Selección de Lo que tengo de pan (MHD Ediciones, 2022)
Bocado de sol
De la nada
el sol
cae limpio,
les pone apodos
a las cosas encubiertas.
Se hace poesía.
Ritma y regula
sus rayos de verso
en cada plato.
Me fascina.
Me alimenta.
Cuánto me dejará
después de este milagro.
La roja tila de lo que tiembla
Mi siesta se desviste
con las flores de hibisco
que he dejado secar
en un frasco.
Con gotitas de té,
escribiré de púrpura
los días y las horas
que me faltan
para llegar al trazo
que olvidaste
en el aire.
Y me encontraré,
a sorbos,
en tu taza,
antes de que te diluyas
como en un sueño.
Agotaré la siesta
y la tierra conocida
con el agua mansa,
la página abierta,
el bordado
de pájaros incansables,
mi té rojo
con tréboles blancos.
Y en el margen
de la hoja,
el lenguaje de las hebras,
las manos de la tarde,
la vereda de un sol
desarropado.
Te ofrezco
el hilván de luz
y el té de la palabra.
Lisos,
impalpables,
anaranjados.
Por el sol que corre,
por mi roja hondura
y tu aire verde,
no haré morir el día
antes de las cuatro.
Versos de mesa
Soy un retazo apenas.
Una cocina a leña todavía.
Mi mesa es una taza
con agüita que corre.
De sal, de café, de rosa,
de sésamo, de estrellas.
Busco el pulso de la tierra,
la oquedad de las palabras,
la poesía entre frascos de vidrio.
Mi historia es brindar.
Mi prisa es sentir.
Bombona
Caen las yemas del cerezo
y entre mis manos, aparecen
los besos de la lluvia,
las cascarillas de miel,
mil sueños por deshacer
y el rincón de este día que pasa.
Guiso de lana
Hay un mundo
que nunca termina
de gotear,
que silba en la olla,
que se tiñe de pimiento,
que arropa
el fuego con el caldo,
la carne con la carne,
la sal con el hueso,
y que pide, en voz baja,
agüita para espumar
el guiso.
Se mueven los brazos
y revuelven
vaya uno a saber
qué verduras,
qué aroma
a lenteja caliente,
a uno porque el otro,
a pancita fría.
Al fondo de toda charla
alrededor de la mesa,
cuando se mueven
los brazos,
hay ojos que cantan
para no extrañar.
Fogón de lentejas.
¿Cucharón con guiso?
Agüita de lana en el plato.
Nueva receta
Nunca cerraré mis manos;
no me detendré en el medio,
ni me quedaré en la orilla.
No aventaré a pura palabra
ni daré mi frase por terminada.
No callaré mi grito
ni mis temores,
ni mis titubeos.
Más bien
guisaré un espacio con mis dedos
en el que pueda ser liviana y feliz.
Dejaré la ventana entreabierta,
la humedad en el plato y en mis ojos,
el canturreo en las manos.
Seré menos frágil,
más austera.
Trocearé algo nuevo,
me diré de otra manera
y con la fuerza obstinada de la lluvia,
seguiré sirviendo.