No soy
un perro o una estrella
o la angustia de los domingos a las siete de la tarde.
No soy un dios griego dejando descendencia
ni edipo bebé asustado en la canasta
o el oráculo insistiendo en predicciones inentendibles.
No soy predicciones.
No soy, por ejemplo
la tierra húmeda y pobre del norte de Brasil
o un migrante haitiano en busca de educación gratuita.
No soy el océano pacífico – pero ¡ay, cómo quisiera!
El agua
puede encontrarse en tres estados:
sólido, líquido o gaseoso
y la cerveza es malta fermentada, líquida y gaseosa a la vez.
Mi estado parece ser sólido.
No soy calle de tierra polvo levantada por el viento
¿alguien sabe por qué se pega al cuerpo?
Dios también se encuentra en tres estados.
Mi estado parece ser sólido.
¿soy el hijo?
No soy, por ejemplo
el cuarto de hora perdido en la parada del colectivo
o el caos de La Paz fría y nublada.
No soy la letra sucia de Sbarra, o Puig
escribiéndole una carta a Perlongher en medio del exilio.
¿no soy el exilio?
Soy una fiesta gay clandestina en Potosí
atrás de una chapa y barro hecho de pis.
Soy el hijo, crucificado de día con vestidos y máscara para pestañas
y resucitado de noche con barba, voz gruesa y las tetas fajadas.
Las palabras que no hablaste
porque elegiste otras
y te enredaste,
como si tu lengua
saltara a la soga
y cayera al piso
en frente de todos,
deambulan
y a veces caen
como pesadillas
en el lóbulo derecho
de un niño que duerme.
Las madres le cantan
y ellas se van
un poco por envidia
y otro poco por tristeza.
Son despertadores
sonando en invierno,
o la tibieza
que se pierde
en un tren roto
que choca con el andén
y con símismo y se lleva
el último día
de la estación del año
que más te gusta.
I
Verte leer
y jugar con la barba cuando
pensar que sos una persona
agradable y que en tu entera
existencia ignorás
que te estoy mirando
de reojo y seguro
que tenés novia o novio porque
¿quién hace la fila del banco
y además practica el amor libre?
Tu nombre
debe ser más lindo que verte
leyendo sentado en el piso y yo antes
a los chicos no les escribía poesía
pero tus ojos claritos me ponen
cursi y voy y te hablo
y estamos tomando una birra.
II
Hay una línea recta entre los dos
mirás sórdido el paisaje
de gentes y turnos numéricos
y yo te veo a vos desde mi asiento y pienso
que el amor se parece
al sabor del melón en medio
de una ensalada de frutas cítricas.
Hay una línea recta entre los dos
a veces la perpendiculean otras gentes
que esperan lo mismo que nosotros
pero tu camisa a cuadrillé se aleja
y el corazón se me queda chiquitito.
III
Antes
a los chicos
no les escribía
poesías de amor.
Miro
una realidad lánguida
desde este lugar.
Mis ancestros,
me llenaron de sanidad
y cargo con el peso
de ser útil
para los mortales.
El viento me cuenta
lo terrible de ser viento
de llevar noticias
de muerte y cansancio.
Y la lluvia
que cae lenta,
acompaña a su hermano.
Me alimentan,
pero cargan con el peso
de la libertad.
Guardé
tanto tiempo
esto
en una cajita
y lo cuidé más
que a cualquier planta
creció
como un fueguito
lo alimenté
de aire puro
hasta que
esto
ya no entró
en el estuche
Mis amigos
me preguntaban
si estaba
enamorada
porque, decían,
empecé a resplandecer
qué loco, pensé
¿será por
esto
que ahora llevo
guardado
adentro
de las costillas?
Hay un montón
de cajitas de cigarro
vacías sobre la mesa,
se juntan solas
como la ropa sucia
en esa silla
de aquel rincón.
También hay una pila
de libros en una esquina, no sé
debe haber algo en los rincones
pequeños imanes que llaman
al acumulamiento.
Imagino
el motor de los autos
atrapados en hora pico,
quieren irse, ¿no ves?
Ese bramido que largan
es la respuesta
al amontonamiento obligado.
La ropa en cambio
o los libros o las cajitas
no emiten sonido y entonces
¿cómo saber sus deseos?
Por ejemplo, saber
si la blusa roja hoy
quiere salir a la calle o
si el libro de poetas peruanas quiere
quedarse en la mesa de luz.
¿Las cajitas de cigarro quieren
ver los restos de lo que alguna vez contuvieron
volándose del cenicero?
No sé, pero es cruel
someterlas a ese espectáculo.
Diluída en el poniente
en la lluvia suave pero fría,
en el remolino de agua
adentro de la botella
adentro del mar inmenso
abierto en la sangre.
Lo que no entiendo lo vuelvo altar
para rezarle a las diosas
y tirarles azares
del no olvido.
Cuando la tibieza oiga
la congoja, el ahogo,
quizá mire hacia abajo y venga
misericordiosa y me vuelva
a la unidad que preciso
para amar libremente.
Pasé la tarde viendo
sonrisas de niñas
y abrazos
mirando la cámara
en calle de tierra
es más difícil
la carcajada
debe ser por eso
que las imágenes
se ven más nítidas
las niñas
expectantes
o asqueadas
viendo el fulgor
de la bengala
hablaban entre ellas
sólo con sus caras
cuando el dedo
bajó el flash
esos gestos
de patio con pasto
de pibe en la esquina
de transa de barrio
de jugar en la calle
de correr a los gritos
convivían apacibles
en el bizcochuelo
de cumpleaños
Una vez
no tuve
pelos en la lengua
y dije
que me masturbaba.
Otra vez
no tuve
pelos en los ojos
y vi
flores quemándose.
Otro día
no tuve
pelos en las manos
y acaricié
muchísimos cuerpos.
Ahora digo
y veo
y toco
y a veces
me depilo.
Karina Leandro Ardizzone. Nació el 5/4/90. Creció en La Reja, Moreno. A sus 23 años se estableció en Capital. En 2016 participó de la antología poética “La risa abunda en la boca de los jóvenes” que surge a raíz de un taller impulsado por la editorial Eloísa Cartonera llevado a cabo en la UNDAV. En 2017 participó de la antología “El rayo verde 2017”, el cual surge a raíz de los talleres de poesía impartidos por Osvaldo Bossi, al cual concurre hasta el día de la fecha.