del libro Celebraciones (Casa de Asterión Ediciones, 2017)
Palabras
Escucho pasar el río de las palabras
a la orilla de esta noche tranquila
Una voz antigua me habla desde la corriente
de astromelias y cafetales
Ya no hay rostros dormidos en el agua
No baja ya el río malas noticias
con la boca abierta llena de ceniza
Rumor de la noche
palabras del páramo que oigo
acostado en el pasto encendido del presente
Mi voz un día va a correr hacia el mar en tu frenesí
Hombres y mujeres
silenciosos animales de otros caminos
van a beber un día de esta tranquila noche
sin el ruido de la guerra
Agua
Para Leo
El monte es largo
Crúzalo sin miedo
al acecho de la soledad
Aprecia lo que eres
los musgos húmedos
los líquenes puestos por las aves
Escúchate en lo que no ves
eres lo que canta entre las ramas
lo que roe de copa en copa
Eres el monte
Crúzalo sin miedo
Echa a andar el agua
Montaña iluminada
La noche despierta a la montaña.
En ella la oscuridad es la luz
sembrada de ojos.
Zarigüeyas insomnes hacen sonreír a las hojas con sus manos.
Delgados perros de monte
olfatean a quien, con su sombra inclinada,
los ve desde la carretera.
Al pie de un eucalipto
un grupo de niños espera la aparición de la luna
para reclamarle las cometas
que se ha comido por años.
Una por una se van encendiendo
las luces de las casas
como racimos maduros
que se doblan y besan la tierra
con sus bellotas.
Los armadillos suspiran bajo la tierra lloviznada.
Seguir esas luces
podría llevarnos a mejores tierras,
pero lo mejor sería volver a la casa materna:
son más bellas las hortensias
que brotan de la tierra
donde yacen nuestros muertos.
Celebraciones
Nos queda un día.
Un paréntesis perfecto, una ceremonia.
Lo sabemos.
Quienes creen conocernos, lo saben.
¿Y qué es un día sino una negación?
Si tuviera la infancia frente a los ojos le diría que se fuera.
Ya para qué regresar,
para qué desandarse,
si un lapso sutil es la sobra del instante que creíamos nuestro.
El tiempo se acabó y nadie tejía en la isla lejana.
Estamos solos.
Queda el sol untado en la piel,
los zapatos viejos deseados por todos los caminos.
El café colado en la mañana que recuerda al país donde morimos la vida.
Queda, la celebración.
Inéditos
*
Una fosa común es el cuerpo.
No tiene en los bordes unos pies asesinos
que dejan caer tierra sobre cuerpos calcinados.
No hay alguien a punto de recibir el bautismo de la gasolina,
la no identidad de los desaparecidos.
En este cuerpo,
mesa para todas las hambres,
carne para el mundo,
las manos se buscan
como las cabezas cercenadas,
dedos sin manos,
lenguas mordidas y sangrantes,
labios dolorosos
se revuelven en la tierra,
fin, espasmo supremo, floración última.
Nadie queda fuera de esta fosa común de mi cuerpo.
*
Escarban la tierra
con hambre humana, las gallinas.
El abandono de la casa,
su silencio incinerado,
las palomas que emigraron al vacío,
la leña mordida por los hongos,
les han obligado a no pertenecer,
a ser salvajes.
Escarban bajo la lluvia,
se pavonean,
extraen de la tierra
lombrices,
plásticos,
basura.
Bailan sobre los cadáveres de la fosa.