Por los árboles de la cañada.
Toda la prisa,
la humedad agobiante de febrero;
la cañada con su cordón de tipas verdes, entre las piedras y el sol.
Me pregunto si recordarás que alguna vez por aquí pasamos, si pensarás cada tanto en el acto pretensioso de esperarte y que no llegaras; si aquel beso primero y ligero te quedó girando por la boca, si las piedras de colores que recogimos aún son pescaditos en tus manos de agua.
La continuidad de los días
no importa si todo transcurre
– por eso del dolor de los otros-
el propio
la claridad de los niños
y al final
el desamor, que felizmente, teje sus curas.
Sobre los objetos de Borges.
La casa, las hojas en su vuelo
el desperdicio de las horas
la inmerecida soledad del árbol
cuando florece en el campo
la naranja, el aroma en su voz
el vestido sobre una silla
la fiesta nocturna de las estrellas
el fino tiempo del caracol
la invasión minuciosa del mundo
un alfiler, una cáscara de limón
una piedra, una llave, un tornillo
ya nada existirá en el tiempo
si el olvido antepone su paz
cada objeto se libera de mi futuro.
Errabundo.
La imagino sobre la tierra
extensa
con un ramito de romero entre los dedos,
tendida en un aroma de albahacas
con una semilla de limón germinando en su pelo
miro de reojo una hoja de cedrón caer por su vientre
y soltar celoso el aire.
Cuánto querría asomarme a ese viaje de espesura.
Aquí inicio la madrugada; deambulo en la oscuridad
de la noche, en mi patio sitiado en la humedad del verano.
Soy su jardinero errante.
Recomendaciones.
Hay que armarse con una ramita de hierba,
como quien se perfuma,
armarse, aunque parezca poco
atraparnos las miradas compañeras
juntar las almas que quieran defender el alba;
si, el alba, así como lo escuchan
reponer fuerzas, montar brisas,
despedir escarabajos por las noches.
Y por supuesto, estar atentos a nosotros
los que nos queremos casi sin darnos cuenta,
los impactados de lunas y oscuridades
que andamos así.
El pimiento verde.
Dedicarle tiempo a un objeto,
a un ser
a un semejante alrededor de su sombra
detenerse minucioso a esperar
se cocine el arroz amarillo
y poner el pimiento verde al fuego
solo para que abunde su olor en la casa.
Tomarse un segundo de anclaje
en la respiración profunda
y hurtar la luz que echa la llovizna
sobre el laurel apenas inmóvil.
Así sin darnos cuenta,
acaso flotar un instante
sea una feroz resistencia
a las fauces cotidianas.