Por Ezequiel Fernández Bados
Actualmente, estamos paradxs sobre un territorio cultural en disputa por la producción y organización de los sentidos. La realidad política –toda realidad es política– demanda una reflexión sobre el oficio de escribir, sobre nosotrxs como trabajadorxs de la cultura, como intelectuales. Demanda, entonces, un estado de activismo permanente que ubique el signo de pregunta justo allí en donde creemos que sucede la cosa más obvia y natural del mundo –desde un gesto, una palabra, hasta una performance, una obra, una escritura a fin de cuentas– para sacudirla fuertemente y corroborar si no será cierto eso de que vivimos rodeadxs de un teatro de marionetas continuado.
En una gobernabilidad comandada por lo más conservador y reaccionario de nuestra sociedad –cuya proyección concreta, entre otras, es la Alianza Cambiemos– es pertinente recuperar ese arte que flexiona como un gesto de denuncia, de reivindicación, de crítica; es la crítica, el debate, el vehículo de esos gestos.
La historia del capitalismo es la historia del despojo cuyo punto de partida es el sometimiento de la mujer que funciona como condición de posibilidad para todos los sistemas de esclavitudes posteriores, ya sea por la fuerza o por el salario. En este despojo permanente, la guerra es lo que obtiene un lugar central y privilegiado. La producción sistemática de la guerra es el motor de la historia. Lxs capitalistas no son boludxs, saben cuándo jugar a la guerra y cuándo jugar a la paz, y sobre esa dialéctica el sistema se mueve. Si hoy nosotrxs estamos en paz es porque otra nación, a muchos kilómetros de aquí, se encuentra en guerra, porque en otro continente millones de niñxs mueren por guerra, hambre, enfermedades, y abandono. Algún día ese otro lado será nuestro lado. Algún día esxs niñxs serán nuestrxs niñxs. Algún día caeremos en la cuenta todxs de que la mitología del “progreso capitalista” es sólo la cortina sobre la cual se esconde una verdad más siniestra: lo único que el capitalismo produjo fue muerte, y todo el progreso posible en el campo de la medicina, del saber, de la docencia, de la cultura en general, existe porque existe quienes, como nostroxs, se revelaron frente a esa inigualable máquina de despojos y trabajaron para vivir de otra manera, para construir un mundo diferente. Todos los derechos que hoy existen, existen porque los conquistamos nosotrxs.
Ahora bien, demos un paso más adelante: el despojo conducido por los sistemas de guerra que elaboran lxs capitalistas (porque el capitalismo es sólo la idea y la idea en sí misma no hace nada) alcanza su punto culminante en los procesos de colonización. La colonización, en principio, se puede definir como un sistema político sofisticado cuyo objetivo es la extranjerización de lxs habitantes de su propio territorio. Es decir, es una fábrica productora de extranjerxs. Entiéndase extranjerxs en el más amplio sentido del caso, tanto de la propia casa como del propio cuerpo (o cuerpa). En este sentido, el valor del arte adquiere una importancia radical, puesto que las construcciones culturales llevan por columna vertebral el arraigo al territorio de unx. Si este vínculo se corta, ¿quién determina la producción de la cultura? y por lo tanto, ¿quién determina cómo será ese lenguaje que nos permita codificar, comunicar, interpretar y reflexionar, de la manera más amplia posible, el territorio de nuestros afectos? Quien obtenga la hegemonía cultural será quién, a fin de cuentas, elaborará, sostendrá y reproducirá el sentido común. Eso es, de manera muy reducida, el capitalismo de los afectos (*): la colonización del sistema cultural que legitima determinados lenguajes por sobre otros –excluyéndolos, eliminándolos, censurándolos– resolviendo de esta manera cuáles serán los afectos predominantes en el sentido común de la sociedad (el inconsciente colectivo.
Sólo a título de ejemplo, si observamos con alguna atención las políticas editoriales nacionales, el arco que se inscribe entre la década del cuarenta –la “edad de oro” de la edición– y la actualidad damos cuenta de un notable proceso de monopolización del mercado del libro por parte de grupos internacionales. A título informativo, los cuatro grandes grupos editoriales que hegemonizan el mercado hoy son: Editorial Planeta (que contiene, entre otros nombres, a Epasa-Calpe, Destino, Seix Barral, Crítica, Emecé, Ariel, la cadena Casa del Libro); grupo Prisa-Santillana (que contiene a Alfaguara, Taurus, Aguilar); el grupo Random House-Mondadori (que contiene Plaza & Janés, Lumen, Grijalbo, Sudamericana); y grupo Havas (que contiene Alianza, Cátedra, Tecnos, Siruela)[1]. Es posible encontrar situaciones análogas en lo que respecta al mercado musical, de teatro, el cine, los medios de comunicación, y todo el abanico de producciones culturales locales. En el lenguaje mismo se produce una batalla de sentidos a la hora de mencionar el lenguaje inclusivo[2].
