Los niños que nacimos en el bando vencido
del lado vencido del mundo
necesitamos una tía María Rosa
que se tome muy en serio la alegría
porque los padres del bando vencido
están ocupados con la tristeza
porque la tristeza de este bando
siempre tiene razón.
Pero los niños del lado vencido del mundo
también queremos armar trincheras
aunque nunca podamos repetir esa palabra
ni en el colegio ni en la plaza ni con los vecinos
y saber dónde queda ese lugar “exilio”,
o qué magia hizo desaparecer al tío, desaparecido,
aunque nunca nunca podamos repetir esas palabras
ni en el colegio ni en la plaza ni con los vecinos.
Cuando los niños del bando vencido
crecemos con estos adultos tristes del bando triste
del lado triste del mundo,
requetenecesitamos una tía María Rosa
que nos enseñe a guardar esas palabras tristes
que no hay que repetir nunca nunca re mil nunca
en el fondo triste del lado triste del canasto de los juguetes
y nos lleve en los días soleados
a chupar cañas de azúcar y a comer uvas de la parra
aunque comer frutas sin lavar esté prohibido
y en los días lluviosos
a escondernos en trincheras de almohadas
y cantar palabras contentas de María Elena
aunque también estén prohibidas.
Todos los niños que nacimos en el bando vencido
del lado vencido del mundo
requetemilnecesitamos una tía María Rosa
para nunca nunca tener miedo
a la oscuridad
ni a las palabras
ni en el colegio ni en la plaza ni con los vecinos
para ser por un rato niños del bando feliz
del lado feliz de la tristeza del mundo.
La Randa es un tejido artesanal de punto que se realiza en Monteros, Tucumán.
Su enseñanza se trasmite de generación en generación.
Manos de abuela
enseñan, enlazan
hilos en la barra.
Paciencia, la malla
la abuela explica
será una flor
hilo a hilo
en el bastidor, extendida
como rosa de los vientos.
Esta hebra por arriba.
Hija de hija
se hace nudo
y la abuela desanuda.
Esta hebra por debajo
porque si,
porque desde siempre se hizo así.
Abuela, patrona
del bastidor
sumisa
de su hombre
padre de padre
nieto de nieto
sometedor de hembras y Diaguitas
interrumpe
y ella, mujer, acude
la nieta, hilo pendiente,
nudo ansioso.
Paciencia, la trama
la abuela explica
ella también es nieta de nietas
tejedoras del primer Tucumán
obligadas colonas de estos valles
porque siempre, así
se formaron las flores.
Este hilo por debajo.
Bajo el mismo algarrobal
mansas confidencias
que el río Tejar se lleva.
Este hilo arriba.
Pétalo a pétalo
abuela y nieta
entretejidas.
Capacocha era una ceremonia incaica de tributo al dios Viracocha.
En ella se ofrendaban las vidas de los mejores niños.
Como en el Llullaillaco,
El Niño,
el mejor niño, tributo del Inca
mientras subía
nieves arriba, hielo arriba
mejor cuidado, mejor vestido
o gritar
encontrar a sus padres en el cortejo
y ver en sus ojos un brillo de lágrimas
y rogar
que lo cargaran en la espalda
como cuando guagua
y escapar
hielo abajo, frío abajo
pero obediente…
Aquí,
mi hijo,
mi niño,
mientras habla
y juega como un nene
y se viste con colores de nene
tal vez quiere jugar
a las muñecas con sus primas
y usar, otra vez,
mis collares a escondidas
pero obediente,
es ofrendado.
Ya supe que mi bisabuela Rivella vino de Italia pero
yo ando buscando mi nombre Diaguita-Calchaquí
y no hallo embajada donde acudir.
Sé que ahí están, esos genes, cada vez
que suena el viento como siku entre las cañas
y en la piel trigueña de mi padre Salazar
o en la nariz de mi abuelo González y en esa
sabiduría de yuyos de mi bisabuela Sánchez Paz
¿Quién habrá sido mi tataratatarabuela y la abuela de su abuela?
Acaso una niña allá en Ibatín, sometida
por los changos de Diego de Villarröel
o la habrá matado el paludismo o el hambre o
la zafra bajo el sol.
Tal vez fue una alfarera o tejedora o estuvo
en los cerros resistiendo, montonera
y allá en los valles o en el monte parió a una guagüita mestiza
y le cantó, bajo la luna, la canción de sus ancestros,
nombrándola al oído: Killawarmi o Intihuasi,
hasta que algún criollo la anotó: María o Josefa o Silvia.
Ando buscando mi nombre Diaguita-Calchaquí y por ahora
para no engañar tanto a mi sangre, me bautizo
con un nombre que recuerdo susurrado a mi oído: Ohuanta,
el hogar de mis abuelos, al pie de los cerros verdeazules,
tierra adentro.
La Aloja es una bebida dulce y fresca hecha con las vainas de algarrobo
Bebíamos la versión sin alcohol cuando éramos chicos.
En ese algarrobo sabía haber un pajarito
dele cantar y cantar, decía abuela.
Las vainas en el agua y ella
revolvía contándole cosas
que no escuchaban el abuelo ni la suegra
después endulzaba y así alojaba,
su aloja riquísima,
frescura en las siestas.
La mejor ¿qué nó? preguntaba,
es la música de las semillas,
aloja cantada, decía.
Ahora abuela en cama, olvida
los días, los nombres
pero recuerda hacer su alhoja.
Los hijos le traen vainas y abuela
ojitos nublados mira sin ver,
las acerca y escucha,
estas semillas no están entonadas, se enoja
y grita palabras que nunca dijo antes.
Nadie le avisa, de la pacha vendida
ni del cerco ni del dueño del algarrobo.
Los nietos, ladrones en la siesta
le traemos las semillas.
Abuela las escucha y sonríe.
Entonces mueve los brazos, imagina
y revuelve una olla invisible
le canta, le cuenta en voz baja y endulza
su alojita cantada.
Ohuanta Salazar nació en San Miguel de Tucumán en 1975. Pasó su adolescencia en San Salvador de Jujuy luego cursó sus estudios de Bioingeniería en Entre Ríos, actualmente reside en Pilar (Bs. As). Publicó su primer libro PATIOS DE OBANTA (relatos) en 2017, participó de la antologías Homenaje a Nicanor Parra (2018); Bardos y desbodes II (poemas, 2019); Autores Locales de Pilar (2019).