Borrón y luz nueva
Escribo pizarrones cada mañana,
las manos blancas, manchadas, saben
que las palabras después se borrarán,
tal vez antes de que el sol del mediodía
golpee la madera contra la pared.
Es otro hábito que se aprende con la pérdida:
si nada permanece, cada cosa está mientras dure.
Para que la luz destruya, primero hay que formar
un agujero de sombra que se guarde con paciencia,
hasta que el primer rayo lo rompa: hilo blanco
sobre fondo negro, hasta que se deshaga.
Flaco como un alambre
A David “El Fichy” Piriz
El pibe eléctrico
nos celebraba a todos
y sus brazos eran como cables:
las descargas de energía
iluminaban la peatonal
y prendían las lámparas.
Se movía en fogonazos,
como un relámpago que vuelve,
y cada uno de nosotros esperaba
el próximo movimiento.
Todo lo rápido termina,
pero el pibe eléctrico siguió
y su último rayo todavía quema:
apuntó a los postes de luz
y se fue con la corriente.
La voluntad
A Alejandro Schmidt, in memoriam
No queremos el agua por la sed,
la deseamos
por los barcos que se hundieron sin nosotros.
El pescador
Bote quieto.
La carnada descansa
en la punta del anzuelo
como un botín secreto
y sumergido. Pocos peces
nadan en las inmediaciones.
El sol deja su marca en el agua,
una huella de luz que hace sudar
al hombre acalorado
sobre las olas del mar
que apenas mueven
la embarcación que transporta
al pescador, padre de tres
y bebedor solitario
que ya se olvidó cómo es
la conversación en la costa.
Uno, dos, tres movimientos.
La caña se sacude
en respuesta a algún pez
atrapado que insiste.
Uno, dos, tres forcejeos.
Los músculos del pescador
se tensan como las cuerdas
de un cuadrilátero de boxeo.
El combate es feroz.
Piensa que el animal
tal vez sea una bestia, un monstruo
capaz de devorarlo.
Algunas nubes tapan el sol
en el momento definitivo
y entre el chapoteo del agua
la ve: plateada como una piedra
o una moneda brillante, la criatura
cae sobre la cubierta dando tumbos
con torpeza. Ahí, afuera del agua
los ojos del pez observan el mundo.
El pescador los mira y en ellos
encuentra los ojos de su hijo.
Pestañea como si bajara
la cortina de su pescadería.
En la mirada del pescador
hay piedad por la vida.
Lo agarra con las dos manos
y el contacto con las escamas
le provoca un frío atávico.
Con un cuidado casi paternal,
le retira el anzuelo de la boca
perforada. Un poco de sangre
le mancha los dedos.
Entre el color rojo, ve sus propias
cicatrices. Ya es hora.
El pez mueve la boca
como un condenado.
En el hombre no hay dudas.
Lo mira por última vez
como quien despide a un hijo
que viaja al frente de batalla
y lo arroja hacia el oleaje
que lo recibe como una madre.
No hay gloria en sus gestos.
El motor de la lancha
lo aleja, atónito, de la escena.
Criterio
Tus ojos filman
la tarde que culmina
con la velocidad de un automóvil
o el aleteo de una mariposa,
me saben volquete cargado de escombros
que se hace sombra sobre el asfalto
pero ven también los cimientos
inmóviles de una tristeza
y se arrugan, sin embargo.
Lepidoptería
Mi novia cría mariposas. De sus manos salen,
colgando entre los dedos, más allá de la reja.
Es fatuo su vuelo, no dura mucho en los ojos
que las observan. Dejan la caja oxigenada
por huecos diminutos, la que fue su hogar.
Su vida es breve: el color intenso en sus alas
describe la pasión de cambiar de forma.
Primero oruga, después crisálida.
Replegarse hasta romper la cáscara
que nos contenga. La técnica de la mariposa
es una terapia posible para cualquier vertebrado.
Cardos
Tu dolor es amor transformándose en mundo
Miguel Abuelo
La anécdota es rápida, fugaz.
No hay muchas historias así.
Campo al aire libre. Las cercanías
de Ezeiza. Hombre jóvenes, con
uniformes verde oliva, reptan por
la tierra, como culebras.
Uno de los conscriptos observa
con rapidez el terreno antes
de echarse cuerpo a tierra.
Se arrastra en línea recta,
por donde no pueda lastimarse.
Su superior lo ve y lo agarra
de la ropa por la espalda.
¿Así que no se quiere pinchar el soldadito?
Lo lanza con violencia contra la tierra
llena de cardos y le pisa la columna
con su bota mientras avanza.
“Todavía me estoy sacando las
espinas”, dice el ex colimba
más de treinta años después.
Entonces se hace de nuevo el silencio.