por Ezequiel Bados
Vos estás trabajando en la Universidad Diego Portales y uno de tus proyectos de trabajo tiene por objetivo cartografiar las actividades de literatura electrónica/digital que existen en Latinoamérica. En ese sentido, una de las preguntas más importantes que se impone tiene que ver con la cuestión del archivo.
Ha sido algo sobre lo que hemos reflexionado bastante. Este proyecto parte en el año 2018, es un proyecto de cuatro años, y la idea efectivamente era reunir las distintas literaturas que se han ido desarrollando en Latinoamérica (literaturas digitales) desde fines de los 90’ en adelante. Nosotros hicimos una diferenciación entre lo que es la literatura electrónica, que puede trabajar con tecnologías analógicas, y lo que es la literatura digital, que propiamente trabaja con algoritmos, programación y ahora último se han ido uniendo aquellas que aparecen en las redes sociales (aunque nosotros no incluimos esas: nosotros incluimos, por ejemplo, hipertextos, hipermedia, poesía de código, etcétera). Teníamos dos objetivos: uno, reunir en un solo lugar lo más que pudiéramos de estas literaturas; porque tú sabes que éstas literaturas están dispersas en las páginas web de los autores, son difíciles de encontrar, entonces decíamos “bueno, esto puede servir a investigadores, a gente que le interese leer este tipo de literatura, conocerla, usarla en los colegios para fomentar la creación literaria digital”, en fin. El otro objetivo de la cartografía tiene que ver con visibilizar la producción literaria digital en el contexto de la literatura global; porque pareciera que cuando tú vas a congresos en Estados Unidos o en Europa pareciera que aquí no se está haciendo prácticamente nada y nosotros llevamos, al menos, recopiladas como 180 literaturas digitales en español y estamos colaborando con una investigadora brasileña, que recopiló alrededor de 100 o 110 obras de literatura digital en Brasil. Entonces, esos eran los dos objetivos. La cartografía se compone de una visualización de todo esto que recopilamos en donde la gente va a poder navegar estas obras, entrar a una descripción de las obras y luego van a poder irse a un archivo de estas obras y ahí es donde nosotros hemos tenido el principal problema porque, en el fondo, la pregunta es ¿Cómo tú preservas estas obras que han sido hechas en tecnologías que han sido creadas para desaparecer? El software en el cual son realizadas, o muchas veces los lenguajes, quedan obsoletos rápidamente. Y por lo tanto nos encontrábamos con que recopilábamos obras y después queríamos entrar y la obra ya no estaba disponible, ya sea porque el autor la había bajado o porque el software había quedado obsoleto, etcétera. Nuestra intención al comienzo era simular estas obras en algún programa o rehacerlas. Pero en el camino y conversando con autores y autoras nos dimos cuenta de que eso también era problemático, en el sentido de que podíamos llevar una obra a otro formato (eso es un trabajo caro y bien trabajoso) pero nada nos aseguraba que eso fuera a permanecer en unos, incluso, cinco años más. Entonces, finalmente decidimos guardar las obras en otros formatos: en imágenes o pantallazos de las obras, videos de las obras, y tenemos algunas obras que están en formatos descargables ejecutables en el computador. Eso es, más o menos, lo que nosotros tenemos en el archivo. Pero eso nos hizo reflexionar sobre el mismo concepto de archivo, es decir, cómo vamos a entender el archivo hoy día cuando estamos trabajando con obras que, en su materialidad, no están hechas para permanecer en el tiempo. Y el archivo lo que busca es hacer permanecer en el tiempo lo que recolecta. Entonces, finalmente, por eso nos decidimos por dejar registros de estas obras, de su existencia. No tanto de guardar los originales o de rehacer los originales, sino más bien ir dejando registros: imágenes, videos, documentación, entrevistas con autores para que nos cuenten cómo eran las obras, que ellos mismos las naveguen. Así fuimos tratando de solucionar un poco el problema, y en eso estamos ahora.
De alguna manera pasaron de hacer un archivo a hacer un testimonio…
Exacto, es como un testimonio de la existencia de esa obra. Y en ese sentido, también es súper bonito porque nos lleva a plantear esta idea: de que estas son obras de la impermanencia, pero que igual permanencen a través de estos testimonios, estos registros.
