Poema de Enrique Seccafien

Enrique

Hay un librito de nombres con ositos y lunas que alguien nos regalo cuando estábamos por ser
papá y mamá. Los nombres para nuestrxs hijxs no salieron de el. Ahora me sirve para buscar el
significado de mi nombre. Pienso que esto puede funcionar como horóscopo. Seguramente algo
coincida. En este caso soy “Amo de mi patria o Amo de mi morada”. Siento que no le hago honor a
mi nombre.
Solo conocí un Enrique de mi edad, alto, cara con huesos finos, su mirada con ojos trazados por un
débil pincel largo horizontal y un pelo negro pesado largo lacio. Me gustó sonar mi nombre en él.
Solo en él.
Hay personas, generalmente personal de seguridad, que me pide el nombre para ingresar a algún
lado. Cuando ponen Enrique con dos r pienso: no puede ser tan burro. Después me da un poco de
pena. Yo tampoco soy escritor y el personal de seguridad no tiene porque saberlo. Con que se
entienda la idea me alcanza.
Mi abuelo se llamaba Enrique. Mi tío, hijo de mi abuelo Enrique se llamaba Enrique. Mi hijo se
llama Lucio Enrique. Encuentro papeles en casa de mi padre, que era la casa de mi abuelo, con mi
nombre por todos lados. Enrique Seccafien.
Hay placas frías de mármol de mi tío desaparecido con mi nombre. Que es el suyo. Que era de mi
abuelo.
En la facultad de medicina.
En la plaza central de Morón.
En la Mansión Sere.
En una placa que me dieron las Madres de Plaza de Mayo en un evento deportivo.
No siento más ausencia desde que mi abuela no está.
Mi abuelo se llamaba Enrico. En Argentina al bajar del barco se lo cambiaron por Enrique. Mi
hermana Eugenia quiere la ciudadanía Italiana y los papeles de mi abuelo están con el nombre
Enrico. Me imagino en Italia comiendo naranjas en un campo a la vera de una ruta de cara al sol y
que alguien me grite: “Eh Enrico buongiorno”. Por la ruta pasan camiones Volvo, el camino tiene
elevaciones y valles verdes donde se ve la fortaleza del significado de mi nombre. Los Volvo color
azul pasan cargados con placas de mármol atados con cadenas y con el sonido del motor de ocho
cilindros quedo dormido envuelto por todo el aroma de la naranja en mis manos.
Cuando era chiquito en Baby Fútbol me decían Riky y no Quique. Nunca entendí pero me gustaba.
Las canchas de polvo de tierra en el conurbano, cielo y espacio de bruma, escasa luz y niebla. Más
humedad en los pies que en esas canchas nunca tuve.
Hay personas que no saben que Quique proviene de Enrique.
No recuerdo cómo me decía mi mamá, pero creo que me decía hijito mío.

En los años 90 por una reglamentación había que darle nombre al transporte independiente. Mi
padre lo nombro: “Transporte Enriquito”. Nose que habrán sentido mis hermanas adultas. Ellas,
una infancia con innumerables viajes al sur patagónico envueltas de viento, nieve, espera de
cargas de lana. Ovejas. Toneladas de Sal a paladas en el chasis y acoplado. Caminos de piedra.
Atardeceres naranjas y violetas. Polietileno en Río grande. Distancias de mares. Gente de pocas
palabras y una casa en un camión. Agua hirviendo en las baterías. Ponerse en marcha. Comer,
dormir enroscadas arriba del Mercedes Benz 1114. Mi madre cocinando en lucha contra el gas
congelado de la garrafa. Pienso si el desierto se conquista o es solo desierto. Sentadas en las
hamacas de la estación ferroviaria de Ingeniero Jacobasi, el viento las elevaba y las devolvía con
los ojos húmedos nariz roja contorno de felicidad. Un vagón de tren llegó perdido por las vías
férreas de la Patagonia a causa del viento y chocó contra una locomotora parada en Ingeniero
Jacobasi sin que nadie atendiera el evento como algo extraordinario. Mis hermanas volaron de las
hamacas a llorar abrazadas a mi papá. Cuando yo nací ellas dejaron de viajar. Mi papá las llevaba a
bailar “a matinée” en el camión y nunca podía estacionar. Ellas le decían: ándate Pa ándate.
Cuando papá me llevaba a fútbol en el camión podía estacionar.
A papá algunos camioneros desconocidos del puerto le decían Enriquito.
A mi camión lo nombre “Transporte Enrique”. Pensé en como seria ponerle Transporte Lucio y por
suerte me sentí mal porque tengo otras dos hijas.
Mi pareja me dice Enri cuando la armonía flota en el aire.
Mi padre me dice Enrique, así solo.
Me gustan las personas que me dicen Enrique.
Mi padre me ha despertado en medio de la noche gritándome: “¿Enrique estas acá, Enrique estas
acá?!”
Cuando vinieron a buscar a mi tío preguntaron por Enrique Seccafien. Mi abuelo ya sabía que no
era él.
Es en la misma casa que ahora encuentro papeles con el nombre de Enrique Seccafien.
Mi abuela, esposa de Enrique, madre de Enrique, me decía Enrique de una forma particular. Ella
era Tucumana y arrastraba la R y me miraba con dos pequeños casi cerrados ojos azules. Me
gustaba quedarme a dormir con ella, a la noche me leía las aventuras de Bomba mientras me iba
quedando dormido.
En el galpón hace unos días encontré en una caja la colección de Bomba. Al abrir la primer hoja de
un ejemplar en el margen esta escrito el nombre de Enrique Seccafien.

Biografía

Enrique Seccafien nació en Morón el 13 de junio de 1984. Termino sus estudios secundarios en el colegio Eucarístico de Haedo. Fue jugador de fútbol haciendo su debut deportivo en el año 2002 para el Club Deportivo Morón. De allí emigró a México donde estuvo dos años en equipos de Veracruz. Volvió a Argentina para jugar en Deportivo Merlo en el torneo de Nacional B. Luego pasaría a Aldosivi de Mar del Plata donde estuvo casi seis años y logro un ascenso a primera división. De allí paso al club Los Andes y termino su carrera en el año 2018 en Barracas Central. En el año 2020 comenzó de forma virtual el Taller de Poesía a cargo de Paula Peyseré, taller que continúa asistiendo. Hoy se dedica al oficio de Camionero, tarea que heredó de su padre.