I
Si alguien merece
ser salvada es la que soy en sueños,
en este oficio remoto
de escribir mientras duermo.
II
Como una apátrida
huyendo de mí misma,
buscaba renacer
ceniza entre cenizas.
¿En dónde se busca la palabra
(Animal herido de sangre)
cuando se oculta?
En las cenizas
revuelvo una sentencia:
la patria es la palabra.
Puse los manteles
al sol
luego de refregar.
Y estas manchas
círculos de vino viejo
que no se borran
hermosas en su color morado
hermanan con otros
que luchan con las huellas
de celebraciones que persisten
impresas sobre la tela.
Mantel al sol
punto vainilla surca mis bordes
amarillean mis puntillas.
Joven aún me conmovía
el Santo Sudario
en su Misterio
Cristo mirándome desde allí.
Mantel al sol
me agita el viento
vuelvo, soy
la gota que corrió lenta, furiosa,
inexorable
hacia la tela
me bebo la gota , que se demora,
impregna en mi trama
y en cada ojo
abierto, circular,
trazo un mapa de mi Destino.
Mantel al sol
manchas nuevas
me brotan en el pecho
luego serán tercamente refregadas.
Cubro la masa con mi calor
para que leude,
las manos de los chicos,
risas de pan y barro
me descuelgan de la soga.
Mantel al sol
pienso en el destino
de otras telas:
¿Qué jerarquías determinan
quién está destinado a ser
sudario,
ajuar,
primera sabanita…?
¿Y yo, acaso, soy?
Mantel al sol
una rosa bordada,
en punto cruz
rojo
confunde mi dolor con el suyo
verde
imita las hojas recién nacidas.
En la siesta interminable,
el hilo perlé matizado me cruzaba
de lado a lado,
sentí cada herida de la aguja.
Mantel al sol
en cada pliegue, empecinado
me resisto al planchado
algo hilado en mí, dicen,
algodón del bueno.
Me trazaron espigas doradas
de trigo en punto cadena
en consecuencia,
no dejo de soñar con los campos.
Mantel al sol
me ocultan el desgarro
con un florero.
Pero recuerdo
qué ocurrió al partir el pan:
un filo descuidado
me enfrentó a la herida
el corte y la Cicatriz del cuchillo
fueron presagios
de oscuras temporadas
en el armario.
Puse los manteles al sol
―Las manchas de vino tinto
salen con vino blanco,
decían las abuelas,
así, en el viento soleado
un destino cubre a otro:
las presencias,
las bodas,
los funerales,
se cubren en la cadencia
de los barcos de mi infancia
vino sobre vino.
Puse los manteles
al sol
pronto florecerán
manchas de vinos nuevos.
Habrá un bautismo,
una comunión
con la tarde y los pájaros
en este jazmín
abierto sobre mi pecho.
Amarte era la enumeración más hostil
de la fiebre y los pesares.
Con aquellas pálidas lunas en las
manos
con aquel aire fugitivo en el acento
creías salvarme
del tumulto, de la sombra y de las
piedras.
En aquel momento
Dios era una pandemia,
los lirios marchitos
quebraban los balcones.
¿Dónde me estabas buscando?
Si te arrojé mi chalina
en la boca del subte
y no podías pensarte solo y loco
en aquel andamio,
recortado en la demencia
sediento de voces
en la costanera del mundo
Vos, que creías
en la aparición real de los fantasmas
te compraste un reloj de arena
para contar historias sin saberlas,
me iniciaste en el juego de la espera.
Carola Rotondaro: Nació en San Martín, Pcia. de Buenos Aires, el 3 de enero de 1970.
Su última infancia transcurrió en varios países limítrofes (Uruguay y Paraguay). Desde 1983, reside en diversas localidades del conurbano bonaerense. Ejerció distintos oficios desde la adolescencia. Artesana y profesora de Lengua y Literatura.