El juicio de Alicia
Mi reina colorada, basta de ira
sin saber cómo saberlo, llegué
persiguiendo al conejo del reloj
cuando cuestionabas el tablero
reordenando las piezas mientras
sollozabas en secreto, sola
abrazada a tus rosas.
Tras un rastro de pétalos, detrás del espejo
Se ocultaban allí los seres más raros:
el experto en el misterio del sombrero,
ahogada en té la liebre séptima de marzo,
el gato infeliz arañando las preguntas.
Me presento: yo soy Alicia
y a tu jardín le faltaba una perra
la torpe, rubia, adelantada
que supiera contestarte
y ascender de peona
a coronada reina.
Vos, la reina de los corazones
antes fuiste reina roja, sostuvieron
los pliegues de tu cintura, frenaste
ante mi presencia. Dijiste
que para avanzar un verso
había que galopar como caballo
y desplazar al rey de trote
por solo llegar a su lugar.
Yo, me quedé quieta entre tus piernas
corriendo fija por las medias de algodón
tan suaves para la institutriz de la furia
y tan finas para la dueña de un parque
cuya base de pieza, sobre mis labios
cultiva un rosal.
No permitiste que me llevara ninguna.
No te importó la sangre sobre las espinas.
Tampoco quisiste que hablara con ellas.
Igual yo las besaba, si es que se puede
ser iguales en una partida de ajedrez
donde solo puede reinar una:
que lo sepa toda la corte o
que no haya sexo con peonas.
“La reina roja es una tonta,
no sabe controlar su ego” grité
jaque a la reina en su fantasía.
Antes de que cortaran mi cabeza
llegó tu hermana impoluta a preguntarte
por el nuevo orden teórico de las piezas.
¿Sabe responder a preguntas prácticas?
¿Cuál es la causa del caballo en este poema?
¿Es acaso, Alicia, un monstruo fabuloso?
¿De qué sirve una criatura sin sentido?
Estas fueron mis palabras para la corona,
que ignoraste mientras volvías a tu casillero
del otro lado de las maravillas, y del espejo.
Si todo el mundo siguiera tus reglas
no habría niñas metiéndose en jardines
ni conejos blancos con relojes
ni liebres cada siete de marzo
ni besos rojos, para tus rosas
ni una jugada por el amor.
Ricitos de oro
Juntaba flores por la madrugada
coronaba fantasiosa
esta inocente cabecita de novia
de un ramo eterno de margaritas
preguntándole a cada pétalo
por otro cuento de hadas
como si él fuera hombre
y acaso pudiera amarme
le abrió la puerta al cariño
para enseñarme a querer.
Me quiere, no me quiere, me quiere
deja su avena tibia sobre la mesa
para manchar mi cara rubia de leche
un bigote placentero entre los labios
de una perra joven y algo ingenua
pero él me quiere
es un oso grande de familia negra
sujetó su ojo pardo sobre mis medibachas
de niña blanca desnuda encaje, pícara
cómo te gusta bañarte en casa ajena
alejarte unos kilómetros de tu madre
para que te paterne un oso pardo
y se entrometa entre tus polleras rosas
hechas para el amor, no
para las margaritas.
Cortaba aquellos pétalos
que nacían del camino a su morada
me quiere, no me quiere, me quiere, no
me quiere muerta entre sus sábanas de rey
él es el pater familias de una casa enorme
con su lactosa urgente la avena se declara
desayunamos juntos solos en nuestro secreto
no vaya a ser que mamá osa
encuentre ocupado su lugar.
Me quiere, no
me guarda en un armario viejo
antes de que lleguen sus afectos
digo, los efectos de sus mañanas osas
allí encontré cadáveres de rizos
de buenas perras ya sin oro
le pregunté a los pétalos llorando
¿Tendría que ser tan obediente
en mis próximas travesuras?
Carecen filosofía para niñas
que no resisten casa ajena
que sueñan con un plato de avena
sobre una cama tamaño king size.
Escuché la mentira del otro lado de la puerta
hay una intrusa que comió de nuestros platos
lamió de nuestros pisos, chupó de las alfombras
mordió la manzana, meo en el sillón
soñó en la cama
¿Me quiere?
Si tan solo supiera que el goce
era lo cómodo de ser tan buena hija
en un hogar lejos de padres
digo, lejos de madres
digo, lejos de afecto
pero en efecto ninguna caricia había
para mi dorada crisma.
Cabé mi tumba en este armario
por el agujero lo vi tragar la llave.
No creo que pueda salir del clóset, no
por lo menos no con vida, los finales
de esta historia son casi tan absurdos
como predecibles:
los osos se la comen
los osos se le enfadan
los osos no perdonan
los osos la llaman a retirar.
Algunas versiones sugieren
que Ricitos corrigió el desastre.
Compró camas nuevas para los osos
vomitó la avena sobre la mesa, contó
monedas entre sus polleras
para saldar deudas adultas.
Pero esa no podría haber sido yo.
Corrí por los jardines
¡y cuánta margarita muerta!
Si hubiera sabido pulía mis mocasines, ahora
tendré para siempre la suela ensangrentada.
En fin, nunca le creas a una margarita
que te habla de un jardín depredador
que aquel lo cuida un oso pardo,
espera los capullos frescos
para mirar llegar el oro, regalar ramos
pero ocultar cerrojos, por donde se deja ver
que no te quiere.
Creer en las hadas
Este verano no persigo mariposas.
Primero porque las detesto, segundo
porque a partir de ahora decido
ser yo y no vos la que
se posa en otra cosa.
Puede que no lo comprendas,
estás ocupada volando de flor
en flor, de un verso al otro,
decorando tus macetas
con pétalos muertos,
de chicas ingenuas,
bonitas, como yo,
lejanas a tu nivel
de bichaje.
