Entrevista a Walter Lezcano

Por Ezequiel Bados

Pienso en libros como 23 patadas en la cabeza, Luces calientes… mismo tus libros de no ficción, Un regalo del diablo, Días distintos, etcétera y en todos ellos hay una intención muy marcada de construir una idea de generacional, una suerte de concepto de “generación”, ¿Cómo percibís vos a tu generación?

Hay una parte de mi generación que yo sentía que estaba invisibilizada. Me acuerdo patente de ver a principios de los 2000 que empezaron a salir algunas novelas que hablaban de lo que pasaba en los 90’. Me acuerdo haber escuchado dos o tres entrevistas donde se hablaba que los 90s fueron el shopping, el dólar, Miami y yo decía… “yo viví en Argentina en los 90s, viví en el conurbano y no toqué absolutamente nada de lo que está diciendo esta gente”. Entonces, ahí fueron los primeros atisbos o destellos de que, evidentemente, la cultura también era otro territorio solamente ocupado por una clase social específica. El mundo de la cultura (en un sentido amplio lo digo, no solamente en un sentido literario; la cultura, directores de cine, la vida cotidiana, en fin…). Mis amigues y yo no estábamos siendo contemplados por las personas encargadas de explorar la realidad, o los distintos niveles que hay de sentido dentro de una sociedad, dentro de una generación, dentro de un cuerpo social. Ahí es que yo sentí que había algo interesante para poder, en principio, descubrir bien y después con el tiempo empecé a pensar que quería hablar de estos cuerpos, de estas sensibilidades, de estos seres que no estaban siendo contemplados. Incluso cuando uno lo piensa en literatura (en poesía mucho menos; sobre todo en narrativas que empezaron a hablar del conurbano) siempre era: o la clase muy baja, que ya estaba inmersa como por afuera de la ley; o una clase media venida abajo… viste esa clase media con esperanza de que en algún momento iban a tener una empresa y demás…

Sí, la clase media menemista venida a menos, después del 2000…

Total… y yo vengo de una generación intermedia. Generación que (estoy hablando de un grupo enorme de seres humanos) tiene familias desmembradas, que dentro de la familia muy pocos terminaron la secundaria, muy pocos terminaron la universidad (la universidad es una utopía), entonces siempre está al borde de lo ilegal y siempre es vivir extraordinariamente al día. Pero lo que tiene de particular este grupo del cual provengo es que tiene ciertos valores ideológicos y morales de clase media. Entonces, está la confianza en la educación, esta idea de la voluntad, del esfuerzo… Es una zona muy gris de la que estoy hablando. Yo me movía en ese territorio. Tenía amigos que eran chorros y tenía amigos que los fines de años se iban de vacaciones. Una vez, me acuerdo que terminamos de tomar, tipo tres de la mañana, y yo me volví a casa. Antes de irme me habían dicho “quédate, nos quedamos un rato más”. Esa madrugada mis amigos se fueron a robar y cayeron en cana. Entonces yo ahí pensé, en términos discursivos y con el tiempo, “estuve a una birra de cambiar mi vida”. Te hablo de gente común y corriente, estos chicos que cayeron en cana, no te hablo de una mafia, o un grupo de sociedad organizada para cometer delitos.

Eso es lo que siento respecto a mi generación. Que no está vista y contemplada. Muchísimo menos en términos estatales: no estamos en los papeles de nadie. Nadie está pensando y contemplando que vamos a tener un futuro.

Vos venís desde Goya, que ya es un borde muy fuerte (sobre todo dentro de la relación Buenos Aires – el interior). Después llegaste a Solano, que es otro borde. Esta idea de borde ¿Cómo confluye en tu escritura en un sentido biográfico?

Antes de ir a vivir a Solano, con mi vieja vivimos en un montón de lugares. También viví en el oeste, en pensiones de Capital… Bueno, dimos muchas vueltas hasta que finalmente nos vamos a vivir a Solano. Había un tipo de información en cuanto a la cuestión de lo nómade un poco heredado de mi vieja, que la tenía, entonces nunca hice del barrio una patria. Para mí, el barrio no era constitutivo de mi identidad. Ahora, por ejemplo, estoy viviendo en Constitución y de pendejo venía mucho a curtir acá: venía al cine, o me ponía en la puerta de los lugares donde tocaba alguien a ver si me dejaban entrar o lo que sea.

