Acción y pensamiento en Dios de monoambiente (2018), de Marcos Vieytes, por Juan Rearte

Dirección: Marcos Vieytes.
Guión: Marcos Vieytes, con colaboración de Fabián Roberti y Marcos Rodríguez.
Cámara: Nuria Silva.

Una noche de otoño se estrenó por primera vez una película en el Festival Bazofi. El festival coordinado por Fernando Martín Peña es un evento a contracorriente en la larga pesadilla macrista. Hay un gesto melancólico en la profunda reflexión que sugiere la selección de clásicos y títulos raros, como si fueran hallazgos personales que se ofrecen con amor y generosidad y sin las altisonancias de la cultura. Hay una didáctica también en la convocatoria, la recuperación de un modo de ver por el que se descubre la belleza del cine y hay una vocación política que nos devuelve a la conciencia de nuestro entorno y a la necesidad de arrancarnos de esta realidad maltratada. En esta época, la idea de estrenar un documental como Dios de monoambiente en el Malba es una acción dirigida desde el pensamiento cinematográfico y contra el sentido común del cine.Acción y pensamiento cinematográfico, quizás se trate de ese orden. Dios de monoambiente, del crítico y escritor Marcos Vieytes, propone que pensar en el cine es, antes, hacerlo. La confianza en la ficción y en la poesía es una premisa que permite crear un mundo, y aunque luego ese mundo se disipa con los créditos, se vuelve a reanimar en otra oportunidad.En los escritos de Vieytes, publicados en diversos medios, volúmenes colectivos y últimamente en Calandacrítica.com, sitio que dirige, se advierte una resistencia clara a la matriz cultural a la que contribuye la crítica oficial. Vieytes nos recuerda una ética del trabajo cultural que retoma, como bien recordó Fernando Martín Peña en su presentación a la película, la tarea que plantea en Subjetiva de nadie (Entropía, 2014), que hay una urgencia por decir sobre el mundo ideado, por situar sus contornos y por trazar el perfil de sus moradores, fantasmas que viven por siempre capturados en la pantalla, uno de los recurrentes mitos del cine.

Crítico y espectador: imagen de Dios de monoambiente

El documental se estructura por una sucesión de monólogos sobre la subjetividad en el cine, sobre cómo se constituye la mirada y a partir de entonces una figura, una criatura. Vieytes presenta su propio cuerpo desde distintos planos, ensaya un modo de percepción, bosqueja procedimientos, pero para entonces la película está en marcha. Un dios creador moldea desde la arcilla, desde la materia prima más rudimentaria y procede a una sofisticada acción industrial, pero este dios revuelve en los residuos y ensambla discursos, la poesía y el cine, es un dios modesto y su poder reside en decir, en escucharse para recién entonces pensar, en ver, en reunir y vincular imágenes para conformar series, pero sobre todo en ver sin descanso, también prisionero de la pantalla. Caminando en círculos por el estrecho living, pensar, fumar y hablar no resuelven una acción nítida (“Me gustaría saber qué relación hay entre el pensamiento, el acto de fumar y que vos me estés filmando”) pero el dilema desenvuelve el monólogo que comienza a dar espesor al personaje, así el procedimiento se define con incertidumbre pero siempre por una práctica.

Nuria Silva en Dios de monoambiente

Un dormitorio puede transformarse en sala de proyecciones, pero lo que está siempre es la pantalla y sus fantasmas. Los fantasmas no tienen horario, tienen todo el tiempo los fantasmas de Fellini y de Sautet estarán mucho tiempo después que todos nosotrxs. Como si el problema no fuera hacer ni pensar, sino sólo no pensar antes que hacer, el dios dirige el registro al mismo tiempo que caga leyendo a Bachelard o que fuma un habano, haciendo más humo que la General de Buster Keaton o como si recreara la niebla de Gaslight. El dios le da vida al mundo creado: edita su banda de sonido y homenajea a Favio con la melodía eterna de García Caffi, se pone una remera y aparece la referencia a los zombis de Carpenter, los carteles llevan el cine al monoambiente y la mirada erótica sobre la camarógrafa Nuria Silva, está inscripta en el cine de Sautet. Este documental muestra todas las huellas sobre el blindex que nos separa de la imagen, renuncia por completo a la transparencia y postula una radical defensa de la imaginación poética y de la pasión cinematográfica.

