Por Ezequiel Bados
La infancia siniestra: una reseña de Años de casa, de Antonella I. Vulcano. (Santos Locos 2020. 48 páginas).
Un buen poemario se construye como una totalidad orgánica y dinámica en donde sus elementos de base se interrelacionan creando un objeto único: un universo. En Años de casa (Santos Locos, 2020) encontramos dos pilares centrales sobre los cuales se articula la escritura del libro: por un lado, la infancia como una extimidad que flota en el presente resignificando el acontecimiento visto por los ojos adultos; por el otro, la infancia como lo siniestro, aquel elemento que habita en lo más profundo y sale a la superficie reiteradamente, que escapa de su escondite. En términos simbólicos, la casa y las hormigas son los campos semánticos que sostienen estos pilares, respectivamente. Si por un lado encontramos a los personajes familiares, los detalles cotidianos, el abandono de la casa producto del paso del tiempo como significantes ejemplares de esta extimidad (inofensiva, siguiendo a Kamenszain), por el otro, las hormigas que rodean la casa, que cargan sobre sus vidas un plan de muchos años, localizan el elemento de lo siniestro que entra en juego durante la escritura; un elemento siniestro que no sólo es descubierto sino además preservado por la autora como parte de los constituyentes de la experiencia subjetiva: “Yo fui la que se dio cuenta en dónde el nido / pero me paré al lado del horno para despistar”, “Soy la traidora de la familia, / la que boicoteaba en silencio los planes de domingo, / de limpieza y exterminio”. La relación contrapuntística entre lo familiar y lo siniestro le va dando forma a esa extimidad infante como si, al menos durante un momento, la persona adulta pudiese volver a observar el mundo con las lentes de niñx.
La escritura es, precisamente, esta puerta de acceso. Hay varias marcas que señalan el carácter preformativo de la escritura como diciendo, por encima del hombro, como un comentario al pasar, que la existencia en cuanto tal es parte de esa performance que realizamos durante nuestro transcurso en el teatro del mundo: “Literatura / cuento sobre hermanos / todos héroes pero yo un poco más / Porque podía escribirlo / elegir la ropa del villano, / su forma de morir / o de salvarse”. ¿Cuál es, entonces, el horizonte desde el cual se recorta esta subjetividad performática? La autora nos da una respuesta posible: el tiempo. En Años de casa encontramos una confluencia de temporalidades dentro de un mismo presente: un pasado condicionante que es vuelto a poner encima de la mesa (que es re-presentado, vuelto hacia el presente) junto a los detalles de lo cotidiano y los temores de un futuro posible. La escritura, entonces, como práctica trascendental: “Toda casa en ruinas tuvo sus pilares, / sus mitos / y sus recaídas. / Vi un cartel en tu pared que decía que te ibas a quedar / y me dio esperanzas. / Mi mamá era un árbol plantado en la casa / y después llegó el viento / Cuando alguien se ponía frente a la tele / siempre decían: Che, ¿Sos la abuela Pía vos?”, y también, “Una amiga me dice que la historia / se va a encargar de / olvidar a los malos poetas / y a mí esa obsesión por las cosas buenas / ya empieza a pesarme / como un litro de miel en la sangre”.
Los pasos perdidos del tiempo alojándose en los detalles, en el borde de las cosas, en los recuerdos recuperados durante la práctica de la escritura, elaboran a través de una estética amable para el/la lector/a una puerta de entrada al universo de la autora, es decir, un verso largo, extenso, que se acuesta sobre todas las páginas generando distintos pliegues, detalles, en una historia marcada por el discurrir de los días, por el encuentro con lxs otrxs; una poesía de trincheras. Encontramos una propuesta de escritura refrescante que sin caer en los preciosismos comunes es capaz de relucir la belleza del lenguaje evitando el devenir de lo referencial y la banalidad. El libro de Antonella Vulcano nos conduce por los vericuetos de una existencia frágil pero al mismo tiempo poderosa, invitándonos a conocer los muchos niveles de la catástrofe.