También se nos invita a reflexionar sobre la idea de que esta cualidad de la “perdurabilidad” es, en rigor, una cualidad de una materia productiva (el libro, el códice) –el cual habría que ver en qué medida también es perdurable– que está naturalizada, pese a no ser el único modelo productivo que existe. Sin embargo, hoy en día los diversos software que quedan descontinuados pueden recuperarse con emuladores…
Sí, nosotros pensamos en los emuladores, pero ahí topas con el financiamiento, con tener personas, investigadores, que se interesen por hacer este tipo de cosas (que fue también uno de los obstáculos; por ejemplo, no encontramos investigadores del área de computación y que supieran programación y que se interesaran por proyectos de preservación de estas producciones culturales literarias). También nos encontramos con que, por ejemplo, algunos ingenieros en computación jóvenes no conocían los lenguajes antiguos de programación. Por ejemplo, Flash ya les parecía lenguaje antiguo. Y no lo habían aprendido. Entonces, hay una serie dificultades ahí. Pareciera que es muy fácil, y pareciera que todo queda en Internet, pero finalmente no es así. Los mismos conocimientos van quedando obsoleto (lo que yo te decía con esto de los lenguajes de programación: los jóvenes ingenieros de hoy no están conociendo los lenguajes más antiguos ¡y que no son tan antiguos tampoco! Son del 2000, 2005).
En ese sentido, la pregunta que me gustaría hacerte tiene que ver con lo siguiente: ¿Cuál considerás que es el rol del Estado en todo esto?
Yo creo que los Estados no han pensado mucho en cómo preservar la cultura digital. Lo poco que conozco de Latinoamérica y lo poco que conozco acá en Chile, principalmente, no hay políticas estatales que estén dedicadas a preservar la cultura digital. Por ejemplo, pensemos, ahora mismo, en la pandemia. Todo el material de imágenes, por ejemplo memes, gifs, que han aparecido en torno a la pandemia y las consecuencias sociales y políticas y nos hablan mucho del contexto en el que estamos viviendo, ya son documentos históricos. En el futuro van a ser documentos históricos y por ejemplo nos van a decir cómo actuó el gobierno (en este caso, Piñera) en el contexto de la pandemia. O pensemos en el estallido social en Chile. Aparecieron muchas imágenes, muchos memes, muchos gifs, que circularon a través de redes sociales y mensajería y ¿qué pasa con todo ese material? No hay una política que esté pensando en preservarlas. En preservar estas imágenes que son documentos históricos. Hay ciertas iniciativas individuales de algunos colectivos (por ejemplo, acá hay uno que se llama Archivando Chile, que uno les pueden enviar por distintos medios, imágenes y noticias de lo que está ocurriendo y ellos van armando un archivo), pero no hay una política estatal. Yo creo que los Estados no se han preocupado por el tema digital suficientemente, y menos se han preocupado por el tema de los datos, la privacidad…
Ahora se está laborando, en Chile, una política de inteligencia artificial que más bien está orientada hacia la innovación; no tanto en pensar los aspectos culturales y sociales de la inteligencia artificial. No hay preocupación sobre eso. Hubo políticas, que no han funcionado muy bien, con relación al acceso a las tecnologías, pero que solamente se toma en cuenta el acceso material pero no, por ejemplo, la alfabetización. Son políticas que todavía están muy en pañales, que no se han implementado bien, que no han llegado a toda la población. Menos se van a preocupar de la cultura, que aquí en Chile, por lo menos, tiene un presupuesto muy bajo dentro del Estado.
Hay algunas iniciativas estatales de preservación digital pero que más bien tienen que ver con digitalización. No están orientadas a pensar la cultura digital propiamente dicha. Yo creo que eso también pasa a nivel latinoamericano. Y pienso que el Estado tiene que empezar a pensar la cultura digital, porque lo que está ocurriendo hoy día, todas esas imágenes, todos esos textos que vemos aparecer en las redes, están hablando de un momento político, histórico, cultural, que nos van a dar luces en el futuro respecto a lo que ha sido hoy día. Y la verdad es que creo que los Estados han estado muy poco preocupados de ese tema.
Ya que mencionaste el estallido social en Chile, ¿en qué medida se organizó el colectivo de científicos e investigadores luego del estallido social?