Una noche de otoño se estrenó por primera vez una película en el Festival Bazofi. El festival coordinado por Fernando Martín Peña es un evento a contracorriente en la larga pesadilla macrista. Hay un gesto melancólico en la profunda reflexión que sugiere la selección de clásicos y títulos raros, como si fueran hallazgos personales que se ofrecen con amor y generosidad y sin las altisonancias de la cultura. Hay una didáctica también en la convocatoria, la recuperación de un modo de ver por el que se descubre la belleza del cine y hay una vocación política que nos devuelve a la conciencia de nuestro entorno y a la necesidad de arrancarnos de esta realidad maltratada. En esta época, la idea de estrenar un documental como Dios de monoambiente en el Malba es una acción dirigida desde el pensamiento cinematográfico y contra el sentido común del cine.Acción y pensamiento cinematográfico, quizás se trate de ese orden. Dios de monoambiente, del crítico y escritor Marcos Vieytes, propone que pensar en el cine es, antes, hacerlo. La confianza en la ficción y en la poesía es una premisa que permite crear un mundo, y aunque luego ese mundo se disipa con los créditos, se vuelve a reanimar en otra oportunidad.
En los escritos de Vieytes, publicados en diversos medios, volúmenes colectivos y últimamente en Calandacrítica.com, sitio que dirige, se advierte una resistencia clara a la matriz cultural a la que contribuye la crítica oficial. Vieytes nos recuerda una ética del trabajo cultural que retoma, como bien recordó Fernando Martín Peña en su presentación a la película, la tarea que plantea en Subjetiva de nadie (Entropía, 2014), que hay una urgencia por decir sobre el mundo ideado, por situar sus contornos y por trazar el perfil de sus moradores, fantasmas que viven por siempre capturados en la pantalla, uno de los recurrentes mitos del cine.

El documental se estructura por una sucesión de monólogos sobre la subjetividad en el cine, sobre cómo se constituye la mirada y a partir de entonces una figura, una criatura. Vieytes presenta su propio cuerpo desde distintos planos, ensaya un modo de percepción, bosqueja procedimientos, pero para entonces la película está en marcha. Un dios creador moldea desde la arcilla, desde la materia prima más rudimentaria y procede a una sofisticada acción industrial, pero este dios revuelve en los residuos y ensambla discursos, la poesía y el cine, es un dios modesto y su poder reside en decir, en escucharse para recién entonces pensar, en ver, en reunir y vincular imágenes para conformar series, pero sobre todo en ver sin descanso, también prisionero de la pantalla. Caminando en círculos por el estrecho living, pensar, fumar y hablar no resuelven una acción nítida (“Me gustaría saber qué relación hay entre el pensamiento, el acto de fumar y que vos me estés filmando”) pero el dilema desenvuelve el monólogo que comienza a dar espesor al personaje, así el procedimiento se define con incertidumbre pero siempre por una práctica.

Un dormitorio puede transformarse en sala de proyecciones, pero lo que está siempre es la pantalla y sus fantasmas. Los fantasmas no tienen horario, tienen todo el tiempo los fantasmas de Fellini y de Sautet estarán mucho tiempo después que todos nosotrxs. Como si el problema no fuera hacer ni pensar, sino sólo no pensar antes que hacer, el dios dirige el registro al mismo tiempo que caga leyendo a Bachelard o que fuma un habano, haciendo más humo que la General de Buster Keaton o como si recreara la niebla de Gaslight. El dios le da vida al mundo creado: edita su banda de sonido y homenajea a Favio con la melodía eterna de García Caffi, se pone una remera y aparece la referencia a los zombis de Carpenter, los carteles llevan el cine al monoambiente y la mirada erótica sobre la camarógrafa Nuria Silva, está inscripta en el cine de Sautet. Este documental muestra todas las huellas sobre el blindex que nos separa de la imagen, renuncia por completo a la transparencia y postula una radical defensa de la imaginación poética y de la pasión cinematográfica.