Qué elegancia la de Gainza. “Una vida crítica”, de María Gainza (Buenos Aires, Capital Intelectual, 2022).

Por Juan Manuel Perec

Hace unas semanas hallamos en una mesa de café de Belgrano una idea: que Una vida crítica, continuación de ideas diversas sobre arte contemporáneo de María Gainza, actualización y reedición de Textos Elegidos (2011) debería llamarse *Una vía crítica* porque plantea un procedimiento consistente y continuo de observación del mundo plástico. Yo, por mi parte, hallé que cuánto daño le hizo el método Forn a la escritura del ensayo!

Gainza es una ensayista intrigante, eso ya lo sabemos. Lo más intrigante son los fantasmas que agita dentro de su escritura en donde siempre hace demostraciones de elegancia al momento de apurar las encomiendas: de la Aizenberg decide no hablar ni en su reseña, a Kosice le tira tierra por llano (aunque separa la joven obra de la del artista nonagenario), prefiere reseñar el documental de Loof antes que su obra, decide detenerse en los buques holandeses en la Antigua Grecia, en el Nautilus antes que en Jacoby, de Berni se resigna a glosar curadores. Con ellos: cumple. Pero ante Avello, Ferrari, Peralta y Maresca escribe una memoria coral impresionante. Tiene matices, María Gainza, cuando se acerca a una obra, a un artista o a un cuerpo visual. Sin embargo, cuando no tiene con qué agarrarse para producir el milagro de la escritura opta por exhibir su batería de citas y las pone en movimiento con su inteligencia inquieta. Y uno piensa ¿Es Gainza esta que leo o es Virginia Woolf?

Pero de todos los acercamientos y alejamientos en su obra ensayística es con la fotografía en dónde está su sublime objeto de escritura y de deseo: ahí permanecen detallados con lucidez Goldenstein, di Mario, da Rin y Kuropatwa.

Al final del libro hay algo impresionante. La pura demostración del artefacto narrativo de la ensayista y escritora. Algo que en la edición pasada no está y que podemos celebrar en esta reedición. Casi como si Gainza dijera “ojo, todo lo que les dije era mentira”. Y el libro parece, como a la Stanislaw Lem, una serie de reseñas apócrifas de obras inexistentes ¿Existe entonces todo lo anterior? 

Imaginemos esto: frente al Malba hacen una cinchada en donde tiran de un lado de la soga artistas, galeristas, curadores, cinéfilos, críticos académicos, y del otro solamente María Gainza. Sería muy interesante. Más que nada porque en todas las ocasiones ella mira desde afuera, como diciendo, a la Peralta Ramos 

“toda mi vida me la pasé bajando del palco mientras todo el mundo quiere subir.”

O puede ser que, salvo en ella, toda la escritura de artista, que perdió su brillo, su lejanía azul,  se pierde  en una capa de polvo gris que representa la pobreza de la experiencia en la vida contemporánea.