Eso es bien interesante porque en el fondo venía un movimiento bien grande, bien importante en Chile, de investigadores (no sólo científicos sino también de las áreas de humanidades, sociales, artes… yo misma pertenezco a una asociación de investigadores en artes y humanidades) que veníamos presionando por un mayor rol en la política pública, principalmente y visibilización de lo que se está haciendo en Chile en términos de, por ejemplo, poner en cuestión el modelo de desarrollo extractivista (y cómo desde la investigación podíamos aportar a pensar ese modelo de desarrollo y a transformarlo). Entonces, como te decía, este es un movimiento de distintas organizaciones que viene funcionando desde hace varios años y que impulsaron, de alguna manera, el surgimiento y la creación del Ministerio de Ciencias, Tecnologías, Conocimiento e Innovación, que se instaló en Chile en el 2018. Durante el estallido, nosotros nos empezamos a preguntar, “bueno, digamos que las humanidades, los investigadores en sociales, los investigadores en artes, más o menos estamos vinculados en lo que tiene que ver con pensar los movimientos sociales, las subjetividades, las narrativas de los actores sociales y sus manifestaciones políticas”… pero desde la ciencia también se empezaron a preguntar ¿cuál es el rol nuestro aquí? ¿cuál es el rol que podemos tener nosotros dentro de esta efervescencia social que resulta de un descontento con cómo se ha ido desarrollando el país a este momento (y que generaba una serie de desigualdades no sólo económicas)? Principalmente el estallido es por una cuestión más bien simbólica. Es por la desigualdad de trato, de acceso a los distintos bienes, etcétera. Nos empezamos a preguntar esas cosas y se formaron una suerte de cabildos en donde se reunían distintos investigadores de distintas áreas para pensar cómo nosotros podíamos participar de este proceso. Y finalmente lo que ha resultado es involucrarnos en todo el proceso constituyente que surgió del estallido y que tiene con cambiar la constitución; con hacer otra constitución en Chile… que de hecho, ahora en abril teníamos una votación para elegir constituyente y ahora ya se está discutiendo si es que vamos a poder esas votaciones o no. Pero en el fondo, cuál es el rol. Una de las cosas que nosotros hemos pensado es, justamente, nuestro rol es fomentar un pensamiento crítico respecto a cómo nosotros podemos, desde la investigación, transformar y pensar el modelo de desarrollo. Porque esa es una de las cuestiones que más han aparecido en el descontento social. Cómo, por ejemplo, hacer más intensivo ese modelo, en utilizar las capacidades instaladas, en investigación en nuestro país. Cómo hacer que el conocimiento llegue a todo el mundo (el conocimiento abierto). Cómo vincularnos mejor con la ciudadanía para fomentar, desde el pensamiento crítico hasta cierto pensamiento más creativo que los lleve a hacerse preguntas, etcétera. El estallido sirvió para pensar nuestro rol pero también para mirar cómo nosotros nos estábamos relacionando con la sociedad como investigadores.
Teniendo en cuenta que la literatura digital nace debido a un cambio en la estructura capitalista (lo que algunos autores, como por ejemplo Vercellone y otros, han llamado “capitalismo cognitivo”) y que esta reflexión sobre la transformación del modelo de desarrollo, que surge del estallido social, existe, también, dentro de ese cambio de paradigma, ¿Cuál es el rol que tienen que tener las artes digitales dentro de esa propuesta transformadora del modelo de desarrollo?
Yo creo que son varias cosas ahí. Una es pensar el desarrollo de las artes digitales (y de la literatura digital en particular) de una manera situada. Es decir, cómo estas literaturas se vinculan y dan cuenta, al mismo tiempo, de una cierta relación con la tecnología que nosotros tenemos en Latinoamérica que es distinta a la relación que tienen con la tecnología los europeos, los estadounidenses, los chinos, y otras regiones del mundo que tienen condiciones de existencia material distintas. Nos ayuda a pensar esa relación con la tecnología de una manera situada: pensar las apropiaciones tecnológicas, pensar los imaginarios tecnológicos y pensar cómo eso se vincula con una manera de entender la tecnología dentro de nuestra propia cultura. Nosotros no somos consumidores sino que también desarrollamos ciertas tecnologías. Yo creo que, por ejemplo, en nuestra región, y sobre en las literaturas digitales, podemos encontrar que los autores se las ingenian de alguna manera, a través de la piratería o de crear sus propias tecnologías, para desarrollar estos artefactos. Eso nos lleva a pensar una relación distinta con la tecnología y también cuestionar una cierta visión moderna homogeneizante de cómo debería ser la relación con la tecnología. Por otra parte, la literatura digital particularmente, aunque podríamos extenderlo al arte digital, si bien al utilizar estas tecnologías que son desarrolladas dentro de un cierto contexto capitalista al mismo tiempo, las artes y la literatura, no sólo reflejan lo que está ocurriendo en le mundo sino que nos devuelven una imagen de ese mundo. Entonces, yo creo que por eso es importante estudiar estas apropiaciones de la tecnología en estas áreas; cómo se está pensando la relación humano-máquina en estas áreas, en el contexto particular latinoamericano. Eso es un trabajo que se está haciendo y en el cual hay mucho por hacer aún. Pensar desde un pensamiento decolonizador de la tecnología y yo creo que las artes digitales nos invitan a pensar cómo esto nos afecta como latinoamericanos.
