El eslabón perdido del rock: Tanguito. Cuando la leyenda supera al artista

Ilustraciones: Mercedes Domínguez

Por Fabián Domínguez

 


 

La espera fue inútil. Los músicos se encontraron en el estudio de grabación pero el protagonista de la sesión no apareció. Corría el año 1970, y Claudio Gabis (guitarra) junto a Alejandro Medina (bajo) esperaron en vano. A la siguiente cita, el músico que esperaban, José Alberto Iglesias, tampoco asistió y la grabación se frustró de nuevo. En la tercera cita, los dos músicos, que además eran integrantes del grupo Manal, decidieron no ir al estudio. Los que concurrían a “La Cueva” conocían a Iglesias, llamado “Tanguito” por sus amigos, sabían de su informalidad y su indisciplina, pero eso no impidió que por talento y capacidad creativa el muchacho fuera tentado a grabar sus canciones.


Los músicos de Manal grabaron varios “larga duración” (LP), imponiendo una manera porteña de entender el blues, con la impronta que supo tallar Javier Martínez, el baterista, voz negra y mentor del trío. Tanguito era uno de los tantos hippies que circulaban por la época, pero no se dedicaba a las artesanías, sino a la música, y a veces se hacía llamar “Ramsés”, “Donovan” o el apelativo que se le ocurriera, y no era un potro fácil de domesticar. Si siempre se entendió al rock como la música de la contracultura, “Tanguito” era el músico antisistema, inofensivo pero rebelde, ingenuo pero molesto, por lo que la gente formal y cortés lo consideraba peligroso.


En realidad Iglesias estuvo antes en otros estudios de grabación, pero cuando le ofrecieron grabar un disco con el sello “Mandioca”, liberado a la hora de elegir temas y músicos, pidió grabar con sus amigos. Luego del fracaso de las dos primeras citas, el músico concurrió al tercer encuentro, pero dos de sus amigos que lo acompañarían no fueron. Tango llegó con su guitarra, “Carlota”, muy entusiasmado y en la sala estaba Javier Martínez, quien apenas lo vio se le ocurrió meterlo al estudio y aprovechar esas horas que estaban contratadas. El baterista promovió la captura de un material crudo y potente, que más adelante podrían trabajar con arreglos, acompañamientos y otras artesanías sonoras de estudio. A la vez estuvo siempre consciente que si no se lograba llevar a Iglesias al estudio, por lo menos generaba un documento que registraba pinceladas del artista. Despeinado, con un jean ajustado, una camisa oscura y desabrochada hasta el pecho, Tanguito entró con su guitarra criolla como única compañía. Cantó “Natural”, “El despertar de un refugio atómico”, “Jinete”, entre otras canciones.

La canción de Palito

“El taxi lo paga Almendra”, dijo Tango, a la vez que bajó del taxi empuñando su guitarra y sin pagar. El taxista, enfurecido lo siguió y golpeó la puerta de la casa de Bajo Belgrano donde entró el muchacho. Salió el padre de Luis Alberto Spinetta, y pagó. Tanguito no lo hacía de amarrete, sino por bohemio, por ser desinteresado con el dinero, porque entendía que no había que pagar para vivir.


José Alberto Iglesias es el eslabón perdido entre Ramón Bautista Ortega y Luis Alberto Spinetta. Era un pibe de clase baja, del Gran Buenos Aires, un “cabecita negra” en el sentido literal y simbólico de la palabra, un afrodescendiente que vivía en Caseros y que fundó el rock en la Argentina junto a otros muchachos. En la adolescencia iba a bailar con sus amigos del Oeste y se destacaba del resto por su estilo, por eso cada vez que iban a la fiesta de algún club le decían: “bailate un tanguito”. De ahí su apodo, que lo llevó siempre, aunque en algún momento empezó a mutar por otros, como “Donovan” o “Ramsés”. Era la época del “Club del Clan”, a inicios de la década de 1960, uno de los personajes, Raúl Cobián, se hacía llamar “Tanguito”, y nuestro personaje no quería que lo confundieran.
Iglesias fue cantante de Los Dukes y grabó su primer simple en la primavera de 1963, para la compañía “Music Hall”. En el lado B, estaba “Mi Pancha”, un tema de su autoría; en el lado A, estaba “Decí por qué no querés”, de Palito Ortega y Dino Ramos. ¿Es “Mi Pancha” el primer tema del rock nacional?


