Por Juan Perec
Cuando allá en 1914 -la historia es harto conocida- un triste empleado de Mr. Alba Edison contratado para cobrar casa por casa el suministro energético de su central eléctrica decide publicar en Poetry unos inquietantes, pero líricos, epitafios rurales autobiográficos, se produce un hito descomunal para la poesía del siglo XX. Tal es así que al año siguiente Henriette Morre, la editora de la revista, impulsa junto con Ezra Pound al joven poeta para que termine y publique su Antología de Spoon River, título que una editorial catalana de tapas negras se tentó en traducir como “Selecciones del Río Cucharón”. Esa edición de 1915 vendió tantos ejemplares que tuvo 40 reediciones en dos años. Y luego otras y otras y hasta una secuela que Edgard Lee Masters llamó Nueva Antología de Spoon River.
Tengo una hipótesis sobre esto: la asamblearia “antología” de Edgard Lee Masters, coro polifónico de ultratumba, vida de muertos, melancólico muestrario de fracasos, se había convertido para sus lectores en algo tan íntimo y reconocible como un álbum de fotos familiares que alternaba lo público y lo privado. Esas historias eran las de cualquiera, también la de nosotrxs.
En eso pienso cada vez que leo en mi casa o que llamo por teléfono a amigxs para leerles poemas de Los ejemplos de Paula Peyseré. Y eso es lo que digo para que me atiendan y no me corten. Eso y que cada poema de Los Ejemplos (Caleta Olivia, 2020) logra la conceptualización atómica de una vida a través de biografemas barthesianos que cualquier novelista envidiaría, escuchemos:
GRAMA HORTENSIA
Sufrió la escasez de nacer hasta morir
trabajando en casa de ricos
que no le pagaban casi
ni le donaban sobras.
No quiso casarse ni se besaba
y tuvo dos hermanas gemelas entre sí
que con gracia superior cosían
y Grama les modelaba
para que midieran sisas y caídas.
Bailaba para ellas desorbitada
por los vestidos puestos.
Hasta de vieja y después de vieja
siguió bailando.
A medida que el libro avanza Paula Peyseré diagrama el mapa espectral de una ciudad fantasma, de una cartografía imposible con personajes que suenan tan apócrifos como inventados y que podrían ser la nómina de una sociedad de fomento en un abandonado pueblo bonaerense o los nombres de las placas de una galería de nichos en La Chacarita. Miremos un poco la lista: Mero Itálo, Pisca Martire, Zumula Griana, Gonzo Fadero, Latino Vescovo, Secondo Martire, Trianma Canela, Sinto Predadore…
La confección de cada pieza tiene la forma de una anécdota íntima, de un epitafio cantabile o de unas frases escritas, rubricadas, detrás de una foto sepia de un perdido álbum familiar. Por ejemplo:
CASTORE
Regalador de frascos
de fruto dulce sanador.
Entregó mil frascos sellados Castore
a quienes caminaban,
que trataron de abrirlos
hasta con los dientes
pero no pudieron
Solo a manos de Castore se abrirían
los frascos que Castore daba.
Ante cada poema Paula como un médium se concentra en la anatomía de los detalles y sobre todo en aquellos que dejan de ser cotidianos para volverse inquietantes y cargados de brillo; miremos:
JULIANA
Crió
tres niñas de palabra tallada.
Entre la distancia y las cartas en sobre
les enseñó a entrar a lugares
cuando las puertas estaban cerradas
o las ventanas mostraban apenas
un mueble o un perro de adentro:
les enseñó a abrir
los ojos
como piedras.
Lo que se nos propone con un lirismo contenido, marcado por la ironía, controlado por el sarcasmo, acompañado con variedad de tonos, ritmos internos y sonoridades técnicas, es un muestrario díscolo de la condición humana que de a poco diagrama el mapa espectral de una ciudad fantasma o de una cartografía de los afectos. Ahí entonces aparecen Marga Ronco, por ejemplo, o Intrépida Ceveda.
INTRÉPIDA CEVEDA
Entre las flores grises y marchitas
que crecen junto al oxidado tanque
una mañana de primavera
creció una flor de oro.
Así y todo
frágiles eran sus pétalos y su aroma
igualaba al de una rosa.
Intrépida Ceveda caminaba
junto a sus hermanas rumbo la tanque
y la flor la llamó como llama
la luz por la ventana a un gato.
Intrépida agarró la flor
y, dudosa de arrancarla,
prefirió preguntarle
qué camino seguir
para conducirse en la vida
y la flor contestó.
Entonces Intrépida se mudó
y feliz vivió para siempre.
Como en ese poema de Marechal a la peona Ezequiela Farías, o como en los cuentos italianos de Johnny Wilcock, lo que aparece en cada poema es la recapitulación bizarra de un élam vital fantástico, el núcleo blando de nuestros misteriosos, irónicos, absurdos destinos. No parece que están para exaltar la virtud de la ejemplaridad sino para burlarse un poco de ella.
Pero además -y esto por teléfono no lo digo- Los ejemplos es un claro contrapunto de aquello que se está escribiendo hoy en otros escenarios poéticos que carecen de brillo, profundidad y destreza. En escenarios poéticos subalternos donde lo que se privilegia no es la poesía sino el happening, donde lo que se llama poesía es el ejercicio de la espectacularización del Yo, la subjetividad desembozada, la acción inconsecuente, lo contemporáneo a secas, el quién toca hoy, las poses, los gestos, los fastos. Los ejemplos es ejemplo de que se puede escribir de otra manera. Lea uno, si no, el que quiera, en voz alta: la satisfacción está garantizada.
Otra cosa más -y esto por teléfono tampoco lo digo- creo que el libro de Paula resguarda un llamado a la atención. Ante las amenazas del presente, ante las amenazas del futuro, ante la inasibilidad del pasado y la volatilidad de la vida Los ejemplos nos recuerda que nunca dejaremos de necesitar artefactos de memoria, aparatos del tiempo para recordar a los nuestros, ¿cuándo decidimos a quienes olvidar y a quienes recordar?
FREDICO DEDICADO
De sólidos leños estaban
ceñidos sus brazos,
ceñidos sus rulos de movimiento duro.
Vivió para la lectura
y el pensamiento que extrae
sus luces y sombras
para la imaginación del clan.
(…)
Pero volvamos a la idea del comienzo (¡no me corten!) y miremos a la par algunos poemas de Los ejemplos y de la Antología de Spoon River, solo para recordar a aquellos conocidos que a veces eran nombrados en las casas o para comprobar que a veces la poesía, como la luz eléctrica, primero brilla incandescente y luego se torna más oscura.