¿Cuál es el estado de la cuestión que hacés de las producciones de la literatura digital hoy en día en el contexto latinoamericano?
Mira, yo creo que la producción literaria digital ha crecido exponencialmente. Cuando yo partí en esto (que partí en el año 2007, más o menos) me costó mucho encontrar literaturas digitales. Costaba encontrarlas porque cada autor las tenía en su sitio, a veces se les caían, etcétera, pero habré encontrado unas quince… veinte. Hoy en día, en el archivo que estamos armando, llevamos 180, más las de Brasil que son 100, más o menos, así que vamos aproximadamente entre las 280, 300 obras de literatura digital (sin incluir en estas las que se están desarrollando en las redes sociales). Entonces, ha habido un crecimiento exponencial pero todavía es una cosa muy de nicho. Es un tipo de literatura que se impulsa, sobre todo, desde la academia, desde algunos escritores y autores más experimentales y que no llega y no ha llegado (y quizás no van a llegar) a un público masivo. Están como en un terreno más de lo experimental. Quizá las que son más masivas, y yo creo que hace falta más investigación ahí, son las de redes sociales. Esas quizá son más masivas. Tienen otra lógica, son escrituras colaborativas y yo creo que falta investigación ahí acerca de cuál es el estado de esa literatura en Latinoamérica. Pero dentro de las que yo estudio siguen manteniéndose como algo más de nicho.
En el caso de las redes sociales, ¿en qué medida considerás que el medio –por ejemplo, Instagram- condiciona la materialidad de la escritura y en qué medida esa escritura puede condicionar la materialidad de su medio?
Yo creo que efectivamente hay un cambio ahí. Primero es un cambio que tienen que ver con las condiciones de la recepción. En el fondo, sobre todo la literatura en redes es mucho más colaborativa (puedes comentar, intervenir etcétera, sobre todo las que se dan en hilos de Twitter)… Twitter ya condiciona la materialidad al limitar la cantidad de caracteres. Se van armando hilos para cuestiones más narrativas y en caso de la poesía predomina la poesía de bots. En el caso de Instagram hay un cambio ahí en términos del monopolio que tiene la escritura alfabética sobre la literatura. Porque ahí hay un predominio de la imagen. Esa es otra de las condiciones que cambian en la literatura digital. La escritura alfabética pierde su monopolio y empiezan a entrar otros lenguajes: el de la imagen, el sonido, la imagen en movimiento, etcétera… Además, también está ésta condición de la escritura que es hipertextual, que se va extendiendo, en donde tú puedes conectar distintos fragmentos. Esa es la base material de la literatura digital: el hipertexto. El mismo lenguaje de código, que quizá no es tan evidente en las redes sociales porque tú para hacer literatura en redes sociales no necesariamente necesitas programar, a diferencia de los hipertextos, los hipermedia, la poesía de código en donde sí hay un trabajo directo con el lenguaje de código, pero también ahí es importante preguntarnos cuál es el status de ese lenguaje y cómo condiciona la creación literaria. Cómo la condiciona pero al mismo también la expande a explorar otros espacios de poética. En el caso de Instagram también está una cuestión que a mí me parece fascinante que es la poesía en historias. Eso ya yo creo que es manifestación máxima de la impermanencia, es como una especie de happening. Un poema que dura 24 hs. Por otro lado, en la otra pregunta de cómo esto establece ciertas condicionas a la tecnología, yo creo que efectivamente lo que se hace es resignificar la tecnología. Permitirnos pensar qué es lo que podemos hacer más allá de para lo que estas tecnologías fueron pensadas. Porque estas tecnologías son pensadas y creadas en un sistema capitalista donde hay un modelo de negocio, donde están pensadas para ciertas, y no están pensadas para la creación sino para la comunicación. Pero aquí lo que hacen los autores es un ejercicio de apropiación y resignificación y eso nos cambia a nosotros en términos de sujeto la percepción y las narrativas que vamos construyendo respecto a las tecnologías. Desde mi punto de vista, uno no puede desentenderse del rol social que tiene la literatura y el arte: generar nuevas narrativas, nuevos modos de percepción, que nos permiten apropiarnos de las tecnologías y utilizarlas de otra manera.
