triste del canasto de los juguetes
y nos lleve en los días soleados
a chupar cañas de azúcar y a comer uvas de la parra
aunque comer frutas sin lavar esté prohibido
y en los días lluviosos
a escondernos en trincheras de almohadas
y cantar palabras contentas de María Elena
Walsh aunque también estén prohibidas.
Todos los niños que nacimos en el bando vencido
del lado vencido del mundo
requetemilnecesitamos una tía María Rosa
para nunca nunca tener miedo
a la oscuridad
o a las palabras
ni en el colegio ni en la plaza ni con los vecinos
y ser por un rato niños del bando feliz
del lado feliz de la tristeza del mundo.

Diminutivos II


Aceptamos mujeres en la Escuela técnica
pero odiamos las lagrimitas, dijeron
los profes y entonces
me hablaron en diminutivo
con la misma fe que a un nene pequeño
abandonado en una fábrica de tijeras filosas.
¿Sabe lo que es un listoncito?
Dijo el maestro de carpintería.
Para usted, aquel tornito que es más fácil.
Mis compañeros,
hombrecitos en una fábrica de tijeras,
también aprendieron a mirarme en diminutivo.

Biografía

OHUANTA SALAZAR nació en 1975 en San Miguel de Tucumán, creció en San Salvador de Jujuy donde se formó como Técnica Química, cursó Bioingeniería en la provincia de Entre Ríos y actualmente reside en Buenos Aires. Publicó Patios de Obanta, relatos (Ed. Tahiel, 2017); La Revancha de mis Pedazos, poemas (Ed. Tersites, 2018); Parada Obanta, poemas (Ed. Tren Instantáneo, 2022). Oro Verde (Ed. Camalote, 2025). Integra las siguientes antologías: Homenaje a Nicanor Parra (Ed. Centro Chileno O’Higgins, 2018); Bardos y Desbordes II (Ed. Tersites, 2019); Antología Poetas de Tucumán 1960-1990 (Ed. Humanitas FFyL UNT, 2021); Antología Niñez (Ed. Camalote, 2023); PNU: Poesía de Necesidad y Urgencia (2024); Toda Poesía es hostil al Anarco-Capitalismo (2024).Diana (Ed. Camalote,2025).