Ojo de bife
Estaba el ojo de bife.
Solo, redondo, palpitando.
En el plato blanco —un altar de lo liso—
y parecía que me llamaba.
Era un fruto de carne,
y en la corteza ardía un dorado breve,
una corona de grasa translúcida.
Pero en el centro, oh, en el centro,
la mancha roja,
el coágulo dulce,
la carne húmeda, abierta como un astro herido.
Me incliné.
Y el ojo me miró.
No era un corte:
era un corazón vegetal,
un nido de pétalos y tendones.
Lo rodeaban hilos dorados,
larvas de luz que reptaban como plegarias tibias.
A cada latido mío,
parecía respirar.
Y un perfume subía,
mezcla de jardín en la siesta y sangre de animal joven,
un olor que partía el aire
como un cuchillo de verano.
El mundo se achicó:
solo quedaban la mesa,
el plato,
y esa carne que soñaba.
Tomé el cuchillo.
Corté.
La tibieza se abrió como un grito,
y lo llevé a la boca.
Allí,
todo era noche.
La foca de encaje
el mar me lamió los tobillos
como una vaca tierna de espuma
me dijo: vení,
traje un caracol con tu nombre
yo fui,
desnudo de médula,
con las costillas abiertas
y los dientes llenos de higos
me metí por su lengua
hecha de médanos,
y al fondo
crecía un bosque submarino
donde las hortensias gritaban
una estrella de mar
se subió a mi pecho
y empezó a rezar en voz muy baja
yo lloré
porque entendí
todo lo que no sé decir en tierra
más allá,
una foca vestida de encaje
me ofrecía una semilla
—“si la tragás,
verás con los dedos”—
la tragué
y de mis uñas
brotaron tentáculos
con olor a menta salvaje
el mar me besó
como besan las hienas dulces
y después me echó
con un zarpazo de alga
me dormí
sobre la piel de un pez muerto
que murmuraba en un idioma vegetal
y exhalaba perfume de iglesia rota
cuando desperté,
tenía un alga en el ombligo
y un pezón nuevo
en la espalda
nadie me creyó
pero el mar
a veces me guiña
cuando paso cerca
Valijas del lenguaje
cuando nos fuimos
no alcanzó con empacar la ropa
ni los libros
ni el portarretrato con la risa quieta
de la abuela
tuvimos que doblar también
las palabras
una por una
como camisas que no sabían si volver
mi madre guardó
“te quiero”
entre dos pañuelos
para que no se le arrugue el acento
mi padre escondió
“trabajo”
en un bolsillo secreto
como quien guarda
un cuchillo por si acaso
yo metí en mi mochila
las letras sueltas
que me quedaban de infancia
una Z oxidada
una L con olor a patio mojado
una Ñ que lloraba por las noches
cruzamos la frontera
como quien cambia de idioma
a mitad de frase
desde entonces
cada vez que abro la boca
siento que desarmo valijas
frases envueltas en diarios
verbos arrugados
y una tilde rota
que no sé en qué oración poner
por eso hablo así
con la voz empacada
como quien no sabe
si está llegando o volviendo
del libro Este lugar era un cuerpo (Copo de nieve, 2025)
V.
duermo en un colchón
que ya soñó con otros
tiene hundida la forma
de un cuerpo más ancho
y más cansado
cuando me acuesto
siento que entro
en la memoria de otro insomnio
algunas noches
se queja
otras
me abraza
como si supiera
que también estoy enfermo
de quedarme
XXXVII.
quedarse es un verbo irregular
no se conjuga
se resiste
la casa es mi pronombre
la humedad, mi conjugación
yo barro
vos dudás
ella no vuelve
nosotros sostenemos
lo que ya no está
ellos no preguntan
yo quedo