En El amor por la literatura en tiempos de algoritmos, Hernán Vanoli sostiene la tesis de que, en el contexto de la literatura que circula en Internet –por ejemplo, redes sociales- hemos dejado de consumir textos para pasar a consumir autores (el autor se convirtió en su propia “obra de arte bioprofesionalizada”) ¿Estarías de acuerdo con esa afirmación?
Mira, yo justamente tengo ese libro en mi lista de lectura, en mi velador, entre los libros que me tengo que leer, así que la verdad es que no lo he leído todavía. Pero me parece muy interesante esto que dice de que lo que circula no son textos sino que autores. Que el texto se termina valorando en función de cómo tú valoras al autor. Yo creo que eso tiene que ver con las condiciones de existencia de las redes sociales. O sea, lo que tú haces en las redes sociales es construir un personaje, construir una identidad y finalmente eso es lo que te da valor, de alguna manera, en las redes sociales. Yo estaría de acuerdo porque en las redes sociales hay un ensalzamiento de la persona. Y finalmente es una economía de los clicks. Tú, mientras más clicks tienes, mientras más likes tienes, más gente te va a ver y más gente verá tus textos. Efectivamente, yo creo que ahí está la pregunta por la cuestión de la calidad, es decir, falta desarrollar una crítica literaria de lo digital que nos permita establecer ciertos criterios frente a la calidad de los textos, más allá de sus actores. Porque en lo que nosotros estamos haciendo ahora, por ejemplo en la misma cartografía que yo hice, no estamos estableciendo criterios de calidad ahí. Uno va conociendo los textos a partir de que va conociendo a ciertos autores y ahí vas entrando en su literatura. Pero hay una pregunta, ¿cómo vamos a evaluar esa literatura? ¿cuáles van a ser los criterios de calidad? Porque en el fondo, nosotros no podemos en las literaturas digitales, tanto en aquellas que trabajan con el código directamente como en las de redes sociales, aplicar los mismos criterios que teníamos para los textos literarios en el libro. Acá entran a jugar otros lenguajes, está el tema de la interactividad… Evaluamos un texto literario digital bastante por el nivel de interactividad que te permite y por el juego de lenguajes que establece. Por esa poética multimodal. Yo creo que, quizá, en las redes sociales, sobre todo en Instagram, hay una figuración mayor de los autores pero que con el tiempo vamos a ir desarrollando ciertos criterios más allá de sus autores. Es decir, yo no estoy de acuerdo con aquellos críticos que señalan per se, y que son muchos de aquellos que trabajan en la literatura más tradicional, que es una especie de literatura más degradada porque la están evaluando con los criterios de la literatura tradicional. La pregunta que nos tenemos que hacer como investigadores de la literatura es ¿cuáles son las características de este tipo de literatura que nos van a permitir evaluar y decir “esto es una buena literatura”, “esto es una mala literatura”? Aunque también eso de la “buena literatura”/”mala literatura” es muy discutible.