En México se desarrolló un rock en castellano muy simple, casi calcado de lo que se producía en Estados Unidos, con influencia muy marcada de Bill Halley y Elvis Presley. La banda emblema de aquella movida mexicana la encabezó Enrique Quique Guzmán con los Teen Tops, y esa influencia en Tango es indudable, por el ritmo, y por ciertos giros idiomáticos como cuando le dice “chamaca” a su amiga Pancha, o alienta con un “ráscale Robin” al guitarrista Roby Lack (Roberto Bengoechea). La historia que cuenta la canción es simple: un chico conoce a una chica en un baile y salen a bailar, aunque ella no sabe hacerlo.


Más allá de la entrada al circuito comercial con Los Dukes, Tanguito circulaba en el circuito underground que tenía como refugio principal “La Cueva”, y que se complementaba con el bar “La Perla”, en el barrio de Once. En ese ambiente conoció a Roberto Sánchez (Sandro), a los integrantes de Manal, a Litto Nebbia, Pajarito Zaguri, Moris, Pipo Lernoud, Miguel Abuelo, entre otros, en un clima muy vinculado con el hipismo, la vida libre, las discusiones filosóficas hasta altas horas de la madrugada y el naufragio por las calles porteñas hasta que saliera el sol. Las zapadas permitían experimentar, buscar un ritmo propio, un lenguaje auténtico que los identificara. Ese trabajo generacional lo hacen varios grupos, en Belgrano, en Rosario, en Quilmes, en Avellaneda y en el caso de “La Cueva” tuvo a Tanguito como uno de los exponentes que no llegó a grabar pero dejó su impronta.

El gesto fundador

La primera canción de éxito rotundo de la música joven argentina la compusieron sentados en el inodoro, con una guitarra criolla, dos pelilargos sacando acordes y poniéndole letras a sus sentimientos. Los dos eran músicos, cantantes y compositores, y juntos, hasta sin querer, encendieron la chispa.

– No pares la máquina, seguí que esta es una grabación documental – se regocijaba Javier Martínez, al ver tan fresco y lúcido a su amigo Tanguito en el estudio de grabación.

– ¿Qué tema vas a hacer con transporte?

– Un tema inédito.

– ¿Inédito? Si no tenés ningún tema editado – desafiaba Martínez a Iglesias.
No era fácil encontrarlo así, pues las horas que pasaba sin dormir, más las pastillas que consumía, sumado a su bohemia, hacía difícil que grabara en condiciones normales. En realidad, Tanguito tenía una serie de temas de su autoría grabados, aunque no le gustaba el resultado final. Además de ser co-autor con Litto Nebbia de la canción más vendida del incipiente rock argentino, venía grabando desde que tenía 18 años, siempre en busca de un sonido propio. El mismo Martínez, amigo personal, conocía las canciones, y eso quedó plasmado en el diálogo entre los dos:

– A ver con un tema comercial – bromeó Tanguito, mientras rasgueó la guitarra y rió.

– ¿Por qué no tocás “La balsa”? – le pide una tercera voz desde la cabina.

– No me hagas cantar eso, por favor – le responde Tango.

– Dijiste un tema comercial ¿no? Además es tuya “La balsa” – se vuelve a sumar Martínez.

– No, voy a cantar este…

– Además es tuya “La balsa”.

– No, no tiene nada que ver…

– Lo compusiste vos, en el baño de “La Perla” de Once. En el baño de “La Perla” de Once compusiste “La balsa”. En el baño de “La Perla” de Once compusiste “La balsa”. En el baño de “La Perla” de Once compusiste “La balsa”-, insiste Martínez, mientras los primeros acordes suenan y Tanguito interpreta de mala gana su tema.