Cuando yo empiezo a estudiar en un terciario y a leer también me empiezo a familiarizar con estas ideas de centro y periferia, que evidentemente hay un lugar capital (en un sentido literario) y hay lugares laterales. Esto uno siempre lo viene sintiendo. Cuando uno es negro, morocho o, como se dice ahora, cuando uno es marrón, evidentemente, todo el mundo te lo hace notar. Vas a un negocio medio cheto y te atienden primero; vas atrás de un blanquito y te mira, y apura el paso, y guarda el celular; y te lamentás, decís “uy, hubiera agarrado la otra calle”, te sentís culpable y no querés hacerle pasar un mal momento a nadie, pero bueno. Te lo hacen notar. Entonces, eso se suma a lo que estábamos hablando antes, de que había una parte de la literatura en la que no estábamos siendo protagonista. Los negros siempre somos los que están en los afiches de Caritas, nunca los que están pasándola bien, los que tienen una historia de amor, y se casan, y son felices y conquistan sus deseos.

En ese tipo de cuestiones, que por supuesto van construyendo subjetividades, es donde lo negro se percibe como parte de lo que tiene que estar en un costado marginado, de algún modo, uno tiene que ir armando una fortaleza interior muy intensa para poder plegar y replegarse un poco de ese discurso. Que es un discurso que, por momentos, es extraordinariamente explícito, por momentos es latente. La gente tiene naturalizado el racismo… ni siquiera nota que es racista. “¿Cómo? ¿Qué racista?, si yo al plomero le convido el mate, ¿Por qué me decís eso, Walter?, siempre exagerando. Esto no es Nueva York”. Viste que siempre imaginan que el racismo es algo propio de Estados Unidos… “Yo no cagué a latigazos a ningún esclavo, no sé por qué me decís racista”. A todos estos elementos, mientras uno va creciendo va tratando de encontrarle la vuelta; es decir, cómo lo resignificás para que eso no se vuelva resentimiento; cómo lo volvés combustible creativo para que eso no se vuelva puro dolor, bronca; o cómo lo volvés punta de lanza de tu lucha política, existencial y trascendente. Y también parte de una alegría que vos querés construir para tu vida cotidiana. No como algo que vos lo tenés y lo sacás para arruinar una sobremesa de asado, sino como una misión. Uno finalmente encuentra una misión. Me gusta mucho el comienzo de la canción “Cigarrillos y alcohol” de Oasis; al principio, dice la canción “¿Me parece a mí o al fin encontré algo por lo que vivir?”, creo que, cuando uno puede correrse del lugar del espanto, de ese pozo ciego que es el nihilismo, uno puede encontrar herramientas de lucha duraderas. Uno encuentra la pólvora, en ese sentido, para su propia vida.

Por supuesto que esto que te digo es algo absolutamente íntimo, privado, casi como un trabajo interior que lleva mucho tiempo y es como aprender a rezar. Eso yo quería trasladarlo a la escritura y, como te imaginarás, llevó muchísimos años encontrarle la forma, encontrarle las palabras, encontrar la manera, incluso a ver si era posible que eso esté bueno en un texto.

Justamente, me parece interesante lo que decís, porque se nota que hay un trabajo técnico ahí que busca no caer en ninguno de los dos polos desde los cuales siempre se recuperó al conurbano en la literatura: lo trágico, por un lado, y esa idea romantizada de lo popular, por el otro. Tu literatura camina entre ambas instancias como haciendo equilibrio en una cuerda floja y me imagino que eso te habrá llevado el trabajo de toda una vida…

