Poemas de Julián Berenguel

Borrón y luz nueva

         Escribo pizarrones cada mañana,

las manos blancas, manchadas, saben

que las palabras después se borrarán,

tal vez antes de que el sol del mediodía

golpee la madera contra la pared.

Es otro hábito que se aprende con la pérdida:

si nada permanece, cada cosa está mientras dure.

Para que la luz destruya, primero hay que formar

un agujero de sombra que se guarde con paciencia,

hasta que el primer rayo lo rompa: hilo blanco

sobre fondo negro, hasta que se deshaga.

Flaco como un alambre

A David “El Fichy” Piriz

El pibe eléctrico

nos celebraba a todos

y sus brazos eran como cables:

las descargas de energía

iluminaban la peatonal

y prendían las lámparas.

Se movía en fogonazos,

como un relámpago que vuelve,

y cada uno de nosotros esperaba

el próximo movimiento.

Todo lo rápido termina,

pero el pibe eléctrico siguió

y su último rayo todavía quema:

apuntó a los postes de luz

y se fue con la corriente.

La voluntad

A Alejandro Schmidt, in memoriam

No queremos el agua por la sed,

la deseamos

por los barcos que se hundieron sin nosotros.

El pescador

Bote quieto.

La carnada descansa

en la punta del anzuelo

como un botín secreto

y sumergido. Pocos peces

nadan en las inmediaciones.

El sol deja su marca en el agua,

una huella de luz que hace sudar

al hombre acalorado

sobre las olas del mar

que apenas mueven

la embarcación que transporta

al pescador, padre de tres

y bebedor solitario

que ya se olvidó cómo es

la conversación en la costa.

Uno, dos, tres movimientos.

La caña se sacude

en respuesta a algún pez

atrapado que insiste.

Uno, dos, tres forcejeos.

Los músculos del pescador

se tensan como las cuerdas

de un cuadrilátero de boxeo.

El combate es feroz.

Piensa que el animal

tal vez sea una bestia, un monstruo

capaz de devorarlo.

Algunas nubes tapan el sol

en el momento definitivo

y entre el chapoteo del agua

la ve: plateada como una piedra

o una moneda brillante, la criatura

cae sobre la cubierta dando tumbos

con torpeza. Ahí, afuera del agua

los ojos del pez observan el mundo.

El pescador los mira y en ellos

encuentra los ojos de su hijo.

Pestañea como si bajara

la cortina de su pescadería.

En la mirada del pescador

hay piedad por la vida.

Lo agarra con las dos manos

y el contacto con las escamas

le provoca un frío atávico.

Con un cuidado casi paternal,

le retira el anzuelo de la boca

perforada. Un poco de sangre

le mancha los dedos.

Entre el color rojo, ve sus propias

cicatrices. Ya es hora.

El pez mueve la boca

como un condenado.

En el hombre no hay dudas.

Lo mira por última vez

como quien despide a un hijo

que viaja al frente de batalla

y lo arroja hacia el oleaje

que lo recibe como una madre.

No hay gloria en sus gestos.

El motor de la lancha

lo aleja, atónito, de la escena.

Criterio

Tus ojos filman

la tarde que culmina

con la velocidad de un automóvil

o el aleteo de una mariposa,

me saben volquete cargado de escombros

que se hace sombra sobre el asfalto

pero ven también los cimientos

inmóviles de una tristeza

y se arrugan, sin embargo.

Lepidoptería

Mi novia cría mariposas. De sus manos salen,

colgando entre los dedos, más allá de la reja.

Es fatuo su vuelo, no dura mucho en los ojos

que las observan. Dejan la caja oxigenada

por huecos diminutos, la que fue su hogar.

Su vida es breve: el color intenso en sus alas

describe la pasión de cambiar de forma.

Primero oruga, después crisálida.

Replegarse hasta romper la cáscara

que nos contenga.  La técnica de la mariposa

es una terapia posible para cualquier vertebrado.

Cardos

Tu dolor es amor transformándose en mundo

Miguel Abuelo

La anécdota es rápida, fugaz.

No hay muchas historias así.

Campo al aire libre. Las cercanías

de Ezeiza. Hombre jóvenes, con

uniformes verde oliva, reptan por

la tierra, como culebras.

Uno de los conscriptos observa

con rapidez el terreno antes

de echarse cuerpo a tierra.

Se arrastra en línea recta,

por donde no pueda lastimarse.

Su superior lo ve y lo agarra

de la ropa por la espalda.

¿Así que no se quiere pinchar el soldadito?

Lo lanza con violencia contra la tierra

llena de cardos y le pisa la columna

con su bota mientras avanza.

“Todavía me estoy sacando las

espinas”, dice el ex colimba

más de treinta años después.

Entonces se hace de nuevo el silencio.

Biografía

Julián Berenguel (Temperley, 1993) estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires. Actualmente cursa Comunicación Social en la Universidad Nacional de Quilmes. Junto a Martina Delgado, preparó el índice y la presentación de “Diario de Poesía” para el Archivo Histórico de Revistas Argentinas. Publicó las plaquetas de poesía “Guateque” (2018) y “Discurso del ermitaño” (2018) y compiló “Aguafuertes de viaje. Uruguay y Brasil” de Roberto Arlt. Integra el grupo de investigación “Poesía de los noventa y literaturas latinoamericanas: lecturas, conexiones y reescrituras”, dirigido por Martín Baigorria. Trabaja como profesor de literatura en escuelas secundarias del conurbano bonaerense.