Pedro Pujó, amigo de Tanguito, contó que el bolero “La Barca”, de José Feliciano, se escuchaba siempre en la casa de Caseros y que esa fue la inspiración de “La balsa”. Más allá de la idea, alguna frase suelta y los primeros acordes, Tanguito no la terminó en el primer intento. Una madrugada en la que andaban naufragando por las calles adoquinadas Tanguito le comenta a Litto Nebbia que tiene un tema, pero no lo pudo terminar. Cuando llegaron al bar “La Perla” fueron directo al baño, porque entre las mesas no se podía tocar la guitarra ni hablar fuerte porque había muchos estudiantes de la universidad que enseguida reclamaban silencio, y además el baño de caballeros tenían muy buena acústica. Tango quería dejar plasmada esas caminatas sin rumbo por las calles de la ciudad, que ellos le decían “naufragar”, momentos en que se contaban sus intimidades, sus proyectos, y comentaban películas, canciones y leían poemas, y le mostró a su compañero lo que tenía. Nebbia en ese momento estaba escuchando mucha música brasileña, bossa nova, que tenía una cadencia ideal para no levantar la voz y que nadie de la barra se enterara que ahí estaban haciendo música. “Chica de Ipanema” era lo que más le sonaba en la cabeza del músico rosarino y fue lo que influyó a la hora de agregar las nuevas partes a la estructura musical y a la letra. La canción quedó terminada en un rato, lo cantaron juntos y en ese momento apareció un mozo del bar que los echó del baño. Así, en mayo de 1967, nació “La balsa”, que en junio fue grabada por Los Gatos, la banda de Nebbia, y en julio salió a la venta con un éxito descomunal para los primeros rockeros, 250.000 discos vendidos. En la oportunidad Tanguito firmó con otro pseudónimo: “Ramsés VII”. Luego de “La Balsa”, surgió el grupo Los Náufragos (Quique Villanueva y Pajarito Zaguri), que graba entre otros éxitos “Vuelvo a naufragar”, que contiene la misma temática que la canción de Nebbia-Iglesias, pero más naif. El término “naufragar” era habitual en la época, como divagar por las calles con los amigos.

En los estudios

Por el éxito de “La balsa” lo convocaron a grabar, y así en octubre de 1967 realizó la grabación de doce temas, algunos de su autoría como “Lo inhumano”, “Vociferando”, “Sutilmente, a Susana”. Se agregaban otros como “La historia de una muchacha” (Billy, el náufrago) (en co-autoría con Luis Costa, y un riff de guitarra que recuerda a “Cerca de la Revolución”, que Charly García va a componer dos décadas después), “Amor de Primavera” (en co-autoría con Hernán Pujó), “Soldado” (Moris), “El hombre restante” (en co-autoría con Javier Martínez), “Yo no pretendo” (Moris). El disco, que apenas tiene la categoría de demo, sin arreglos y apenas con una guitarra, se mantuvo inédito más de cuarenta años.


Hacia 1968 Tanguito graba un simple como solista, incluyendo los temas “La princesa dorada” y “El hombre restante”. El músico no quedó conforme porque en RCA le agregaron arreglos. Una orquesta, que dirigía Horacio “Malveta” Malvicino, mejora el tema de manera notable, pero Iglesias no estuvo de acuerdo cómo salió a la calle a difusión y venta. Malveta contó que recibió a Tanguito en su casa, quien entró de muy mal talante, con una herida en un brazo por lo que lo llevó a curar a un centro médico y de vuelta a su casa escucho las dos canciones en la voz del músico. Tomó apuntes de las notas y los tonos, días después recibió la grabación de la compañía y le agregó sus arreglos de violines, viola y chelo. “Siempre me quedé con la duda de si, al acompañarlo, no lo molestaba demasiado con la orquesta”, dice a casi medio siglo de la grabación. Tanguito quedó atado por contrato a la RCA, y tardó en meterse en un estudio, aunque siguió creando. Jorge Álvarez, creador del sello “Mandioca”, donde se grabaron muchos discos de aquellos primeros artistas del incipiente rock local, le ofreció grabar un disco. Y a pesar de los desencuentros con los músicos invitados, se logró una grabación fresca, auténtica, e inspirada. Ese mismo año, 1970, Álvarez publicó el compilado Pidamos peras a Mandioca, donde se incluyó uno de aquellos temas: “Natural”.


