Gomera
el pichón de hornero gime/
con la rama de calcio sobre sus patas
sobre él el sol
a su costado izquierdo un pibe/
pegado con la oreja al pasto
cerrando el ojo que está pegado al pasto
lo mira
sabiendo que
mirar no es ver.
Digresión: ayer te vi no es lo mismo que ayer te miré
(pongamos las cosas claras)
pero el pibe no
y siente dolor, y siente culpa.
Sobre él también, el sol tuerto
que seca las patas del ave espasmódica
a esta altura: trepidante, cosa cóncava
con el destino austero de volcarse/
hacia la hendidura en el pasto
hecha por su verdugo minutos antes,
con el talón de las zapatillas
(idéntico movimiento con el que se hace un opi)
quedándole arriba, espolvoreado, un poco de tierra
y flores
salidas del talón.
Madre
Mi madre parió arriba del colectivo 448, un día de calor como este.
Su madre de lado
le apretaba la panza para que escupa
al cuatrero, flaco, negro, muy negro, con pelos en la cara.
Mi madre le sonrió al engendro nuevo
nacido para votar cada dos años
y poblar el barrio PRO.CRE.AR recién inaugurado.
Mi madre piensa en su madre
y en la madre de su madre
que joven, casi tan joven como ella,
parió también
del otro lado de la cordillera
pero no en el único colectivo que entra al barrio
sino en una iglesia evangélica pentecostal.
Mi madre desgarbada y púber le da de comer a su hijo
con su pezón aureolado, besa su frente aceptando
que va a ser igual al padre y no solo de forma geométrica.
El padre también está arriba del 448, adelante, adelante,
quema su carne con el sol
cuando esté listo nacerá del otro pecho virgen, aún virgen, de mi madre.
Casi sin llorar, verá pasar la vida colgada de un palo, de caña verde, arriba de un/
algodón de azúcar.
Mi madre matará el tiempo haciendo guisos por la mañana
y por la tarde pondrá su silla en la vereda, vera pasar también.
A la noche, junto a su madre y su hijo hará mate cocido y torta fritas.
Sin pomposidades partirá un domingo, sin saberse nunca muy bien en qué horario y/
bajo qué circunstancias.
Su madre y su hijo
a baldazos
dejarán entrar la lluvia.
Primer movimiento
La cuestión es el silencio, siempre.
El fulgor, el tiro de gracia, de la mano chica
de la mano blanda
de la heladera que se le rompió la lamparita
y que chasqueó en silencio
como para que nadie se dé cuenta.
A la intemperie también: Juan pedalea
pedalea juan
pedalea
y grita como para que no lo escuchen.
Muerde un gajo de limón
que sacó de la heladera
que se le rompió la lamparita.
Insistimos, Juan, por favor
“no hay belga que valga”
la palabra queda corta, Juan
cae a destiempo, siempre, siempre.
La retórica se subleva a lo incandescente de la realidad
nos ponemos finos
y asistimos al fin de una época.
Entonces Juan ¿para qué todo esto?
para qué hacerse un cuadernito
con hojitas amarillitas que quedan lindas
cuando les pega el sol
irse hasta allá, Juan
a aprender costura japonesa
y después volver
y escribir en cursiva
con letra de médico
para que cuando agarren
el cuadernito con hojitas amarillitas
no se den cuenta
que todo se trata de ellos
todo, siempre.
Abuelas
chilena mi abuela
chilenas mis abuelas
hermanas, ellas
desde Santiago vuelo directo, año setenta y seis
“parece que del otro lado hay trabajo”
balbucean, ellas, en el contorno.
Se acantonan en William Morris
pampa que costea un brazo del reconquista
se organiza la toma
chilenos, paraguayos
y el interior como marea:
un paisano de cada pueblo
recuerdan, ellas, una gran inundación
meses después de la conquista
perdieron todo
tambalea la ética gregaria
mi abuela, ella, dieciséis años,
empleada doméstica
conoce a Jorge mi abuelo, el, veintidós años
carpintero de obra
también chileno de Santiago
lo lleva a vivir con sus hermanas
ellas, el, todas
a la vera del río
levantan la nueva casilla
insistiendo
Breve tratado sobre pintura (exterior)
La obra se manifiesta
acontece.
En su trajín
ensancha la cavidad ósea,
plexolar,
del creador inaudito.
Y si la obra por razones técnicas-
ético-
religiosas
crece: subir el andamio.
Hay que estar a la altura, efectivamente.