Selección de Estadía en el polo norte (Alción Editora, 2019)
Son las cuatro de la tarde
ya es de noche
cierro la puerta por última vez:
el frío se instala a mi lado
junto al fuego.
Busco la ebullición perfecta
apilando leña por leña en el horno
el único calor de esta cabaña.
A lo lejos
un oso polar se baña en el agua
a temperaturas inauditas.
Su pelaje se lo permite
la naturaleza ha sido buena con él
y el decisivo color negro
de esa laguna
donde juega
no le sugiere una profundidad terrible
sino pureza.
A esta hora comienzan a unirse
los primeros restos de nieve en la cima:
comienza el espectáculo.
Bolas enormes de nieve
se deslizan hacia abajo
con la fiereza de un coloso
resbalando en un tobogán.
Por la ventana miro
todo eso que cae
con furia
por haber llegado demasiado alto.
La mañana del oso polar
mi perro siberiano
aprendió una lección:
no es el animal más grande
no es el animal más feroz
no es el animal más hermoso
La mañana del oso polar
mi perro siberiano
y yo
aprendimos una lección.
En una gran bolsa roja
traje las cosas
que iba a extrañar.
Hoy saqué de ella
la última hoja de otoño
que traje
a este invierno sin tregua.
Con esta última hoja
esparzo el color ocre
en la nieve
luego el viento
se la llevó
en busca
de una gran unidad.
Mejor así.
Vine en busca de silencio
y me la paso escribiendo estas cosas
que se leen en voz alta.
Cuando hablo
mi perro siberiano me mira extrañado.
-¿Ves? No soy mudo
le dije
y me reí.
Esta noche
preparo la cena para dos
y ese número
dos
se derrite en mi lengua.
Preparo dos platos
y los enfrento
como si esta casa
pudiera albergar una conversación.
Mi perro siberiano no es tonto
y sabe
lo que estoy haciendo.
En el cielo veo
una estrella fugaz como un tajo
cortar la noche:
¿podrían dos
estrellas fugaces
hacer lo mismo?
1
Mi abuela me mira y me dice qué calor Timoteo qué calor. Yo la miro, con calor, sin mucho para decir. Sigo leyendo en la reposera, no muy concentrado.
Se me ocurrió algo. Le digo a mi abuela agarrá la reposera y cerrá los ojos haceme caso agarrá la reposera y cerrá los ojos.
Ella camina descalza por el césped y atraviesa las pocas baldosas que se calientan al sol como iguanas. Llega a la reposera, la levanta del piso despacio, la pliega casi paralela a la tierra y la apoya debajo del árbol.
Cerrá los ojos abuela cerrá los ojos le digo. Preparo el regador y lo apoyo a sus espaldas. Abro la canilla y el agua empieza a dibujarse y desdibujarse en el aire como un estampida de pulpos y mi abuela me dice qué frescor divino Timo qué frescor hermoso.
Yo la miro, la miro un rato. Podría quedarme toda la tarde viendo a mi abuela divirtiéndose con el agua. Las plantas se van a poner celosas Timoteo, me dice, mirá como me riega el aparato este, soy un jazmín.
Podría quedarme toda la tarde viendo a mi abuela haciendo este espectáculo mientras el regador hace su generoso trabajo. Pero no: llevo mi reposera al lado de la suya, le doy la espalda al regador y cierro los ojos.