Una de las cosas que a mí más me ha llamado la atención de la literatura digital es que dinamita lo que uno entiende por función poética, porque ya esa función poética no está necesariamente en el lenguaje, sino que se da en la relación del lenguaje con el mundo. Por ejemplo, en la obra Grita, de José Aburto, para poder “leer” el poema uno tiene que estar gritando; es cambiar de raíz lo que uno puede considerar como “el modo de lectura” o “la posición del lector” frente a un texto poético…
Efectivamente, que hay un cambio en la función poética y uno podría incluso en pensar en una suerte de “neoformalismo”. ¿Cuál es la función poética en la poesía digital? Porque, efectivamente, por ejemplo, en el caso del poema de José Aburto, tú no lo estás leyendo sentado, pasando una página de un lado a otro, sino que el goce estético está en que tú tienes que hacer una acción performativa: tienes que gritar, tienes que mover partes de tu cuerpo. Lo mismo está en las poéticas interactivas; tú vas accediendo al texto a medida que vas cliqueando, es decir, el texto se activa en el momento en el que haces un click en alguna palabra, en alguna imagen, en algún sonido y eso nos llevaría a pensar cuál es la función poética de estas obras, que yo creo que tienen que ver con cambiar el sentido del mismo lenguaje de códigos. Porque, finalmente, todo lo que está detrás de lo que vemos en la pantalla es un código. Y nosotros estamos cambiando el uso de ese código y le estamos dando una función poética a ese código. Y eso cambia la experiencia, transforma la experiencia del poema: la experiencia ahora es gritar, cliquear, que se vayan desplegando distintos links, que vayas uniendo fragmentos, etcétera. Yo me siento como una especie de neoformalismo, como te decía.
Estas nuevas estéticas, por supuesto, tienen una historia (uno podría pensar, por citar un ejemplo muy común, que Rayuela de Julio Cortázar inaugura un nuevo modo de leer el libro y funciona como un antecedente. La literatura digital, no obstante, parece marcar un corte tan radical como el corte que, en su momento, realizaron las vanguardias históricas con relación a la historia literaria. En ese sentido, ¿cuál es el sentido de la crítica? ¿está obligada a dejar de pensar en “buena” y “mala” literatura para pensar, en rigor, cómo se dan las experiencias vitales dentro de una obra? ¿cuál es el estado de la cuestión que podés hacer con relación a la crítica literaria latinoamericana hoy?
Yo creo que la crítica latinoamericana hoy día le ha puesto muy poca atención a estas nuevas literaturas. Somos pocos los investigadores e investigadoras (aunque ha ido creciendo bastante el campo de investigación, y eso me alegra porque le da mayor visibilidad a esto dentro del campo literario tradicional). Sobre todo, a causa de eso que tú dices, de la idea de la buena y la mala literatura: ideas como que, en el fondo, es un lenguaje pretencioso, que descuida el lenguaje, que descuida la función poética, que además está asociada a las nuevas tecnologías (y las nuevas tecnologías están asociadas a toda esta idea del control y el capitalismo, etcétera). Pero, la escritura también estuvo relacionada con el poder, el control, durante siglos. Y la literatura es parte de eso. Por eso es importante pensar la literatura no sólo como reflejo de la sociedad sino que también cómo la literatura ejerce una función social en cuanto a volvernos una imagen, hacernos pensar más allá de lo posible. Y dentro de los críticos literarios de la literatura digital, propiamente tal, de alguna manera nos hemos tenido que defender de esta idea de la literatura digital como una degradación de la cultura. Yo creo que este campo ha ido creciendo, se han establecido ciertos criterios, no de calidad sino más bien en cómo es la experiencia que generan estas obras en lo que uno podría llamar lectores, o jugadores, u operadores. La experiencia estética pasa por no sólo un ejercicio de interpretación del poema o de la narrativa que tenemos al frente, sino que de una intervención y activación, de movernos con ella. Si bien, uno podría decir que estos ejercicios disruptivos estaban presentes en las vanguardias (la escritura colaborativa, Rayuela, los caligramas, los artefactos de Parra) lo que hace lo digital es acelerar y hacer posibles expansiones de algo que, en cierta manera, algunos autores venían pensando en el formato y la materialidad del libro. Lo expanden, se acelera y aparecen otras cosas nuevas. Por ejemplo, hoy día la literatura generada por inteligencias artificiales es algo que también es muy importante de mirar y de lo cual también se dice “esto es literatura de una calidad pésima”. Pero, más bien, lo que nosotros estamos tratando de entender ahí, más allá de esos criterios que, quizá, en algún momento se establezcan, es cuál es el procedimiento estético que está ocurriendo ahí, cómo está cambiando la experiencia de la literatura, de la escritura, del lenguaje. Y por eso me parece importante pensar el lenguaje de código. Porque, finalmente, es eso con lo que estamos trabajando en la literatura digital. Nosotros como investigadores lo que tenemos que hacernos son preguntas más allá de empezar a evaluar desde ciertos prejuicios literarios estas nuevas expresiones literarias.
