Al señor Don Gato
Y así es como caminaba dentro de los tejados, en la oscuridad, los ojos de luna y los pasos de sigilo. Dos virtudes para siete vidas. El gato complejo, completo. Mis ojos orbitándolos. Noches de insomnio y sol, de luna desfavorecida, de llamadas en la madrugada y calles húmedas. No me olvido de nada. Tengo ésa extraña capacidad de recordar todo, sobre lo que me ofende, sobre lo que me halaga, sobre todo, lo que me es indiferente. El gato maúlla y muge al tiempo, a la vez, en vez. Al revés. La vaca lo mira raro y él se hace el burro. La sangre hiede a mujer. Los espíritus se han consumido en el vino y la poesía en estos tiempos es una porquería. Cómo te extraño, Aldecoa, Baudelaire, Poe, Silva. Chifla y rechifla la hedentina en la ventana inundando de verde toda mi habitación. Soledad, boleros y vino. Borracho siempre leo, escribo sobrio y elucubro colocado sobre la silla, la que dejó mi padre olvidada. Fue a por unos cigarrillos pielroja. El mate está cebado, la luz es mortecina y la calle aún está húmeda. Mi madre duerme con su soledad a todo volumen. Mi perro ladra a las afueras. Hay helicópteros controlando la ciudad y el puerto revienta en olas mareando la realidad. Y el gato, aún contempla la hiena.
Siete es un número par. Yo, desvarío mis ojos mientras lo sonámbulo de la noche me hace suyo, una más. Qué haces despierta a ésta hora, madre. Le pregunto mientras voy a por un vaso de vino tibio para poder dormir. Está foquiada. Otra vez solo. El perro ya se calló. No tienen derecho a expresar su dolor y angustia a estas horas de la madrugada, es mejor en el día cuando las gentes se olvidan de ellos, cuando todos estamos ocupados en nuestras rutinas. Sordidez y estrechez. Las zetas me persiguen y yo las esquivo. Después de ingerir cierta cantidad de fármacos, recomiendan no dormir. Michu michu michu. Ronronea. Los automóviles que pasan por estas calles se tornan rojas y caen al azur mar. Se ahogan en humos y contaminan mis vistas. Me gusta ver por las ventanas enrejadas todos los disparates de la mañana. Es fácil entretenerse frente al puerto donde la garúa huye con la brisa en su idilio y permiten mojarme en mis noches de calor. Las mujeres que se escabullen como gatas en celo, frotando sus dorsos ante la serenidad del vaho me observan cuando saben que no hay clientes. Las miradas son fijas. Eso me lo dice el gato. Yo, y mi miopía, sostenemos las miradas aún sin saber de nuestra timidez. Cuando se demuestra, se destruye.
Cielo. Al tejado otra vez. Ya me estoy sintiendo cansado pero debo cuidarte, don gato. Debes entender que en ti proyecto mi sabiduría y curiosidad. Me gustan tus pájaros y cucarachas, me entretienen. La noche ahora está más fría y húmeda, más disidente y obtusa. La comida está lista. Mi madre se levanta al servicio, se sirve y se despacha. El puerto abre sus negocios mientras aquellas dulces mujeres gimen en la oscuridad chutándose la droga desmemoriada. Reproducción. Rebobinarían. Tienden a olvidarse de ellas mismas por el dolor de parir. No se saben como madres, se conocen libres y quieren seguir predicando, quieren seguir inmersas en las indiferencias de los hombres. Mis ojos se cierran. Me salvaré esta vez, me pregunto. Bajaré a acompañar a mi madre. Hay más vino en la nevera. No, lo usé para mi desayuno. Necesito más pastillas. Ayer te traje unas. No me alcanzaron. No pegaste el ojo en toda la noche, eh. Si me dormía, me muero. Yo me dormí pero se me olvidó tragarme la cantidad necesaria, llegué muy cansada. Mucho trabajo en el puerto. No, en la calle. Pasó algo fuera de la costumbre. No. A qué hora vendrás hoy. Despierta. Madre. Mamá. Despierta. Madre. Despierta. Mamá. Qué. Estabas quedándote dormida. Sí, ya desayuné. No huyas, madre, la noche nos espera. Tienes razón, hijo, hoy lo volveremos a intentar.
