Del libro Como los unicornios (Inédito).
Peces
Asciende en la oscuridad.
Es tan blanco que da miedo saber
que habita adentro nuestro,
entre el humo y la música.
Un desierto,
estéril y hermoso.
Una playa vacía.
Entonces,
nadamos hasta la piedra gigante,
que veíamos desde la orilla.
Te dejé que descansaras en mí,
que me estiraba como una medusa.
Entre tus manos algo se movía,
pude ver los peces ciegos
que nadan adentro tuyo.
Peces de ojos oscuros,
que de noche se activan,
dejan de esconderse.
Más abajo había una oscuridad
tan grande
que dolía ver.
Volvimos,
asfixiados por nosotros mismos.
Ansiosos de luz y calma.
No dijimos más nada
y dejamos que la arena nos tapara
hasta desaparecer.
Tres Haikus
Louis Armstrong pisó la luna.
A través del televisor,
parece un playmovil
caminando por un tazón de yogurt con cereales.
Louis Armstrong
recoge piedras lunares,
mientras yo
junto las pelusas de mis gatos.
Con las pelusas,
rearmo sus siluetas,
mientras espero
que vuelvan de la noche.
La soledad de los gigantes
Los más lindo de la vuelta
es el sol,
pegando en mi cara
entre Patria y Malvinas.
Por la ventanilla del colectivo
veo aparecer las vías del tren.
Antes, el cartel que dice
“no juzgues al libro por su tapa y al club por su hinchada”,
la foto de Ulises Bueno abriendo su pecho a la ciudad
y todas las ofertas de la verdulería que me estoy perdiendo.
Avanzo en mi cápsula.
Las ramas se abren.
Aparece él,
bien cordobés,
brillante e intenso.
Cierro los ojos y me entrego
a la música de mis auriculares.
Los pibes y las pibas en las vías,
corriendo,
jugando a la pelota,
sentados.
Dejo escapar el pensamiento
de comprar los trenes viejos,
carcomidos,
con propagandas de los 90.
¿Comprarlos?
Si se ven tan hermosos ahí,
Solos,
entre los yuyales,
con el cielo azul de fondo.
Invitación
Tres niñas pasan.
Una tiene en su pelo una cinta blanca
otra, una corona de flores.
Van en bicicleta
y hablan entre ellas.
Me siento,
como en un clip de Grimes.
Mareada.
Me rodean, giran, se ríen.
Quizás,
me están invitando a algo
que no termino de comprender,
pero estoy dispuesta.
Las miro fijo,
esperando alguna señal.
El ruido de las motos tapa sus voces
y sólo se escucha un murmullo,
como apoyar la cabeza
en el pico
de una botella vacía.
Tres niñas se alejan.
Son casi las 7
y el sol cae en la avenida muerta del pueblo.
Las sobras de la noche
El sonido de la ducha a la madrugada,
y tu lado de la cama, tibio.
Con los ojos,
como los de un gatito recién nacido,
veo cómo elegís una remera.
Tu postura es otra,
tus movimientos preparativos.
Hoy jugás.
La vida transcurre,
mientras caigo en la cuenta,
de que hoy toca recalentar,
las sobras de la noche anterior.
Escucho el sonido de la llave en la reja
y tus pisadas crujientes.
Te cuento,
que hoy llegué tarde al trabajo
porque en esas vías,
que pienso que están muertas,
pasó un tren.
Me contás,
que vos corrés porque tenés que correr,
que andás en bici, porque de alguna manera tenés que llegar al trabajo
y yo te voy a decir,
que leo porque los libros son mi trabajo.
Los dos somos esclavos de lo que nos gusta.
Me pedís que vayamos afuera,
los hielos de la copa que tenés en tu mano,
suenan.
Me siento en la escalera
y vos me abrís las piernas para besarme.
Tu sal en mi boca,
tus ojos brillantes y cansados,
tu cuerpo tenso todavía.
Te huelo y no te digo que me gusta
tu olor a animal salvaje.
Nos entregamos a la espera,
de que la lejanía de todo
y ese trago de vino,
traigan el sueño.