Por Juan Manuel Perec
Como todo torso tiene su dorso, todo jabe su jaleo o su jarabe Caperuxita de Agustina Pérez, luminaria contemporánea en ebullición, audaz saeta lamborgheana, se mueve en el envés de dos polos de inmutable impermanencia: el impacto auditivo y el visual.
En los 2000 se decía Swing, ahora se dice Flow y Caperuxita pareciera ser por momentos el standard de jazz que todos conocemos: una chica en el bosque, El Lobo, la canasta, la abuela, etc. Pero de pronto -muy pronto- el tema suelta amarras y comienza el freejazz. Su fraseo sintáctico quiasmático hace avanzar la pieza con la rapidez del bebop: dinamismo, fragmentación y vértigo. Y como cuando toca Jarret, después de cada proeza sintáctica percutida por el pasamanos de la lengua viene una marca, una vírgula, y nos preguntamos ¿cómo lo hizo?
Por otra parte, como afirma el poeta rosarino, lo que urge al ojo urge a la mano y después de leerla inquirimos qué vio Agustina Pérez, qué vio en esas planicies alucinatorias de Las Últimas Poblaciones donde Sarmiento no vio nada -pero que ella sí- para poder tramar este álbum/tapiz con tanta tipificación conspiranoica de escritores traidores, escribas traidores, traductores traidores, artistas traidores, dobles agentes, transas.
Hasta aquí con los polos, pensemos en otra cosa. ¿Dónde estamos? Adyacente al cruce frenético del plano sintáctico alucinado está el intoxicado plano geográfico: Las Últimas Poblaciones, Buenos Aires, Qumrán, Galilea, La Boca. Caperuxita es la diáspora del lenguaje que escapa de la conciencia en plena danza:
Se burlaba de él con ese abulte de vacío. Se burlaba. Caperuxita intoxicada con dióxido de carbono en delirio de bosque en llamas. En la torre sin ventanas, mera tapera. Sostenida y quieta. Lo que se dice en vilo. Mientras la sangre disparaba en direcciones imprevistas como chicos que fueron a bailar y los encuentra el humo negro y el ardor rojo, y el lugar está tapiado, pero no por eso dejan de correr, como si bailaran todavía, después de que la música haya dejado de sonar.
Caperuxita se deriva en el bosque como quien escande sin fin y se encuentra en una novela/dispositivo que una vez que se acciona ya no puede volver a casa:
La extraña melancolía de la sangre. No recuerda, ya, cómo volver a casa. Un bache y otro en el macadam de la memoria. Para que allí la claridad repique, se las. Para que: de bruces. Caiga.
Pensemos: mientras que Caperuxita (el personaje) se mueve en una geografía sospechosamente gauchesca alucinada, Caperuxita (el libro) se desarrolla en un plano sintáctico alucinado, gongorino, que se despeña a la tradición/traición relumbrante de los hermanos cuchilleros Lamborghini y sale alhajado de claroscuros. Lo ilumina las joyas refulgentes de las menesterosas pulsiones escriturarias de una escritora ¿desertora? y lo ensombrece el fulgor de la extinción de sentido. Caperuxita, Mirto Dermi, Victor Oblonski, la oveja de cemento, el Tío Carlo acompañan a quien lee a un callejón sin salida donde amablemente apuñalan y no por la espalda: en la lengua.
Pero pensemos algo más ¿Qué hora es? La autora hace un señalamiento claro: La historiografía suele delirar en anacronismos. Por lo cual no nos sorprende ya que Felipe II, Joseph Bois, Mirto Dermi, Vicktor Oblonsky, Ariel Ladino, además de laboriosos propagandistas del Tercer Reich se vean en la misma línea narrativa, semblanteándose. Después de todo ¿qué significa el tiempo en un clásico?
Pensemos lo último y nos vamos ¿Qué es esto? En su pagoda escrituraria Pérez escribe alimentándose de músicas estridentes que yugulan el sentido último de la escritura y ponen en suspenso al significado: personajes que tachan sobre el texto en que son escritos, que sobreexponen fotografías, que pintan sobre lo que ya está dado, que niegan el texto:
No se sabe por qué Mirto Demi se obstina en pintar sobre las fotografías, cuando los reversos de cada página estaban vacíos y prestos. Pero quién se lo pregunta, etcétera.
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Todas estas preguntas para develar, al final, que como el lobo, aficionado crítico literario, oteamos el significado por hendiduras ciegas, léala:
El lobo, con delectación observa la escena desde la mirilla con la llave puesta. Por ese intersticio. Con delectación: posesa.
Caperuxita, de Agustina Pérez. La Plata, Club Hem, 2021