Esta noche llegará mi padre, lo sé. Me preocupa su desubicación, suele terminar buscando conchas en otras playas. La comida escasea y las costumbres nos ciegan. Soy blanco, pálido y rojizo. La noche, todavía es mía. No podemos dormir, no se nos es permitido. Comprendo a mi madre cuando no está él, la olvido en su presencia. La mañana se escucha a lo lejos y el gato huye del sol. Entra rápido, micho, ahí está tu regalo, me dice, gracias. Las mujeres se han ido y llegan los hombres a ocupar sus lugares. Está más frío allá, cerraré la ventana. La bulla inicia siempre a confundir nuestros silencios. Se acabó el vino. Ya apagaré la música. Todos se despiertan a estas horas. Camino y camino. Despierto, dormido, sonámbulo. Ojalá recuerde dónde se compran la droga. El perro ladra de nuevo, esta vez, con desesperación. Llega mi padre después de tantas semanas con pocos días. El perro retoza. Mi padre entristece. Cómo estás, hijo, dormiste. No, padre, lo superé. Tu madre. Ya sabes, salió. Durmió. Sí, un poco, no consumió lo acordado. Nos castigarán. Esperemos que no se hayan dado cuenta. Cuando les conviene, lo inventan. Realidad.
Es posible dormir durante el día, quince minutos. Yo acumulo días para dormir una hora. La pipa está lista, me trajiste los cigarrillos. Lo olvidé. Era tan sencillo, podría morir. Traje más vino. Servirá. Dos copas, más música. Las calles se acaloran con los pasos afanados, ufanados, maltrechos. El gato duerme. El perro ladra. La vaca se está desintegrando. El mar se aclara y el petróleo se decanta un poco. La tristeza tampoco se nos es permitida, como la alegría. Ya no se piensa, ya ni se sueña. Las mujeres tienen permitido dormir cinco minutos por respiración nocturna, los hombres durante el día. Es por el bien de la especie. Quieres más vino. No, iré a cuidar al gato. Saldrás esta noche. No tengo permiso, recuerda sólo una noche por mes. Necesitas más libros. No. Estaré en la cámara, por si me necesitas. A qué hora inicia tu proceso. Me la programaron para dentro de tres horas menos cuarto. El mío es después.
El gato se despertó y lame sus verijas. Yo intento hacer lo mismo pero todavía no lo logro. El puerto cerró un nuevo negocio con el país vecino. Habrá más libertad. El perro duerme junto al gato. Trajeron mañana otra vaca. Esta noche no dormí, mañana estoy listo. El gato sueña que corre, el perro chilla porque sueña. Sólo los machos sueñan y se reproducen. Las mujeres elegidas tendrán sus casas, hogares donde sólo habitarán dos hombres. La epidemia ha cesado. La sangre permanecerá un tiempo más sobre las calles, inesperado. Se reducirán las farmacias. Cuánto leíste anoche. Lo suficiente. Se dieron cuenta. Sí. Te dieron el certificado. Lo archivé ya. Es tu turno. Por eso bajé. Saldré a trabajar. No te olvides del pedido. Muy bien, hijo. La cámara es cálida. Me provoca náuseas. El gato sube, el perro se esconde. Aún me falta mucho para ser hombre. El dolor te hace más macho. Creo que la fuerza también. La programé, espero confirmación.
Juan Carajo es patojo de nacimiento. Melómano por pasión. Lector por necesidad. Diletante por antonomasia. Ingeniero por desocupado. Ha publicado su primera nouvelle La ciudad que nunca descansa (2014), ganadora del premio nacional de arte universitario de la universidad del Cauca (Colombia). Escribió relatos y formó parte del comité editorial de la revista MalaGana por dos años. Actualmente estudia una maestría en FILO (UBA).