Por Fabián Domínguez
Hace cuarenta años, el presidente de facto Jorge Rafael Videla hizo un balance de su gobierno en un reportaje antes de entregar el bastón de mando. Lo curioso es que no había nombre del sucesor y faltaban ocho meses para dejar la Casa Rosada. La venta de cereales a la Unión Soviética, los roces con EE.UU, el golpe de Estado en Bolivia, la irrupción del sandinismo, el secuestro de argentinos en Perú más que un balance indican los frentes de conflicto que el dictador afrontaba en ese momento.
Delgado, peinado a la gomina con raya a la izquierda, afeitado al ras pero con riguroso bigote castrense, ojos negros, mirada atenta y fría, prolijo; no se conocen muchas fotos del dictador Jorge Rafael Videla de entrecasa, o desalineado. Su vida transcurrió en cuarteles y su cuidadoso arreglo cuartelero no es para ir a la guerra sino para un desfile militar. En ocasiones viste de traje, como cuando visita a otros mandatarios en el exterior, o como el día que Latinoamerican Broadcasting le hizo una entrevista exclusiva en el mes de julio de 1980. Videla estaba punto a punto de cumplir 55 años y faltaban 8 meses para dejar el poder, el 31 marzo de 1981. No habló de fecha de apertura democrática porque “el Proceso no tiene tiempos sino objetivos que cumplir”.
La dictadura tomó el poder por la fuerza en marzo de 1976, instituyo a la Junta de Comandantes como máxima autoridad, integrada por los jefes del Ejército, la Aviación y la Marina, y esos tres hombres elegían democráticamente al presidente. Videla tenía dos cargos, presidía el país y era miembro de la Junta, hasta que en 1978 dejó el cargo de Comandante al general Roberto Eduardo Viola, mientras él seguía como jefe de Estado. El Dictador dijo en la entrevista que al asumir “la Argentina era un caos en lo político, en lo social y en lo económico, y había que poner orden, autoridad en la anarquía y paz en la violencia, y mi etapa fue de reordenamiento básico”. Para evitar nuevas intervenciones militares, no descartó que en un futuro gobierno democrático las Fuerzas Armadas ocupen un sillón permanente en el gabinete. El periodista interviene con una agenda pautada, sin preguntas incómodas, sin repreguntas, solo dando el pie para que el dictador se explaye. Por eso no indaga sobre lo que Videla entiende por reordenamiento básico, pero es claro que se refiere a la apertura económica a un neoliberalismo especulativo, la aplicación del terror en las calles desde lo social, y la persecución, desaparición o exilio de los opositores en lo político.
El militar consideró que todo está en orden como para mirar para adelante y no revisar el pasado, y el periodista pidió que explique la política de “borrón y cuenta nueva” que propone en materia de derechos humanos. “La Argentina sufrió la agresión del terrorismo subversivo para cambiar nuestro estilo occidental y cristiano. Aceptamos el reto de la guerra con un saldo de muertos, prisioneros y desaparecidos. Me llena de orgullo que las Fuerzas Armadas hayan vencido a la subversión y gocemos de paz, libertad y respeto por la dignidad de los hombres. Pagamos un precio muy caro y el pueblo argentino estuvo de acuerdo, por eso no hay que agitar más este problema, ni dar razones a quienes nos quieren juzgar desde afuera. La Argentina es algo más que un conjunto de desaparecidos”, respondió. Las manos de Videla se agitan en el aire mientras responde, sentado en un sillón, en un amplio salón, conversando cuestiones de Estado. Todo sería normal si no fuera que detrás de la respuesta flota el cinismo de un hombre que tiene sus manos manchadas de sangre, de un genocida que encabezó una política represiva clandestina, donde se permitió el secuestro, la tortura, la desaparición, el funcionamiento de centros clandestinos de exterminio, vuelos de la muerte que arrojaban prisioneros al río de la Plata o al Delta del Paraná, o tiraban los cuerpos en fosas comunes como NN. Nada dice del robo de bebés, a pesar que desde 1977 hay un grupo de mujeres que reclaman por sus hijas embarazadas, secuestradas y que dieron a luz en cautiverio.
La guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética estaba caliente en América Latina, y las actitudes estadounidenses confundían al gobierno. Los militares argentinos se consideraban defensores de los idearios occidentales, pero la gestión de James Carter los atacaba con la reducción de ayuda en armas, los obligaba a firmar el pacto de no proliferación de armas nucleares, les pedían que no vendieran cereales a la Unión Soviética por la invasión a Afganistán o enviaban a Patricia Derian, secretaria de Derechos Humanos, a verificar las denuncias sobre el funcionamiento de campos de concentración. Carter asumió en enero de 1977, y desde entonces Videla vocifera que su gobierno defiende al occidente cristiano, pero la principal potencia de occidente le da la espalda, cuestiona los métodos de represión ilegal y reclama por desaparecidos en el país. El gobierno militar omitió responder los reclamos y el único gesto a favor del boicot contra Moscú fue no enviar una delegación deportiva a las olimpiadas.
Videla consideró que Estados Unidos no fue la excepción en la campaña internacional de difamación contra la Argentina y por eso se enfriaron las relaciones. “Argentina es occidente y Estados Unidos es líder de occidente, y eso lo reconocemos, pero no queremos que nos marginen sino que nos vean como amigos”, reclamó. El quid de la cuestión fue el bloqueo comercial a la Unión Soviética, que encabezó Estados Unidos y benefició a la Argentina, por la oportunidad de vender mayor cantidad de cereales. “No nos queremos aprovechar del vacío de cereales que deja EE.UU. para con la Unión Soviética. Vendemos lo que siempre vendimos y crecen nuestras ventas porque hay un mercado en expansión”, dijo. El secretario de Agricultura, Jorge Zorreguieta, aseguró que la Junta Nacional de Granos vendería las mismas toneladas que años anteriores, pero que el mercado estaría libre para que los exportadores privados argentinos respondieran a la solicitud de Moscú de más cereales.
Videla no se ríe, no sabe reírse. Quiere resultar simpático y no le sale. Cuando intenta una sonrisa el mentón se le va para abajo, y le sale una sonrisa de hiena. Su postura es rara, no es erguida como lo hace frente a la tropa o sus pares, sino que tiene una curvatura que quiere simular un gesto de humildad, pero en realidad está agazapado. Su voz es contenida, trata de ser suave y amable, reduciendo el énfasis que aplica en discursos oficiales o las arengas en una plaza de armas.
Dentro de las discrepancias con la administración Carter surgió el apoyo argentino al golpe de Estado del general García Meza en Bolivia. Desde la OEA, Estados Unidos sumó a un grupo de países, entre los que estaban Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú para condenar el golpe militar, pero la Argentina se abstuvo con el argumento del respeto a la autodeterminación de los pueblos. Videla manifestó en público su simpatía con el cuartelazo, la Argentina fue el primer país del mundo en reconocer al nuevo gobierno y de entrada trascendió la participación del país en el derrocamiento de la presidenta Lidia Gueiler. El sello de la metodología de los genocidas argentinos quedó grabado en La Paz con secuestros y asesinatos. Carter suspendió la visita a la Argentina del subsecretario de Asuntos Hemisféricos, dejó la embajada a cargo de un funcionario de menor rango y pospuso la designación del nuevo embajador para después de las elecciones, a realizarse a fin de año.
“Argentina no fue promotora del proceso militar en Bolivia. Es cierto que reconocimos al nuevo gobierno político y vamos a seguir ayudando en lo económico. También reconocimos al nuevo gobierno de Nicaragua, como lo hizo Estados Unidos”, dijo Videla, a la vez que introdujo la toma del poder del sandinismo en América Central. Son dos temas que no solo involucra el Plan Cóndor, la coordinación de la represión clandestina de las dictaduras latinoamericanas del Cono Sur, sino que de manera velada dejó entrever la injerencia de la Argentina tanto en Bolivia como en América Central, y aunque no lo dijo se sabe que fue con el Batallón de Inteligencia 601. “Nos preocupa que lo de Nicaragua se expanda como una mancha de aceite. Hoy es un país, mañana pueden ser tres –se refiere a El Salvador y Guatemala–. Nos preocupa, como nos preocupaba Bolivia, por eso vimos lo que pasó allí con simpatía, sin que hayamos propiciado nada”, insistió el dictador.
Otro ítem que le preguntó el cronista fue sobre la suspensión del viaje a la asunción del presidente electo de Perú, Fernando Belaunde Terry, pautado para el 28 de julio. Las razones de la suspensión fue que Manuel Ulloa, un delegado del nuevo mandatario, le solicitó que no fuera por los incidentes ocurridos en Lima durante ese mes, cuando fuerzas especiales argentinas secuestró un grupo de personas. La patota recibió apoyo de fuerzas represivas peruanas en el secuestro de Noemí Giannetti de Molfino, María Inés Raverta y Julio César Ramírez, quienes fueron llevadas a la frontera con Bolivia con la intención de seguir camino a la Argentina. Con un argumento conspirativo Videla explicó que no fue a Perú para no enturbiar las relaciones, que es lo que quiso preservar, ante la posibilidad de que alguien quisiera aprovechar esa circunstancia para generar escándalo. El dictador fue más allá y demostró que conocía el tema de los secuestros al dedillo.