Además del tema con Nebbia, compuso otras canciones con algunos de sus amigos de “La Cueva”, y eso lo colocó en el centro de la movida musical de fines de la década de 1960. ¿Por qué no avanzó en su carrera musical? Está en el momento justo, con simples en la calle, con un éxito comercial, con una poesía arriesgada, pero no pega el salto. Los Manal grabaron sus discos; Moris no solo grabó sino que se casó y formó una familia; Nebbia no dejó de experimentar nuevas formas, estructuras musicales novedosas, y diversas formaciones. Pero él siguió naufragando, pegado a la rutina que había adquirido en “La Cueva” o en “La Perla”, yendo de aquí para allá, regresando a veces a Caseros, a la casa familiar. Su manera hippie y anárquica, la vestimenta informal, un pelo largo y enrulado, además de su guitarra callejera, provocaba y molestaba a los cánones de la sociedad en la que gobernaba la dictadura del ultracatólico general Juan Carlos Onganía, donde eran reprimidos trabajadores portuarios, apaleados los universitarios y allanados los hoteles alojamientos. En ese ambiente agobiante, Tanguito fue detenido en varias oportunidades, siendo un habitué en algunas comisarías, detenido por tener pelo largo o vestirse de una manera distinta.

Un personaje de El Flaco

El padre de Tanguito era español, carpintero y, cuando vio que su hijo dejaba el Colegio La Merced, donde hacía el secundario, lo anotó para que aprendiera jardinería en el Botánico de Buenos Aires. Pero el muchacho estaba todo el tiempo con la guitarra, así que el viejo se ponía de pésimo humor cada vez que veía que vagaba todo el día, yendo aquí, allá y a todas partes, y no trabajaba. Pero más se enfurecía cuando llevaba a sus amigos, algunos hippies cordobeses, otros integrantes de una banda rosarina (Los Gatos).


“No quiero ni gatos ni perros, esto no es una sala de ensayos, se van afuera”, decía el Gallego José apenas llegaba del trabajo. Y Los Gatos con Tanguito iban a tocar la guitarra al patio, en Caseros. Cuando caía la noche se encerraban en la pieza de “Ramsés”, donde el sol los sorprendía entre charlas, música y sueños.


Juana, la madre, era una persona muy dulce, hija de una caboverdiana que dejó África para buscar un destino más venturoso en la Argentina. Su hijo heredó los rulos pequeños y negros, y la piel revelaba la negritud. Cada vez que los amigos de Tango llegaban a visitarlo ella les preguntaba si habían comido, y si era necesario cocinaba para la troupe. Ciro Fogliatta rescata esa dignidad de Tango de invitar a sus amigos a su casa, y la actitud de la madre como mujer pobre, honesta y dada, que los trataba a todos con mucho amor, y no dudaba en sacar hasta lo último que tenía para darles de comer a todos.


“El padre era bravo, estaba en desacuerdo con nuestras incursiones, y una vez me escondí debajo de la cama para que no me viera”, recordó el tecladista de Los Gatos.


Tanguito tenía discos en su casa, y no siempre los compraba sino que los “expropiaba” para escucharlos, estudiarlos y sacar estilos, ideas e inspirarse. José Feliciano, fue un músico que admiraba, pero su modelo fue Donovan, a tal punto que el hombre de cristal de “Amor de Primavera” es el personaje de la “Balada del hombre de cristal” del cantante folk británico. Donovan, de neta influencia dylaniana, empezó a ser conocido a mediados de 1960, y luego de sus primeros discos fue arrestado por posesión de drogas. En EE.UU. realizó un recital con el escenario adornado con 2.000 flores, y lo ubicaron como líder del flower power.


El asiduo consumo de drogas de Tango truncó su capacidad compositiva y provocaron caídas en seccionales policiales. La revista Así, de enero de 1968, le realizó una nota que se tituló: “Tanguito, el rey de los hippies”. Contó que él y sus compañeros eran víctimas de la persecución policial, y que de manera personal conocía al detalle las comisarías 15º, 17º y 19º. Luis Alberto Spinetta lo conoció mucho, lo recibía en su casa, y se desesperaba por la situación que vivía su amigo quien corría el riesgo de un síndrome de abstinencia, por lo que a veces se inyectaba: “estábamos en casa y muchas veces tenía que ayudarlo a picarse porque era terrible. Por ahí hasta era peor si no se picaba, porque se moría tanto como picándose”.


El Flaco escribió, en 1970, una ópera para Almendra, que iba a ser el segundo disco del grupo. Situaciones internas impidieron que el proyecto se concretara, pero lo interesante es saber que en el guión figuraba Tanguito como uno de los protagonistas. En el primer acto un mago de agua llegaba a una ciudad en búsqueda de la pureza, y consulta a un niño sobre cómo hallarla.