Las distintas maneras de nombrar, de comunicarse, de otorgarle sentido(s) a los hechos del mundo, son las que terminar por fijarnos las multiplicidad de nuestros sentimientos. La batalla cultural adquiere, desde este punto de vista, un carácter revolucionario: sólo el martillazo de la revolución será capaz de hacer estallar el sistema de afectos colonial. “Lo personal es político” no significa que cualquier cosa que pase en la vida privada debe ser discutida en el ámbito de lo público. Por el contrario, la frase refiere a que lo “privado” como tal es el resultado de una construcción política, conducida desde lo público, a través de los mercados culturales, las legislaciones, el financiamiento religioso y el colonialismo[3], que se proyecta tanto en lo personal como en lo social.
La autogestión, la producción independiente, pone en jaque este tipo de lógicas coloniales, puesto que trabaja desde un ángulo diferente[4]. El trabajo autogestionado recupera la tradición de la descolonización en donde se invierte la relación de valores –el valor de uso se encuentra por encima del valor de cambio– y cobra protagonismo la reflexión sobre la constitución de los afectos, se deja de lado la compulsión y el trastorno obsesivo compulsivo del reconocimiento social, la fama, la fortuna, y todo el aparato de mitología que trabaja alrededor de figuras culturales tales como lxs escritorxs, lxs músicxs, lxs actorxs, etcétera[5].
Hoy que nos encontramos frente a un sistema cultural que tanto desde lo privado como desde lo público termina por censurar a todo aquello que lo pone en tensión y lo critica (en donde la censura del municipio de San Miguel, provincia de Buenos Aires, a las actividades programadas por la Universidad Nacional General Sarmiento en “La Noche de Los Libros” –de ahora en más, la noche de la censura de libros– es sólo un síntoma entre varios)[6] se hace necesario reunirnos, debatir, reflexionar, volver a discutir, cuál es nuestro rol como productorxs y trabajadorxs de la cultura, y sobre todo organizarnos y activar.
La tristeza, la desesperanza, la impotencia, el “ya fue”, también es una construcción política. La violencia del Estado se ejerce tanto en el plano de lo concreto –por ejemplo, la represión policial a las manifestaciones, los casos de gatillo fácil– como en lo simbólico, es decir, a través de políticas culturales que operen como reguladores de los afectos.
Es parte de nuestro trabajo como intelectuales estar en las calles, en las esquinas, en los cafés, en los institutos y las academias, repartiendo panfletos, debatiendo, discutiendo, haciendo literatura, música, teatro, cine, plástica, reconstruyendo todos los vínculos cortados por esa máquina de despojos que sólo busca imponer un sentido común colonial a nuestra facultad de sentir. Es tiempo que reconstruyamos una nueva sensibilidad, una nueva forma de ser el mundo.
Citando al manifiesto de esta misma revista, “hay que tener mucho cuidado con los contextos duros: los contextos duros endurecen corazones. Y los corazones duros son los que se rompen más rápido. No perdamos nunca de vista que mañana será distinto”[7]. Es nuestra responsabilidad ahora articular un sindicato alternativo de trabajadorxs y productorxs del arte que nos permita sostener una nueva forma de hacer cultura de manera colectiva, comunal, popular, feminista, es decir, descolonizada y anticolonial.
El resto es tiempo y constancia. “Más tarde o más temprano, siempre la libertad se impone; más tarde o más temprano siempre gana la vida”[8]. El futuro existe porque alguien no claudica. Y ese alguien somos nosotrxs.
(*) Para un estudio más exhaustivo del capitalismo de los afectos ver Guattari, F. La revolución molecular (1977). VVEE. También se pueden consultar https://laizquierdadiario.com/Capitalismo-y-afectos-sobre-las-funciones-capitalistas-de-la-alienacion-subjetiva y https://www.elsaltodiario.com/cuidados/feminismo-imperialismo-emocional-capitalismo-afectivo (entre otros tantos trabajos sobre el tema en prensa).
[1] Para un estudio más detallado de las políticas editoriales nacionales ver De Diego, José Luis, “Un itinerario crítico sobre el mercado editorial de la literatura Argentina” en Revista Iberoamericana, X, 40, pp. 47-62, año 2009.
[2] Desde este punto de vista es notorio como en los mercados culturales –como en todos los mercados de esta época, posiblemente– la relación de valores se organiza de una manera tal que el valor de cambio (es decir, el precio, la ganancia) es más importante que el valor de uso (es decir, del producto cultural en cuanto tal en su relación con el mundo).
[3] Cabe mencionar, a riesgo de no caer en un malentendido, la diferencia entre colonización y colonialismo: la colonización es el proceso político que se ejerce sobre una sociedad; el colonialismo es el sistema de ideas, valores y afectos que resulta de ese proceso.
[4] Hay que subrayar que los espacios políticos no se paralelizan, se disputan. En este sentido, la autogestión es importante en términos de organización que disputa el territorio cultural.
[5] Las mitologías sociales que se constituyen alrededor de los estereotipos y de un número breve de personajes históricos funcionan como entes reguladores del mercado cultural. Son las que marcan la cancha de cómo debe ser, comportarse y sentir un/una artista en su medio, inclusive llegando a despegar absolutamente al sujeto histórico de su producción.
[6] Ver http://www.pagina12.com.ar/160391-san-miguel-censura-a-la-universidad-de-general-sarmiento
[7] Ver https://www.revistadescolonizadx.com.ar/secciones/manifiesto
[8] Ibíd.