“Ese hecho debiera contestarlo Perú. Ocurre en Perú con señores que se introducen clandestinamente, son descubiertos y después deportados. Eran cinco nombres que andaban por allí, uno aparece muerto en España, acompañado de dos más que coinciden con los que habían desaparecido, entre comillas, porque no eran tales. Otro aparece en México. Fíjese que no es muy distinto a algunos que aparecen en esta lista de desaparecidos y después aparecen en Europa, tomando un micrófono y hablando mal de Argentina”, explicó en detalle. En realidad el dictador sabía cada paso de la operación pues el objetivo último era secuestrar al segundo comandante de Montoneros: Roberto Cirilo Perdía.
La dictadura tuvo papelones internacionales con sus servicios de inteligencia que operaban fuera del país, como el del Centro Piloto París cuando descubren al marino Alfredo Astiz espiando a los exiliados, o el de la Operación México, intento para eliminar a los jefes de Montoneros a través del secuestrado Tulio Valenzuela, con la detención de los oficiales que estaban en la capital azteca. El caso de los secuestros en Lima empezó con la caída en Buenos Aires de Federico Frías, quien reveló bajo tortura que tiene una cita en Lima con Perdía, a través de un contacto. El jefe del Ejército, Leopoldo Galtieri, pidió permiso y colaboración al jefe del Ejército peruano para hacer un operativo. No solo recibió respuesta positiva sino que armaron a los represores argentinos un centro clandestino para torturar a los secuestrados. Corría el último mes de gobierno del dictador Francisco Morales Bermúdez. Así un grupo de tareas llevó a Frías a Lima y el 12 de junio lograron la caída de María Inés Raverta en la cita envenenada, y más tarde llevan el operativo a una casa donde secuestraron a Julio César Ramírez. Logran la dirección de una casa en el barrio Miraflores luego de horas de tortura a Raverta, y van en busca del pez gordo, pero al llegar encuentran a Noemí de Molfino. El comandante montonero Perdía se retiró un rato antes junto a su esposa. En la calle estaba el adolescente Gustavo Molfino, hijo de Noemí, quien al llegar al barrio se sorprendió al ver hombres armados en una zona muy tranquila, de clase media alta, después no salía de su asombro cuando el grupo de tareas entro de manera violenta a su casa y, ya escondido detrás de un árbol, vio impotente el secuestro de su madre. El 19 de julio, en un hotel de Madrid, apareció el cuerpo envenenado de Noemí. Para el presidente Belaunde Terry el escándalo crecía día a día, y le pidió a Videla que no asistiera a su asunción.
Hace cuarenta años Videla quiso aprovechar una entrevista para instalarse mejor y consolidarse como el gran elector de su sucesor. En septiembre la Junta de Comandantes revelaría el nombre del nuevo presidente, pero las internas prolongaron la designación hasta octubre. La Marina no apoyaba al hombre del Dictador y proponía buscar otros nombres, aunque no fueran marinos. Los debates fueron ásperos, y varios generales querían ascender un escalón más antes de retirarse. La Fuerza Aérea volcó la decisión a favor del hombre del Ejército y Roberto Eduardo Viola fue el nuevo hombre fuerte, pero gobernó el país apenas ocho meses.
Al responder lo que haría al dejar el poder, Videla hizo una declaración de principios:
– Los presidentes de Estados Unidos terminan su mandato y dicen que se van a pescar. ¿Qué hará usted?
– No sé pescar, yo tengo vocación de servicio.
En caso de no funcionar el video en esta página el reportaje se puede ver completo en: https://www.youtube.com/watch?v=tfESiQI_cYA
Fabián Domínguez es docente y escritor. En 1997 público la primera biografía de Rodolfo Walsh: Bitácora de un clandestino. Publico en colaboración con Alfredo Sayus La sombra de Campo de Mayo y Apuntes del Horror. Dos libros que se ambientan en el la costa bonaerense: Historia del Partido de la Costa y Los aviones negros. Su último libro es Tierra de Sombras, una serie de historias sobre militantes secuestrados en la zona de Campo de Mayo.