Germino una semilla
después de vivir veinte décadas
robando limones de su jardín.
Crece, la cuido y la dejo envejecer.
Me poso sobre su sabiduría ancestral.
La fotosíntesis se vuelve eterna
en cada veta de las hojas que se arrugaron.
Amarillo limón
ya no es
verde manzana.
Desentierro las manchas de la cosecha
para decirle:
mi rubia Mireya,
no dejes que la huella
de la vejez borre aquella melodía
de tango insolente
que se desata en los sonidos
más exuberantes de tu garganta.
¿Podrás seguir prendiendo la radio AM de los domingos?
Mientras el olorcito a fideos con tuco
sabe jugar en nuestras narices,
volvemos a plantar una semilla
y el aroma se vuelve canción
y el cuchillo ya deja de cortar
porque ahora existen dos manos
que solo saben acariciar el sol,
porque quedaron dos ojos azules
que solo saben florecer
en las hojitas del árbol de limón
que por fin creció.
ALTILLO
Todas las mañanas
me silba por la ventana
el viento que entraba el día
que estábamos jugando
en el piso de madera despintado
mientras los ojos de mi gatito negro
me miraban en el silencio
de un sueño enmudecido.
ALTILLO
Todas las mañanas me espiaban por el postigo
unas alondras nocturnas
que me silbaban desde las hojas
de los libros de dostoyevski
cuando mi biblioteca estaba vacía
y solo existía en sueños
que después se hicieron polvo en
el ALTILLO
la biblioteca,
mi gato,
sus ojos amarillos,
y yo.
AHORA
los muñecos ya no saben caminar
porque están en el limbo
de mi albor más soñado
AHORA
sólo saben crujir las puertas
que se caen
¡SE CAEN!
sobre mis cuadernos quebrados
por el temblor de las escaleras erguidas,
pero en desdén de un suspiro senil.
AHORA
se cayeron los pedacitos
de un collage con fotos antiguas
que coloreaban mi anotador de poesía
con unos tátara abuelos que nunca conocí,
pero que andan dejando sus arrugas latentes
en los broches del tendedero.
las hojitas que se volaron
en el otoño nublado del octubre pasado
como los papeles que desaparecieron
abrazados a los libros de la abuela.
Invisibles las palabras que no se retuercen
en el sonido de lxs que callan en las piedras,
en los pájaros y en las sierras.
Invisibles pero no ausentes
en el monte teñido de colores vivos
al son de los pájaros, el río y los diques.
¿Por qué la invisibilidad es como un camino
desbordado de árboles, animales y melodías
que desaparecen en la oscuridad de lxs que callan y temen?
Invisibles las plantitas
de la huerta que se inundaron
por las lágrimas
y las balas de sujetos impacientes.
Invisibles en los imaginarios
de mentes borroneadas y pisoteadas
por maquinitas intangibles demoledoras de amor.
¿Cuál es el sentido oculto de la tierra
de nuestros ancestros que se pierde en el son
del viento fuerte que recorre nuestro interior?
Invisible dejará de ser la impronta
de las jóvenes memorias
escritas en los museos
que prenden el fueguito
de los testimonios perdidos.
La naranja dulce de tu boca,
el frío brillo de tus labios
me llaman para contarme
sobre historias de caballos
galopando en estepas frutales
a las que hay que sacarle las espinas.
El rosado ya no me gusta,
y el negro menos
no, no quiero saber nada,
por eso prefiero imaginar tu boca
de los colores que más nos vuelan,
como cuando el violeta, el rojo, el azul
o el verde manzana nos erizan los pelos
después de sudar pedacitos
de hojas color verano,
pedacitos de espuma
metida en las sábanas de nuestra tabla
que llueve sobre tensiones lejanas
en mañanas que a veces ni existen
La ropa mojada, tus labios mojados,
El shortcito rojo todo roto,
mi intento de remera que se seca rápido
¡Amo nuestras telas enraizadas
que huelen a calor estrellado
y a cerveza desteñida!
Porque esa es la libertad
que huye despavorida
por vivir vacía de destellos
que no quieren ser lo que nunca fueron,
solo son sueños eróticos de una mujer
a la que no le gusta el invierno.
Mientras esperaba una canción
no sabía qué decirte
para que te dieras cuenta
de que quería que me dibujaras
una ola en un cuadernillo de color.
Mientras pensaba que la alfombra estaba sucia,
esperaba que las ondas que solían pintarse
en la sombra de las olas del charco
de la vereda de mi casa
se convirtieran en un poema.
Vení, vamos a jugar un ratito
a que sabemos malabarear
con las palabras que nunca nos acordamos
mientras chapoteamos en los pocitos
de las calles rotas del barrio que no compartimos.
Vení, vamos a jugar
a que sabemos tocar la guitarra
sentados en el charquito del cordón
apretando un poquito por acá,
otro poquito por allá.
Vení, vamos a inventar que sabemos
de percusión
como si viviéramos
cerca de los sonidos
que nos alientan a ser aire
cuando lo único que nos queda
son las nubes que se mueven
arriba del mar de charcos
que graniza sobre nuestras manos.
es una palabra
que me inspira a escribir poesía,
siempre creí que la poesía
es el género más vago de todos:
palabras desordenadas, desorden,
desorganización anti-novelesca.
Nos dormimos,
nos despertamos,
nos sentamos,
movemos un poquitito los dedos,
cantamos un poquito,
creemos que le metemos
armonía,
melodía,
ritmo,
recuerdos
y ahí vienen
algunas memorias…
el tango cantor
del equipito de música negro,
la novela bizzara
mientras pasábamos
el rato mirando las fotitos
con los rulos despeinados
y escribiendo una notita
que quería llegar a ser poesía,
pero que ya se desintegró.
de oraciones
que no entienden
de razones metódicas,
aunque sí de letras
que reclaman organizarse
para resistir
a la penumbra
mortal de la vejez
que arruga la máquina de coser gris
y borronea las dedicatorias
de los dibujitos del naranjo en flor
por el apagón de mi voz poética
desordenada que nunca te gustó,
nunca leíste y nunca escuchaste recitar.