Cuando se nos moría un chico en el barrio
por alguna de las tantas pestes
hambre
plomo en agua o plomo en la espalda
nos turnábamos para lanzar
sus zapatillas a los cableados que
venían de no sé dónde
y transmitían no sé qué.
Recogerlas era todo un ritual
pasábamos por su casa y la madre nos las daba en una caja
con los largos cordones desatados,
sospechábamos que las habían limpiado antes
quizás por primera vez,
y uno a uno lo intentábamos
hasta que el alma y la sonrisa del Pela, del Chueco o del Enano
se agarraban de ese horizonte negro
y ahí quedaban
flotando.
La noche anterior a irme del barrio
conté quince lunas blancas pendiendo del cielo
y me juré que donde fuera que me alcanzara la muerte
mi madre o mi hermana
debían repatriar mis zapatillas:
nunca me gustaron las constelaciones impares.
Dicen que a mi generación nunca antes
la había tocado de cerca el miedo,
aunque vuelan la Embajada y la AMIA
la convertibilidad escupe corralitos
la devaluación, las corridas en Avenida de Mayo
faltan treinta y nueve y saquean la navidad,
televisan la muerte en Puente Pueyrredón
arde mi inocencia en Cromañón
y fusilan pibes en las vías de Suárez
todas las otras formas del miedo
que nombran a mi generación.
Y hablo de defender la ternura
desalambrarla de intereses
hablo de la ternura de entrecasa
la del barrio, los amigos y la infancia
también la de los desconocidos
de los extraños de una vez, la multitud anónima y sensible
hablo de los hambreados que duermen de pie
de los que se desvisten, pero nunca se desnudan
hablo de los que lloran bajo la ducha y disimulan en silencio,
de la ternura como un derecho
uno que nos consienta cuando todos los demás callen.
Cuando falte la ternura
podrá haber orden
y hasta paz
incluso silencio
pero jamás compasión
porque la solidaridad es esa otra de forma de ternura
la que desanuda rencores de época
y cambia estadísticas por nombres
exilios por marchas
y finalmente
nos besa las heridas de la historia
para que ya no haya ellos, unos y otros
sino siempre nosotros.
El abuelo llegó de Corrientes por el cincuenta
aprendió el español como segunda lengua
de Chacarita se hizo para tener de qué hablar
los muchachos tardaban en aceptarlo
un paisano callado que no era peronista
pero el fútbol logró lo que no pudieron las palabras
y así se hizo querer en el barrio que era la fábrica.
Extrañaba a la abuela y pescar dorados
en el Paraná, no te olvides de dónde venís,
se sentaba en silletas y mateaba
sin azúcar, amargo como la vida, decía, se reía
entre dientes, no tanto. Tomá, cambiá la yerba,
él se quedaba en la silleta, ya no fumaba
y miraba la calle pasar, el pecho ancho y fuerte
la piel quemada por el aire de las calderas, todavía
le caía el pelo platinado debajo de la boina,
el tipo era dueño de sí mismo, tan digno
en esa silleta, escuchando a su funebrero
por la radio. Me hice de Chacarita por casualidad,
¿te conté? Me dijo que con la abuela fue lo mismo,
debe ser así con el amor, ¿sabés?
Dale, apurá el mate, nene, que ya empieza el segundo tiempo.
La primera marcha a la que fui
fue en el año nuevo de dos mil cinco,
Cromañón todavía respiraba humo
el cielo arrastraba cenizas
y cien mil desconocidos caminábamos codo a codo. Lloré,
mi amigo y yo, los dos lloramos
no sabíamos bien por qué
nunca antes nos había dolido la muerte de un otro,
tenían nuestra edad, nosotros o ellos, lo mismo era
otros nombres, la misma muerte.
Dicen que cuando se enteró el jefe de Gobierno
un asesor lo consoló
tenés suerte que muchos eran negritos del Conurbano,
mi amigo, mis vecinos, mi novia, yo, lo mismo daba,
todos negritos del Conurbano
de ésos que arrastran la medianoche
en zapatillas de lona blanca.
Meses después alguna forma de justicia lo hizo renunciar
fueron las marchas, un juicio, los medios
o las traiciones partidarias,
igual era demasiado tarde.
En el Conurbano decimos que vivir detrás de la Gral. Paz
es esperar colectivos en la madrugada porteña
ya cansados, puteando las distancias y al frío
llegar a casa horas después si no te dormiste
contra la ventanilla. Ese treinta de diciembre
cuántos colectivos volvieron
semivacíos
cuántas esquinas quedaron
desnudas
todavía me pregunto si alguien notó
que cientos de negritos
ya nunca más volvieron a cruzar
esa frontera de madrugada.
Emmanuel Lorenzo nació en el partido de Gral. San Martín, Buenos Aires, Argentina, el 17 de marzo de 1987. Es licenciado en Periodismo y posee una maestría en Cultura de Paz, Conflictos, Educación y Derechos Humanos.Es autor de los libros Pájaros detrás de las paredes (2014; narrativa; Imaginante), La felicidad de los témpanos (2018; poesía; Peces de Ciudad) y Todavía no es de noche en el paraíso (2020; poesía; Azimut España).En el pasado ha dirigido o colaborado en múltiples espacios de lectura, escritura y experimentación literaria, tanto en espacios del Gran Buenos Aires como de Capital Federal. Sus cuentos y poemas han sido recogidos por antologías de las editoriales CiLSaM, SADE, Dunken y Gog&Magog así como por revistas argentinas y extranjeras, como El Corán y el Termotanque, Chubasco en Primavera, Mito, Emma Gunst, Letralia, Kundra y Distopía.Desde 2017 es convocado por el Municipio de Gral. San Martín para oficiar como Jurado en certámenes distritales y provinciales. En 2018 y 2019 formó parte del Festival Internacional de Poesía Joven de Buenos Aires, de la Noche de la Poesía en la Ciudad y de la Feria Internacional del Libro. Fue seleccionado por la Bienal de Arte Joven en su 25 edición por el Ministerio de Cultura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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