Por Fabián Domínguez
El cura vestía de jean, camisa y mocasines. Entró a su habitación, en la casa del centro de París, y pensó que no era hora de redactar su testamento pero si bosquejar ideas para una carta. Sacó un block de hojas y escribió con una birome azul. Abrió la Biblia Latinoamericana que estaba sobre el escritorio, eligió el libro del Apocalipsis y copió del primer capítulo algunos versículos. Jorge Adur, el cura exiliado en Francia desde 1976, capellán del Ejército Montonero desde 1978, preparó la carta que recorrería el espacio y llegaría a cientos de kilómetros, aunque no pensó que viajaría en el tiempo para difundirse décadas más tarde. La puerta de madera del cuarto se abrió y François, otro sacerdote se asomó.
– ¿Estás escribiendo? Vuelvo más tarde.
– No, no te vayas. Escribo una carta para mis amigos de la Argentina pero ahora se me ocurrió la idea de grabarla. Vos prepará alguna canción, la cantan con Jean Pierre, Bernard y Robert como lo hacemos cada mañana, leo un pasaje bíblico y después hablo acerca de mis días en este exilio trajinado.
Adur era un cura tercermundista que optó trabajar por los pobres cuando el cardenal chileno Raúl Silva Enriquez lo ordenó en Santiago de Chile. Su primer vínculo estrecho con la Iglesia fue en la adolescencia, en su Nogoyá natal, cuando entró a la Acción Católica. En la década de 1950 terminó el secundario y le dijo a su madre que iba a ser cura, pero ella se opuso. Sin que nadie se enterara, partió rumbo a Buenos Aires, entró a la congregación de los Asuncionistas, y cruzó los Andes para formarse como seminarista. Estudioso, lector y comprometido con el Evangelio dirigió la revista del seminario hasta el momento de su ordenación, cuando lo regresaron a su país.
La década de 1960 fue escenario de revoluciones políticas, culturales, musicales y también eclesiales, a través del Concilio Vaticano II, una adecuación de la Iglesia a la modernidad. Adur, un entusiasta de los cambios, luego de ser profesor en un colegio secundario, creo la casa abierta de formación para seminaristas en la localidad de La Lucila: “Nuestra Señora de la Unidad”. Los futuros sacerdotes allí estudiaron y atendieron las necesidades espirituales y sociales del barrio, de manera especial a los jóvenes.
– ¿Le vas a escribir a tu comunidad de Olivos?
– Sí, ellos son especiales para mí. De allí salieron muchos chicos y chicas comprometidos con la dimensión política del amor y salieron a las calles a cambiar el mundo, por eso cuando se impuso la dictadura fueron perseguidos, desaparecidos y asesinados.
– ¿Ahí estaban los seminaristas Carlos di Pietro y Raúl Rodríguez cuando los secuestraron?
– No, ellos empezaron en la Unidad, pero continuaron en un barrio obrero: en San Miguel, a 30 kilómetros de Buenos Aires. Los secuestraron el 4 de junio de 1976, cuando me fueron a secuestrar. Esa redada se llevó antes a Juan Isla Casares, pero primero capturaron a la catequista Fernanda Noguer y a su beba de dos meses.
La década de 1970 encontró al cura impulsando el Concilio Vaticano II, dialogando con organizaciones sociales y políticas, luchando para derrocar la dictadura que mantenía proscripto al ex presidente Juan Domingo Perón. Trabajaba todo el día. Entraba a una reunión de catequesis para explicar algo, salía y se sumaba al grupo de jóvenes que planificaba la visita a una villa, daba alguna indicación, salía y entraba a otro salón donde los delegados de una fábrica organizaban una medida de fuerza. También recibía a militantes políticos que le pedían consejos, le solicitaban algún contacto o requerían espacio para guardar bolsos o cajas. No solo Olivos era el lugar de su actividad, a veces iba a Capital Federal y, en ocasiones, hacía reuniones en la Catedral de San Isidro, para malhumor de monseñor Antonio Aguirre, máxima autoridad diocesana, quien renegaba de la cercanía del cura con el peronismo montonero. Luego de una homilía de Adur, en la que reivindicaba la resistencia obrera y ponderaba las luchas del pueblo argentino, el obispo le solicitó al superior de los Asuncionistas que sacara al sacerdote de su diócesis.
El cura montonero aprovechó la ocasión para proletarizar el seminario y llevar todo al barrio obrero Manuelita de San Miguel. Compró una casa a pocas cuadras del Colegio Máximo de los jesuitas, donde tenía su sede el provincial de la orden, Jorge Bergoglio, quien le permitió trabajar en la capilla Jesús Obrero.