Sí, sí.  La clave es cuando vos tenés la posibilidad de no quedarte mentalmente prisionero de ciertos legados. Me gusta mucho el título de un álbum de La Renga: De la esquina al infinito. Uno no se queda en la esquina. Uno se toma una birra con los amigos en la esquina, pero después va a una biblioteca, o trata de escuchar a John Cage, o tratás de entender el Ulises de Joyce, pero también tratás de bailar cumbia, o tratás de entender de qué forma vos no entrás en esa lógica del blanco que es “hay un centro y hay una periferia”. Me parece que hay que buscar un camino muy personal en donde estos conceptos de “alta cultura”, “baja cultura”, “qué es lo ordinario”, “qué es lo exquisito”, todo eso, uno lo tiene que desechar absolutamente para empezar a construir una educación sentimental propia que se fortalezca de un montón de influencias y de la mezcla, pero que tenga también algún elemento que uno pueda decir que es personal para poder tener una identidad, una carnadura. Porque si no, también, uno, como dice Fogwill, termina siendo “hablado por otres”, entonces, vos sos un canal amplificador de otras sensibilidades. Y eso tampoco lo quería. No quería romantizar, ni sumar a esa falsa conciencia progresista de “miren como hago hablar a los pobres, ¿se dan cuenta que los pobres tienen un corazón y tienen sangre roja como nosotres?”. Bueno, mentira, no les interesa en absoluto. No tienen más que desprecio para mostrar. Entonces, me parece que el trabajo siempre fue ese. Hacer que el barro se vuelva oro literario.

En términos de influencias, claramente se ve que hay una influencia de la generación de los 90’s (pienso en Cucurto, sin ir más lejos) pero también hay una influencia muy directa de Bolaño en esta idea de la construcción generacional… Bolaño, que le roba la idea a Maples Arce, creo, cuando escribió sobre el Estridentismo a mediados de siglo y vos le estás robando la idea a Bolaño… Robando entre comillas, quiero decir

No, me encanta. En arte, me parece la mejor palabra. La única válida: robar.

Mi pregunta específica es, ¿esa influencia de Bolaño es directa o es simplemente una coincidencia de “yo estaba laburando con esto y de repente me topé con un libro que hacía algo parecido”?

A mí la influencia de Cucurto me parece capital. Y ahí sumaría a Fabián Casas, Mariana Enríquez y Perlongher, que ya venía leyendo y tratando de ver de qué forma meter un tubo y sacar de ahí todo lo que podía. Trataba de pensar cómo se puede escribir de esa manera. Cómo se puede crear escritura con esos materiales. Sumado a esas lecturas, también me di cuenta que para mí era importantísimo el modo en el cual viví el rock con mis compañeros y compañeras de generación, que algunos terminaron en Cromañon.

Ese tipo de educación sentimental callejera para mí era super vital sumarlo a lo que era la conquista de la biblioteca. Después, cuando encuentro Los detectives salvajes, lo vi como una consumación de cosas que ya venía pensando, buscando y que Bolaño me demostró que, efectivamente, era posible escribir, con ese tipo de credibilidad artística, con ese tipo de respeto, de búsqueda. A mí lo que me pareció importantísimo, sobre todo, es 2666 (más que Los detectives…) a nivel estructura, a nivel literario, a nivel ambición, a nivel proyección; 2666, fue esa piedra de rosetta que todavía estoy tratando de descifrar. Son esos textos interminables que te acompañan toda una vida. Creo que ahí uno entiende que no alcanza con el recorrido de vida, no alcanza con la experiencia. Hay que tratar de pensar en cómo manejar el instrumento. Si no sabemos manejar una ametralladora no podemos ir al frente de batalla. Si no sabemos inspeccionar el terreno no podemos caerle al enemigo de sorpresa. En términos concretos, para alguien que escribe, se trata de leer todo lo que pueda, lo más variado y lo más extenso, y empezar a generar ciertos gustos y amplificar cada vez más el campo de intervención. Ahí se van conjugando elementos sentimentales, cosas de las cuales vos querés hablar, o son obsesiones de las cuales no te podés desprender.

Después, el otro elemento es que no podés escribir después de Borges o después de Sara Gallardo así nomás. No se puede. Si vos querés trabajar el lenguaje, está eso. Y si lo vas a hacer, tenés que hacerlo a fondo. Porque tenés esas referencias. No podés hacerte el boludo. Ahí, en ese tipo de apuesta estética, me parece que se pueden ir filtrando otras cosas que quizás tienen otra trascendencia en vez de poner solamente el panfleto en el cuento, poner un personaje que se haga el bueno, el progresista, tirar un mensaje bienpensante… Y te digo bienpensante en todo sentido. Que un personaje diga “muerte a los blancos”. No alcanza con eso. Hay que ser ingenieros de los textos también: tenés que volverte un arquitecto.

