Por Ezequiel Bados
Llega un momento de la vida
Camila Sosa Villada, Las malas.
en que ningún recuerdo está a salvo.
En nuestros días parece entenderse el concepto de democratización como la posibilidad de “acceso a…” (la lectoescritura, al deporte, a la escuela, etcétera); se ha subrayado (sobre todo en las investigaciones aplicadas al contexto escolar) lo importante que es separar la idea de acceso de la idea de inclusión: hacen falta un número mayor de variables en juego para proponer una verdadera democratización que el simple acceso al objeto. En el caso de la poesía, en particular, se puede mencionar, por ejemplo, solucionar un problema estructural de pobreza material que sostiene, al par, una pobreza inmaterial.[1] Dicha idea de democratización como “acceso a” suele ir acompañada de una insistencia con el cuidado de la materialidad del objeto. El poema tiene que ser sencillo, cotidiano, ingenioso, si se quiere, pero sin caer en lo encríptico: debe ser legible. La pregunta que nos hacemos sobre esta insistencia (que recoge un prejuicio gigante no sólo en términos de cómo se entiende a la experiencia estética, sino también de las capacidades potenciales de sus receptorxs) es ¿Quién insiste? ¿Son las personas que habitan la cultura popular quienes crean dicha cultura o es un paquete prefabricado por el capital para producir mecanismos de representación que sostengan (junto a las fuerzas represivas del Estado) el status quo?
En un mundo organizado por redes digitales globales, el autor/lector es un significante fluido.
Todxs lxs lectorxs de poesía digital son lectorxs de segundo grado que acceden al resultado de una lectura hecha por máquinas digitales. Esta máquina, autora y lectora al mismo tiempo, es el centro de la literatura contemporánea que no busca refugiarse en romantizaciones del pasado y en la repetición de estéticas agotadas.
Si pensamos la historia del arte como una sucesión de distintos paradigmas estéticos más o menos hegemónicos, hoy en día la estética hegemónica es la estética del videojuego.
La importancia de la poesía actual no pasa por su contenido sino por las relaciones que los individuos establecen alrededor de la poesía. Sólo a partir de estas relaciones estamos facultados para trazar literaturas creactivas.
Lo que defendemos con la democratización no es un criterio de valor puntual del objeto estético o la idea de que la poesía debe escribirse de tal o cual manera sino una impugnación a la hipocresía estructural de seguir sosteniendo un estado del arte en el que un Picasso vale más que el alquiler de toda una vida de un departamento.
Todas las actitudes devienen, eventualmente, en formas. Las redes sociales sólo son útiles en la medida en que son apropiadas por los agentes colectivos para trazar líneas de fuga del deseo. Cuando la herramienta termina por ubicarse en un lugar por encima de su valor de uso, entonces la herramienta pasa a ser usted. Lo mismo sucede con el objeto artístico, por eso hoy en día lo que circula en el campo literario digital no son textos sino autorxs.
Sí la crítica literaria no trabaja sobre la lógica de una ética del cuidado para reconstruir el complejo de problemas de nuestra época acabará por situarse en este eterno retorno reactivo de discutir qué libro debemos tener en la biblioteca.
“A nuestra época no le falta un proyecto político, sino que espera formas susceptibles de encarnarlo, de posibilitar su materialización […] El enemigo que debemos combatir se encarna en una forma social: es la generalización de las relaciones de proveedor/cliente en todos los niveles de la vida humana, desde el trabajo hasta la vivienda, pasando por el conjunto de los contratos tácitos que determinan nuestra vida privada” (Nicolás Bourriaud, Estéticas relaciones, 2002)
“Si a diferencia de la idea de Freud de que la pulsión oscila entre dos polos, uno positivo “de vida”, y otro negativo, “de muerte”, partimos de la idea de que la pulsión es siempre “de vida” […] ya que lo que la vida quiere es perseverar, diríamos que su destino es por principio afirmativo, variando de lo más activo a lo más reactivo […]. Las formas de sociedad surgen de un enfrentamiento entre fuerzas de vida activas y reactivas en diferentes grados: de este enfrentamiento depende la política dominante de subjetivación en cada contexto histórico”. (Suely Rolnik, Esferas de la insurrección, 2018).
Una forma superadora del binomio derecha-izquierda es pensar la política como propuestas activas o reactivas con respecto al deseo de transformación de la vida en su aspecto integral, ecosófico (es decir, la articulación ético-política entre el registro ecológico ambiental, de las relaciones humanas, y de la subjetividad). Aquí creemos que se encuentra el verdadero valor de la demodiversidad y, dentro de ella, de la poesía.
[1] Cuando hablamos de pobreza inmaterial no nos referimos únicamente al escaso capital simbólico sino a otras formas en las que el capital produce pobreza: pobreza de los futuros posibles, pobreza de las posibilidades de felicidad, pobreza del tiempo de ocio, pobreza del goce, etcétera.