– ¿Y qué les vas a contar, que te quedaba grande y se te caía el pantalón nuevo que estrenaste cuando te nombraron capellán?
– Ja, ja, ja… ¿te acordás? No eso no. Voy a elegir temas claves
– Ya sé, les vas a decir que entrenaste en el Líbano, y que tiraste una granada contra una colina, que no la atravesó ni explotó, que volvió rodando junto al grupo y todos corrieron a buscar refugio…
Adur estaba tentado de risa, no podía parar y tentaba a su compañero. Cuando por fin recuperaron la compostura el capitán montonero enumeró los temas que iba a grabar en la carta. Eligió siete momentos: las muertes y desapariciones de sus discípulos Carlos, Raúl, Juan, Cristina, entre otros, a lo largo de 1976; la reunión de la JIC (Juventud Internacional Cristiana), en Colombia, en 1977; su nombramiento como capellán de los Montoneros, para escándalo de los obispos argentinos, en 1978; su presencia en Puebla, para denunciar la represión en la Argentina ante los obispos de América Latina, en 1979; el viaje a Siria y el Líbano, donde conoció a su familia paterna y descubrió que, como él, luchaban contra los imperialismos que sojuzgan a los pueblos; el triunfo de la revolución sandinista; y el asesinato de monseñor Oscar Romero el 24 de marzo de 1980 en El Salvador, que lo encontró a él en México.
– Jorge, algún día volverás a la Argentina y abrazarás a tus amigos.
– Ya tengo fecha de regreso. La organización me envía a cumplir algunas tareas, entre ellas hablar con el Papa II en su visita a Brasil.
– Pero eso es una misión suicida.
– Es el lugar donde debo y quiero estar.
Semanas más tarde el capellán montonero recorría Brasil para sumar voluntarios a la Contraofensiva contra la dictadura. En junio entró a la Argentina, tuvo varias reuniones en Buenos Aires y luego se refugió en Mar del Plata. El 26 de junio tomó un micro rumbo a Brasil, con el objetivo de lograr la primera entrevista de organizaciones de derechos humanos con Juan Pablo II y que éste condenara públicamente las desapariciones en la Argentina. En el puente fronterizo Paso de los Libres – Uruguayana un control militar lo bajó y lo retuvo mientras el micro continuó su marcha. Lo último que se supo fue por una sobreviviente quien compartió cautiverio con él y Lorenzo Viñas, en una casa que usaban los represores para esconder desaparecidos, a cien metros de Campo de Mayo. Era septiembre cuando se lo llevaron, lo subieron a uno de los aviones negros y lo arrojaron al mar.
“Debemos mostrar siempre el compromiso más difícil del lado de nuestro pueblo oprimido que debe ser nuestro primer dialogante. Ustedes encontraran mi voz, mi recuerdo, mi compromiso”, dice en uno de los párrafos de la grabación que estuvo escondida en un altillo muchos años hasta que se digitalizó. En la carta grabada, los amigos del cura cantan, luego él habla a lo largo de media hora, de fondo alguna chamarrita, mientras cita el Evangelio y recita a Pablo Neruda. “Les prometo nunca volver atrás, ser siempre solidario con las luchas de liberación de mi pueblo. Mi sacerdocio, mi vida religiosa, mi amor, mi entrega. En fin, ustedes me conocen más que yo mismo. Nunca los traicionaré….”
El viernes 13 de marzo, una semana antes que los argentinos quedaran encerrados en sus casas mientras el covid acechaba en las calles, Ana Adur se sentó en los tribunales federales de San Martín para testimoniar sobre la desaparición de su tío cura. Ella vive en Nogoyá y decidió a último momento desechar el testimonio por videoconferencia para estar presente y llevar un documento único: la grabación de un mensaje de Jorge Adur, el capellán de Montoneros.
Los testimonios terminaron ya en plena pandemia y hace más de un mes comenzaron los alegatos en la causa Contraofensiva, donde agentes de inteligencia del Batallón 601 están en el banquillo de los acusados. Campo de Mayo fue el eje del entramado de la Inteligencia militar, y en casas operativas próximas a la unidad militar llevaron a muchos de los desaparecidos. La fiscal Gabriela Sosti leyó su alegato durante cinco horas los últimos cinco jueves, describiendo cada secuestro y asesinato, los cuales no solo fueron en la frontera Argentina, sino en distintas ciudades de América Latina y Europa. El próximo alegato será el del abogado de la querella Pablo Llonto. Son decenas de casos de detenidos desaparecidos entre 1979 y 1980, y se los puede ver y escuchar por youtube todos los jueves, a partir de las 9 de la mañana. Después de los alegatos se espera la sentencia de una de las operaciones.