Hablás mucho de “educación sentimental” ¿A qué te referís específicamente con ese concepto?

Son esos descubrimientos que te modifican la cosmovisión que sostenías hasta ese instante; tu vida se trastoca. Todo eso forma parte de la educación sentimental. Para mí, lo más interesante de eso es que ocurre en cualquier momento de la vida. En cualquier circunstancia, uno va encontrando esas obras, esos artistas, esas voces, o esas personas, que te corren de un lugar en el cual uno estaba estancado. Entonces, la educación sentimental tiene que ver con un trabajo personal para intentar, en algún momento de la vida, abandonar la estupidez y el narcisismo. O sea, ver de qué forma podemos construir un puente con un otre, hacer de este mundo algo mejor, y crear obras cada vez más complejas.

Atravesar tu propia novela de aprendizaje…

Sí. Yo siento que tengo mucha confianza en el cuerpo colectivo. Cuando hay marchas, me emociono; cuando hay cortes de ruta, me emociono; cuando prenden fuego un patrullero me levanto y aplaudo. Me genera mucha alegría cuando graffitean una iglesia, en fin… todas esas cosas que a toda persona de bien le llena el corazón. Pero también, como vengo del punk rock muy del under y ahí se curte mucho fanzine, mucho anarquismo, también confío en el individuo y en las fuerzas individuales que se movilizan, que activan algo y que generan un camino, incluso muchas veces solitario. Recién lo nombrábamos a Bolaño, un tipo solitario. Creo que hay algo ahí de trabajo con la complejidad y con el caos que a mí me interesa. Banco cualquier lucha que sea tratar de derribar las clases sociales, pero déjenme tomar la birra solo en casa que tengo una playlist hermosa. Como que también disfruto mucho esas instancias de la compañía y alternar con la soledad. Ese vaivén, que son también posicionamientos políticos, de ver de qué forma podemos generar en sociedad los cambios sociales, pero también confío en esas mentes únicas que están, que también su trabajo lo hacen desde un lugar muy sesgado. Pensá si no en Macedonio Fernández o José Sbarra.

Hay un tópico muy recurrente en tu literatura que es elemento de la violencia. Incluso la violencia como elemento constructivo, violencia que le da nacimiento a una cosa. Desde tu perspectiva ¿qué lugar tiene la violencia dentro del proceso de la escritura?

Esta generación que para mí no estaba visibilizada en la literatura fue configurada a partir de lo violento. Crecer en un mundo que no te ofrece ningún tipo de posibilidad a futuro, ni siquiera hace el amague de generar un contexto para que vos te puedas desarrollar, es violento. Eso es, definitivamente, violento.

Estamos en un país extraordinariamente racista: ese tipo de violencia y microviolencias que se vive en las escuelas, en la calle, en una fiesta… Una vez estaba en una fiesta de fin de año de una revista en donde yo colaboraba. Tenían un catering increíble. Barra libre. Estaba esperando a gente con la que mejor me llevaba, entonces me quedé ahí al lado de la barra esperando que caigan estos amigues y me colgué hablando con el que estaba sirviendo los tragos. Y en un momento me dice “¿y vos a qué te dedicás?” y le digo “yo soy periodista” y me dice “¿en serio?, no parecías”. ¿Qué rostro debe tener un periodista? Eso es microviolencia. Eso a mí me pasó muchas veces. También ir a un festival del interior o de afuera, llegar al hotel y que te digan que la gente de maestranza o limpieza entra por la otra entrada. Cosas de ese orden.

Dentro de las casas, por estas cuestiones de no poder encontrar una manera de hacer que la vida sea más o menos atractiva, también hay violencia. En estos bordes sociales, la violencia está muy presente… Violencia en los barrios. La violencia física también. Peleas, golpes, piñas. El cuerpo puesto ahí como resistencia. Todo eso va configurando un estado de situación en el que está, por un lado, la violencia simbólica de un Estado que no le da ningún tipo de protección a determinado sector social o territorial y, después, la violencia física real, concreta y material dentro de esos territorios. Ahí también había otro elemento que a mí no me parecía para nada romántico, no me parecía para nada estetizable. Y había un tipo de complejidad que quería mostrar. Que quería ponerlo a jugar como elemento propio de una historia, propio de un poema, propio de un ensayo, pero que eso pueda ser visto como signo de un montón de otras cosas, desde clases sociales hasta políticas, de qué forma nos alimentamos, etcétera. Hay un montón de cosas ahí dando vueltas.