“El niño le indica que debe hallar cinco trovadores, que por orden de aparición eran Litto Nebbia, Moris, Tango (Ramsés), Roque Narvaja y Javier Martínez, y el sexto, que está loco, Miguel Abuelo, el último trovador”, cuenta Luis Alberto. La ópera fue archivada, y Tanguito fue encerrado en un neuropsiquiátrico, a instancias de la madre de una amiga que lo alojaba en Pueyrredón y Córdoba. La mujer, que trabajaba en toxicomanía, se lo sacó de encima de esa manera y fue la puerta fatal para el último naufragio. A algún uniformado coincidió en que el mejor tratamiento para las adicciones lo hacía el neuropsiquiátrico “Borda”, y allá lo mandaron. En mayo de 1972 hubo quienes se enteraron que Tango se había escapado del “loquero”, pero a su vez supieron que él había muerto en un accidente poco claro cerca de la estación Palermo, en Puente Pacífico. El tren pertenecía a la línea San Martín, que conducía a la estación “Caseros”, el lugar del músico.

Los que aman las comparaciones con lo europeo o lo estadounidense mencionan a Sid Barret, a Syd Vicius o a Jim Morrison como las almas gemelas de Tango desde lo fatal. En el Río de la Plata, desde la bohemia, podemos hacer un paralelismo con el uruguayo Eduardo Mateo, de Montevideo, poco interesados en las leyes del mercado. Algunas grabaciones del oriental recuerdan el clima que se vivía en el estudio con Tanguito. De todas maneras hay que reconocer que Mateo era muy cuidadoso de la música, consciente que sus grabaciones lo escuchaba un público, y no quería grabar cualquier cosa; en cambio el argentino era más desprolijo, pues tocaba igual en el estudio, en su dormitorio o en Plaza Francia.

El legado

De las dos grabaciones hechas por Tanguito, salió a la luz en 1973 la del sello “Mandioca”. La tardanza de 3 años para difundir la mítica grabación fue por el contrato de Tango con la RCA, lo que no impidió que Jorge Álvarez lanzara el simple “Amor de primavera” y “La balsa”, con Tango aún vivo. Fue así como Tanguito tuvo su propio disco pero nunca lo pudo disfrutar ya que se editó de manera póstuma.


Tango, el disco que grabó José Alberto Iglesias en 1970, editado en 1973, no es un proyecto elaborado sino apenas un demo, pero fue elegido entre los cincuenta discos más importantes de la historia del rock por más de 150 artistas encuestados por la revista Rolling Stone. Su recuerdo quedó como una leyenda, y en 1975 el trío Invisible, conducido por Luis Alberto Spinetta versionó “Amor de Primavera”. Se redondeaba así un ciclo que unía a “Palito” Ortega, “El Flaco” Spinetta y Tanguito, marcando a fuego el vínculo entre la música comercial con el rock progresivo.


Tanguito no fue una estrella fugaz, que solo escribió la frase: “Estoy muy solo triste, acá,/ en este mundo de mierda”. Citar solo esa frase es intentar opacar el resto de su obra, de sus intentos, de su trabajo por querer ser original, de su poesía, de su esfuerzo por pegar el salto de calidad. A los que les gusta estigmatizar a los jóvenes aceptan sin cuestionar la leyenda del hippie reventado, que se consume a través de diversos medios, y que la película Tango Feroz sintetiza, y a veces malversa, muy bien. Si nos quedamos en esa imagen del hippie, drogón, se está soslayando lo rico de esa historia, la del pibe morocho del conurbano que con una guitarra criolla inventó, junto a otros, un movimiento artístico que lo superó, lo supervivió y lo consagró como una de las figuras mitológicas.

Biografía

Fabián Domínguez es docente y escritor. En 1997 público la primera biografía de Rodolfo Walsh: Bitácora de un clandestino. Publicó en colaboración con Alfredo Sayus La sombra de Campo de Mayo y Apuntes del Horror. Dos libros que se ambientan en la costa bonaerense: Historia del Partido de la Costa y Los aviones negros. Su último libro es Tierra de Sombras, una serie de historias sobre militantes secuestrados en la zona de Campo de Mayo.