Conversando meses atrás con Miltón Läufer salió el tema de que, justamente, esta cuestión de rechazo general al estudio de las literaturas digitales tiene que ver con una cuestión de que la literatura es el último reducto de la modernidad, el último bastión en donde la digitalización no ha ingresado totalmente. En ese sentido, uno podría pensar una “crítica literaria digital”, que tenga por objeto de estudio la literatura digital, como una instancia que dinamita la base de lo que entendemos como “crítica”, concepto heredado de la modernidad… ¿Cuál crees que es la función social de la crítica?
Yo creo que la literatura era la última de las artes en las cuales no había entrado hasta los 90’s las literaturas digitales y recién ahora está empezando a impactar, por ejemplo, en las editoriales, en la misma creación literaria. Hoy en día tú no podrías pensar la literatura misma y su circulación sin las tecnologías digitales, incluso el hecho de que por ejemplo proliferen las editoriales independientes es porque lo digital lo que ha hecho es simplificar los procedimientos y abaratar los costos. Ha ido entrando lo digital, a pesar de las resistencias. Yo creo que una de las cuestiones que nos lleva a pensar la literatura digital es justamente cómo pone en cuestión todos estos criterios de la literatura tradicional moderna: la literatura “de calidad”, la “buena escritura”, “quiénes son escritores y quiénes no”, y cómo se mueve la geopolítica también. Dentro de esta geopolítica de la literatura también se traspasan ciertas cosas: como yo te decía anteriormente, tiene más visibilidad la literatura digital que se hace en Europa o en los Estados Unidos que la que se está haciendo en otras regiones del mundo. Por eso es importante pensar la literatura digital desde una perspectiva situada decolonial. En el caso de la crítica literaria, sobre todo en la literatura digital, la función social que cumple es de hacernos pensar de otra manera la tecnología, es decir, reflexionar sobre el mundo en el que estamos viviendo hoy día, cómo nos relacionamos con la tecnología, cómo podemos usarla y cómo también hacernos pensar los efectos negativos de la tecnología (en términos de nuevas formas de colonialismo) pero también los espacios de fuga, los espacios de apertura que podemos encontrar en cuanto a darles otros usos a la tecnología. Y eso en América Latina es muy importante porque en el fondo nosotros no somos desarrolladores de tecnología y nos lleva a plantearnos el lugar de Latinoamérica en la geopolítica digital mundial: qué lugar vamos a tener nosotros ahí ¿vamos a seguir siendo consumidores de literaturas y culturas de lo que producen otros países o vamos a ser capaces de resignificar la tecnología, apropiárnosla y desarrollar otras nuevas tecnologías propias, y literaturas, narrativas e imaginarios? En ese sentido es que la literatura digital nos permite pensar todas esas cosas. Incluso, pensar, por ejemplo, el desarrollo de tecnologías libres que tienen un lugar importante en la región; el acceso libre al conocimiento, también. Yo creo que son aspectos muy importantes en lo que estamos viviendo hoy día y cómo nos vamos a parar con respecto a eso. ¿Vamos a seguir siendo consumidores o vamos a pensar desde el sur global?
Carolina Gainza Cortés. Profesora asociada de la Escuela de Literatura Creativa y directora del Laboratorio Digital de la Universidad Diego Portales (Santiago, Chile). Es socióloga y máster en Estudios Latinoamericanos (Universidad de Chile) y Doctora en Hispanic Languages and Literatures (University of Pittsburgh). Sus intereses de investigación se vinculan con la cultura digital en América Latina, la producción cultural contemporánea y las estéticas digitales, temas que ha abordado en múltiples publicaciones académicas, entre las que cuentan artículos y capítulos de libros, así como en su libro “Narrativas y Poéticas Digitales en América Latina. Producción literaria en el capitalismo informacional” (2018), disponible en formato E-Pub por el Centro de Cultura Digital (México) e impreso por la Editorial Cuarto Propio (Chile). Ha sido directora y co-directora de diversos proyectos de investigación, y actualmente dirige el proyecto “Cartografía crítica de la literatura digital latinoamericana” (Fondecyt 2018- 2021). Recientemente publicó “La Batalla de Artes y Humanidades” (E-book, 2020), del cual es coautora.