Ahí la violencia es constitutiva para la configuración de un tipo de mirada del mundo. Eso yo no quería dejar de mostrarlo porque tiene un grado de horror muy fuerte. Ahí no hay nada agradable. No hay forma de hacerlo agradable. Ni Tarantino lo puede hacer agradable. Me parecía como algo que tenía sentido dentro de mi proyecto de escritura.

Justamente, yendo un poco en contra de esto último que decís, mostrás la otra cara de la violencia que es el goce de la violencia. 23 patadas en la cabeza es una referencia a la escena del punk en donde vas a hacer un pogo caótico con tus amigos y terminás todo golpeado

Sí, o te peleas y después te amigás. Mil cosas. Esa referencia está buena porque es tanto muy de banda punk del under, pero también de título de diario tipo Diario Popular o Crónica, del regodeo con la vida cotidiana de cierto sector de la sociedad. Eso forma parte de cómo nos relacionamos con el lenguaje y qué tipo de materialidad luego tienen nuestras acciones. Qué pasa con eso, con determinadas palabras, y cómo funcionan en nuestras actitudes, nuestras miserias, nuestras valentías, nuestras solidaridades.

Ese tipo de títulos y de palabras también hablan de mí, de lo que soy, de donde vengo, y también van generando confusión, porque yo pongo como título a un libro de poesía Violencia doméstica y qué onda con eso. A mí me gustan esas preguntas:“¿qué onda con eso?”. Me parece un ejercicio de libertad increíble. Por eso la visión de ciertos artistas que yo admiro en relación a la violencia, para mí, son fundamentales. Entender cómo Tarantino trabaja con el grotesco y no con un ejercicio realista; cómo Adrán Israel Caetano sí trabaja con un elemento de la violencia más cercano a lo realista; o Campusano que hace algo más en el orden de lo documental; o César González… me parece que el cine de él es capital para entender las proyecciones, intereses y ambiciones artísticas teniendo en cuenta la procedencia. Particularmente el cine de César González me parece central para entender esta época porque permite ver la dignidad, la apuesta y la ambición de alguien que entiende de dónde viene, tiene criterios artísticos extraordinarios y busca la excelencia en términos de narración (visual e histórica). Ahí hay unos ejemplos claves para generar un diálogo, para que uno sienta que también se puede hacer de esa manera y que uno puede mantener la dignidad, la frente en alto. No me verás arrodillado cantaba Fito Páez.

Vos participaste en el documental Digamos, que repasa la escena poética actual más joven. ¿Cuál es tu relación con la escena poética hoy?

Tuve la suerte, desde hace ya varios años, de poder viajar gracias a las invitaciones por todo el país, o por Capital y gran parte del conurbano, y eso demuestra que hay una escena poética variadísima y extraordinaria, en el sentido más literal. En cualquier lugar del país, dos o tres personas se juntan, convocan a poetes que les gustan, y los ponen a leer. Eso me parece, por un lado, un momento glorioso. Eso es lo que decía Greil Marcus, un “arte democrático”, un arte que habilita a que muchísima gente se sienta parte de él, lo investigue, lo indague, escriba, trata de ver qué pasa con el vivo; y eso a mí me da muchísima alegría que esté sucediendo. Y también hay una deriva. Ciclos que derivan en editoriales; o ciclos que, para la fecha editan a los poetas. Es decir, tiene una consecuencia material. Todavía no hay un registro de las consecuencias económicas de eso porque es todo guita en negro. Por ahí se están vendiendo más libros de poesía. No lo sabemos.