No hay nada más bello
y horrendamente insecto
que una mariposa. Hoy sé
las más lindas, como vos
se desnudan de cuerpo
pero nunca de mente.
Se guardan para adentro
sus poemas de amor.
Por eso exhiben secretos,
que las hacen sentir geniales
y de una intriga casi fenomenal.
Posan tiesas en el mariposario:
TIENEN que quedarse quietas
así no se les cortan las alas
de la performance, de la
miel robada para
condimentar
la mentira
dulce de
abeja.
Lo fui entendiendo sola.
Por envidiosas ante la reina
y también por engreídas, pero
fieles fanáticas del panal, piensan
¡si acaso todas las mariposas viven mal,
es porque el enjambre zumba alrededor suyo!
También supe, al hablarte dolida, hay voces
que a veces prefieren no escuchar.
Entonces recitan breves,
aletean lento, de a una palabra,
de a un verso, en busca de la dulzura
de un mamífero que se enamore
de la fotografía de un hada,
mejor acompañada, aún sola,
que cave hoyos invisibles
para enterrar cabezas
de hembra animal.
Después, usan
la sangre de compost,
y las cultivan en sus patios,
cosa que no se escapen lejos
y puedan cortarle las hojas
para en otoño subirlas,
secas, a sus cuentas,
juntando likes de
corazones rotos.
Aprendiste bien
de tus amigas, las arañas.
Cuidás tus redes como a las plantas.
Sos una mariposa social. Aunque no
uses la cámara frontal, yo en tu lugar,
de vez en cuando revisaría mi sombra.
Quizás quede una chica esperando
por una respuesta bajo la tierra
que prometiste sembrar y
te olvidaste en el bolsillo
del culo de tu jardinero.
Hay que tener cuidado.
No vaya a ser que alguien
descubra que atrás tuyo no hay
grandeza, belleza, ni siquiera flores
solo una tonta sentada en su jardín
reclamándole un capricho al cielo
por una pizca ínfima de sol.
Contar ovejas
De chica te vi
arrear las ovejas que
saltaban sobre la cama.
Nunca aflojabas la mano
ni ellas se daban vuelta a otear.
De golpe las vi
mirándome petrificadas.
Papá, yo sí tenía su altura,
y antes de irme a dormir
me escondí bajo la lana.
De pronto me vi hecha noche.
Vos ya no estabas ahí.
Me crecieron rulos
sobre la espalda.
Infiel a tu estilo,
no dejé que
me rasuraran.
A veces me siento oscura
e imagino la mugre de tus manos.
Le confieso a la manada:
todavía puedo agarrarme
de tus dedos vueltos tierra
y gritar en silencio
“No te vayas”.
Dos nutrias
En este río caudaloso
de flujo antiguo y fuerte
lleno de peces salvajes
por el que que nadan hacia
desembocaduras hostiles
nos acostamos a dormir
nos damos la mano
para sobrevivir
en este río caudaloso
sin que nos lleve la corriente.
Naturaleza muerta
El macho seduce a la hembra
(aquella de su misma especie)
para ofrecerle apareamiento.
Aquella puede recibirlo
o bien rechazarlo, depende
de su potencial como pareja
o de sus dotes como cazador.
Aquel puede ser logrado
mediante distintas
técnicas instintivas
(varía según la especie).
Danzas, gestos,
cantos, pruebas
de fuerza, amor
o resistencia:
diversas formas
de manifestar afecto.
Con estas actitudes
el animal seduce a la hembra:
los fines reproductivos.
Cruzadas, miramos
el fondo de estas piernas.
No quisimos escuchar más.
Cerramos la tapa dura
de un libro de fauna infinita-
mente vacía: las hojas del siglo pasado
nada escriben sobre nosotras
ni sobre nuestros rituales.
A medida que la ciencia cae
extinguimos ritos ajenos a dos
cuerpos que se extienden
con una historia fresca
e igualmente incierta.
Vulpes clamantis
Era un zorro tan triste
que se guardaba en su madriguera
con sus garras tapó la salida
manchó sus huellas de raza
con marcas de mugre animal
como si fuera pobre
como si fuera oscuro
y sus ojos no iluminaran siquiera
la idiota y falsa profundidad
de cualquier hogar bajo la tierra.
Era un zorro tan triste
que cuando no podía dormir
aprendió a escribir, así
lo descubrí en mi jardín
de noche, cazando poemas
revolcándose sobre mis flores
escupiendo los pétalos de amor
que alguna vez había yo plantado
y costó tanto sembrar de nuevo
aquellas rosas blancas coloradas
que hubiera preferido cortarle el rabo
para tapar con ella su hoyo
y dejarlo morir ahogado y solo
en su silencio rojo ensordecedor.
Era un zorro tan solo
que de nadie podría acordarse
no se lo permite la supervivencia
aunque estirara su cola en mis manos
aunque volcara su cráneo en mis besos
aunque arrojara versos para sus cicatrices
y en verdad no me los dedicara, mentir
bajo esta luz de luna, solamente puede darte
un jardín desordenado.
En aquel entonces yo era ingenua
y no sabía que podían compartirse
la soledad
o la tristeza
quizá encontrarme con un zorro
fue el efecto de no tener manada
presa perfecta para cualquier adicto
a los agujeros del corazón.
Pero era un zorro tan humano
que eventualmente salió del hoyo
dejándolo vacío sobre el mío
aquel que hoy llamo mi jardín
donde planté colas de zorro
en lugar de románticas rosas
porque nos distingue la memoria
pero no es a él a quien recuerdo
sino el haber sembrado capacidad
de compartir dolor mamífero
de observar la luz de luna, perder
el miedo a lo oscuro, saber
que una caricia también
puede terminar en poema.