Selección de Callao 1824 (Leviatán, 2018)
Jornada de San Mateo
Ciento cuatro soldados son conducidos desde las Casas Matas de El Callao (Perú) hacia la isla de Esteves, en el lago Titicaca. Son acusados de traición y rebeldía. Entre ellos hay argentinos, chilenos, peruanos, colombianos, un español y un montevideano.
La marcha es durísima: de Lima a Titicaca hay 1600 kilómetros. Los prisioneros hacen el trayecto a pie, con poca ropa, sometidos a castigos y privaciones.
En la isla de Esteves les espera algo peor. El presidio inhumano donde el gobernador realista Tadeo Gárate arma y desarma conspiraciones. Los ciento cuatro hombres están desalmados. Obedecen.
Durante lo que más tarde se denominará Jornada de San Mateo, después de 30 kilómetros de camino de ripio y a casi 5.000 metros de altura, dos prisioneros logran burlar la guardia y escapan zambulléndose en una acequia. Nadan. Se alejan.
Uno es argentino: Juan Pedro Luna, capitán. El otro, montevideano, se llama Ramón Bernabé Estomba y es sargento mayor.
Estomba y Luna
Me llevo
la memoria del tacto,
la que no se extingue
y demanda, y llamará.
Rodolfo Godino
que lo salvaron en Ayohúma
Ni Torata ni Moquegua. Con una pierna menos, ni Torata
se agitó como esta agua endurecida
a cinco mil metros de altura. Porque eran jóvenes, tanto
que no tenían idea. Uno trató de alzar mis muslos,
la mancha del pantalón, mezcla de sangre,
polvo y sebo. Pero mi sombra quedó
quieta en la arena. Mediodía: solo un hoyo
marcaba el sitio de mi muerte.
Eran jóvenes: uno lloraba. El otro,
subió el bulto de mi cuerpo a su caballo.
Tengo dos o tres recuerdos: el aliento detrás de mi lengua, un sopor
Inexplicable y la vista enloquecedora de dos piernas rotas.
Aquel me consultaba: ¿así, señor, así?
Le duele, capitán, ¿a que le duele? El otro, en cambio:
cállese la boca, conserve la paz.
La primera idea ferviente de paz que tuve
en mi vida me llegó de un soldado. Me llegó de Alderete.
Una gota marrón moja el kepí.
Ni la vuelta de Sucre, ni la de Santa Cruz, insólita y torpe,
ni Macacona o las puertas de El Callao
talladas a uña y cobre, ninguna se agitó en mí como esta
agua endurecida que me espanta. Veo la fila
de ciento tres: los que mañana mismo pagarán mi huida.
Uno, el primero, insistió con apretar la cincha; el otro,
pegó dos tiros al aire. Eran jóvenes, yo también, no por eso
justifico el abandono, la pica en una plaza, el grito ahogado
de Alderete. Cállese, cierre la boca. Conserve la paz.
Porque ni Torata fue así. Con una pierna menos, ni Moquegua tuvo
el dolor profundo de esta agua endurecida, de la acequia que
me salva hoy y me condenará dentro de seis o
siete años. Es que sigo siendo joven, tanto que ni idea tengo.
El que lloraba se llamaba Gaona o Gauna.
Murió de pie, gritando: viva la patria, yo lo cubro,
capitán.
piensa en el Rimac
Quisiera que oyeran mis pies
que son
ocho leguas hasta el Rimac.
Si a ella una línea le alcanzó
para explicar
lo inentendible,
tan hábil en decir,
en escribir,
siempre,
¿por qué serían poco dos
para entender
que son apenas ocho leguas
a la falda
de Mantaro?
Ocho leguas
y casi la mitad
en ripio,
sobre azufre
que mana la tierra
por los que somos solitarios, por los
que hacemos todo de una forma
apagada y distante. Porque ella
no ha vuelto a escribirme
y qué importan las letras,
las medidas de longitud,
si de todos modos…
muy alto
Cumbres que sobrenadan como islas
Alejandro Nicotra
Se despierta. Ve a un hombre.
No he soñado, piensa.
El hombre
pone un dedo en alto.
Se le antoja
la cruz de un candado,
el quicio mohoso
de su puerta en Jáchal.
Solo porque es capitán lo cargan.
Si fuera raso, caminaría.
Pero esa lona
no puede ser tumba para él.
A Reaño le espera
algo peor.
Solo porque es
capitán va en andas.
Si no fuera, caminaría.
a la isla de Esteves
No saben leer. El viejo
se llama Vivero. Castillo tuvo
familia en Mendoza.
Escolástico Magán
vino del sur: treinta y siete años,
mala dentadura, pies redondos.
Ni cadenas llevan:
no hay metal en el país que no se emplee
en hoja o collar.
Qué será de ellos. Qué será
de quien escapa en la noche, de Manuel López,
Pedro José Díaz. Qué será de Lista.
Los de El Callao no han leído nada. Me consta.
Difícilmente distingan la C de la I,
el apellido materno,
de cualquier palabra. No saben
dónde nacieron, a qué tierra
deberían remitir sus huesos en caso
de que correspondiera.
anteojos
Recordé,
con esa manía que tengo
de pensar en cualquier cosa
cuando pienso en él, recordé
la parábola de Kant y,
casi enseguida,
el tablón que pisamos
camino al bulevar Caseros.
Maipú, Ituzaingó, Orden del Sol,
Sipe Sipe, un bar tan triste
una mañana luminosa.
Las cosas por su nombre, pensé.
Sus anteojos, fuera de moda,
lo mostraban lo intuitivo
que jamás fue.
Yo era demasiado joven y él,
igual que siempre,
dio vuelta la página.
Luna piensa
en qué será mañana
Alguien dijo que la línea de esta mano
termina en un año incierto. Yo digo
que conozco a los que andan conmigo y sé
de buena fuente que no vamos a las maniobras.
El padre de mi hija murió
una tarde sin nubes. De ahí en más,
veo con desconfianza el día límpido,
el corral abierto, la mujer delgada.
Alguien dijo que tengo buen ojo para la ocasión.
Sin embargo, aquí me encuentro,
mis días están contados, ¿los de quién no?
Pero de noche siento algo,
la impresión de que me toca un puño.
Y sé que debo irme, aunque no me haya ido.
Y sé, porque alguien lo dijo,
que la línea de esta mano acaba en un año impar.
No será el de este, entonces.
Entonces no.
Cecilia Romana nació en Buenos Aires. Es escritora y licenciada en Artes y Ciencias del Teatro. Publicó ocho libros de poesía, entre ellos Aviso de obra, con el que obtuvo el Premio de Poesía Iberoamericana Sor Juana Inés de la Cruz 2006 (México, 2008) y No lo conozcas, Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 2006 (México, 2007), El libro de los celos, Segundo Premio Poesía Fondo Nacional de las Artes 2009 (Buenos Aires, 2010) y Los que fueron, Segundo Premio Poesía Fondo Nacional de las Artes 2011 (Buenos Aires, 2013). Asimismo es autora de cuatro volúmenes de relatos infanto-juveniles (Norma) y varios libros escolares para nivel inicial, primario y secundario en Kapelusz y Santillana. Realizó el estudio preliminar de la edición de El salar de Fausto Burgos para la colección Los Raros de la Biblioteca Nacional en 2010. Sus poemas han sido traducidos al francés, al italiano, inglés, portugués y polaco y forman parte de antologías argentinas, latinoamericanas y estadounidenses. Es trabajadora de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno desde 2014 en el área de Cultura.