Y después, con respecto a los textos que hay dando vueltas, justamente en el sentido de que es tan grande me parece que les chiques están haciendo sus propios sistemas de legitimación. Están creando sus propios lugares de valoración y están comenzando a mostrarse por afuera de los circuitos habituales. ¿Qué sería un circuito habitual? Una reseña en algún medio grande, invitación a tal lugar. Esos circuitos me parece que están rotos ahora. Cada persona, grupo, va a armando su propia zona de tensión. Ahora mismo Instagram es zona de tensión. En este momento, la poesía de Instagram está siendo totalmente atacada por otro sector. Es muy raro eso porque este sector, que en algún momento se creyó como el que estaba haciendo avanzar la Historia, de golpe está atacando la poesía de Instagram. Es muy extraño, todos creen que los reaccionarios son los demás. Todos creen que son los otros los que ponen palos en la rueda para que el mundo progrese.

Después, por supuesto, cada uno tendrá sus placeres, sus cercanías, sus proximidades. Pero creo que en este momento es tan variado todo y es tan grande el movimiento que casi siempre cualquier recorte que se haga va a ser incompleto porque va a depender del capricho de quien haga ese recorte, sea una nota, un documental o la invitación para un podcast. Me parece que eso hace que se mantenga vivo todo esto.

Para cerrar, hasta ahora te manejaste en número muy amplio de géneros discursivos (literatura, periodismo, docencia) ¿cómo construís tu escritura desde esta experiencia vital tan diversa?

Casi todos los textos que escribí surgieron después de muchos años de pensarlos. Desde la primera idea hasta que finalmente lo pude terminar, pasaron varios años. Me di cuenta muy prontamente de que el mayor trabajo que hay en relación a la escritura no es tanto escribir, sentarse en el Word o hacer algo con la lapicera y el papel. El mayor trabajo es escuchar la música del texto, descubrirla. Y visualizar cuál es su núcleo de verdad. Ese tipo de trabajo tiene que ver con el pensamiento, con la paciencia, trabajar con ver qué hay detrás de esas palabras que están surgiendo, que están llegando, que se te están ocurriendo y ver de qué forma se construye, por un lado, una respiración y, por otro lado, en términos más físicos, cómo se van armando esas oraciones. Y ahí uno se puede meter en el corazón de la experiencia, tratar de ver qué género tiene ese texto, a qué género corresponde. Incluso me di cuenta, y esto me parece una bendición, que hay cosas que se resuelven en la sobremesa de un asado o tomando birra con un amigo, y te liberaste de eso. No tiene por qué todo ser un poema, un libro, o una clase. Y eso me parece hermoso también, y responde a algo que a mí me formó mucho que es la honestidad del punk. Uno es honesto. No tratar de ser demagógico y capitalista: “uy, se me ocurrió esta estupidez, ya mismo estoy haciendo un libro de 180 páginas para mandarlo al concurso y ver qué onda”. Por ahí me junto con un amigo “che, que te parece esto”, “una boludez”, “ay, a mí también, listo…” y ya pasó, ya fue, te cagaste de risa, te recomendó una pelócula y ganaste. Me parece que hay algo ahí de ese orden que tiene que ver con el trabajo, con la espera, con la decepción, con la humildad, con el fracaso y con la vuelta a escribir. Entonces, es un trabajo con lo invisible y con lo privado.

Walter Lezcano nació en Goya, provincia de Corrientes, Argentina, en 1979. Aunque, al cumplir un año, su familia se mudó al conurbano bonaerense. Se crió en la localidad de San Francisco Solano. Es escritor, poeta, ensayista, periodista freelance y docente de secundario. Descubrió su interés por la literatura en la casa de su padrastro, leyendo alguno de sus libros, y supo que él también deseaba contar historias. Ha publicado más de veinte títulos, entre novelas, cuentos y poemarios, la mayoría en editoriales independientes. En ensayos y crónicas, se ha especializado en el rock nacional. Entre sus trabajos más conocidos en esa área se cuentan los dedicados a la figura de Andrés Calamaro y Él mató a un policía motorizado, banda indie de La Plata, ambos publicados por la editorial Gourmet Musical. Además, fundó su propio sello editorial: Mancha de aceite. Entre sus títulos más destacados podemos encontrar Violencia Doméstica (Santos Locos, 2016), La velocidad de la sangre (Caleta Olivia, 2017), Luces calientes (Tusquets, 2018), Días distintos (Gourmet Musical, 2018), Un regalo del diablo (Gourmet Musical, 2020)