Soñé que me caía.
Era re lindo.
El color de los autos,
Y el cielo que se alejaba.
Los árboles me soplaban
Para mantenerme levitando.
Yo saqué mi celular para tomar una foto
Y leí un mensaje tuyo: perdón.
Fue re lindo.
Dije que me caí, pero creo que me tiré.
Porque los pajaritos me acariciaban
Con sus alas pequeñitas y perfumadas.
Sentía cosquillas y
Tu mensaje me puso nervioso.
Cuando te quise contestar
Me desperté sobre mi almohada de adoquín,
Y mi cuerpo estaba raro,
no me podía levantar.
Con el hilito rojo que salía de mi boca
Escribí, sobre mi sábana gris:
Te perdono.
Ví una chica igual a vos. Idéntica.
Le pregunté por qué me dijiste eso
la noche de lluvia en la esquina de
San Juan y Boedo?
Te acordás?
Nunca más volví a pasar por ahí.
Tu perfume está tatuado
en esa gloriosa esquina.
Las gotitas derrumbaban tu rímel
que se esparcía por toda tu carita.
Está bien
Yo tampoco espero nada de mí
Pero por qué me dijiste algo así?
La chica me dijo que no la moleste,
Que ella no me conoce.
Nunca creí ser un desconocido para vos.
Es feo no tener amigos,
pero más feo es sentirse solo
aún cuando estás rodeado de ellos.
Es que en el marco de esta construcción social
me quedé sin ganas de martillar,
le dije a mi espejo esta mañana.
Hace mucho que no lo veía.
El papel metálico cruje
para dar lugar a nuevas sensaciones.
La esperanza inmediata al alcance
de un vaso de agua.
Un mundo de fantasía:
la última parada del tren Clonacepam
Tres días
duró el incendio de los arcoiris.
Me olvidé
Que tenía mariposas en los bolsillos.
Me perdí en el laberinto de tú sonrisa.
Una hoja amarillenta
pegada en la heladera.
La letra contenta:
camina por la ladera.
Un cuervo en mi pecho,
el abrazo de mi hermano.
No necesito nada más.
Un tatuaje que diga:
“Sos cualquiera, pibe”
Ese último verso dolió.