De Después (Caleta Olivia, 2018)
como planta de olivo
la sangre italiana coagula
en el desconocimiento, el verse poco.
La otra está oxidada
la envidia los brillos las telas el local
de mi abuelo en el once
fundido por mi abuela para casar
en buena forma a mis tías.
Comer lo que no se tiene.
Del otro lado guardar acumular mezquinar
incluso el cariño.
La dureza de una madre a medias
una familia a medias y yo
qué.
No quería que los pájaros
revolotearan en círculo cerca mío.
Quería dejar
de escuchar ese ruido por todas partes
quería dejar
de escuchar a mi madre.
A veces entendía todo lo que pasaba
a veces no entendía nada.
Ahora vuelve
esa pesadilla recurrente:
el pasillo blanco, el ruido de las pulseras,
las enfermeras, la luz, el olor,
mi mamá que se la llevan.
Todavía tengo miedo
de que los pájaros bajen
y me ahuequen la cabeza.
Cuando ella gritaba de ese modo
yo cerraba los ojos
ponía la radio a todo volumen
y le hubiera cosido los labios
para que se callara.
A veces me aferraba a su vestido
hasta que como ventosa
me convertía en ese juguete que se pega,
resbala por los vidrios
y termina en el piso.
A veces fingía que dormía y por las noches
la espiaba en puntas de pie.
Los ojos abiertos
no le tenían miedo a la oscuridad
sino a algo más negro.
Ojalá estos recuerdos se reduzcan
a la filigrana de un camafeo
tan pequeño que apenas
entre en una caja.
El olor ácido de las minas de azufre,
un lago a cuatro mil metros de altura,
cien vacas pastando
al costado de la ruta.
Todavía admiro
cómo sucede una formación de lava,
me dan miedo las despedidas
y me parecen ásperas las sábanas
en los cuartos de los hostales.
Espero grandes acontecimientos.
Esto es real:
llueve adentro de la casa.
Las junturas mal selladas,
el agua que gotea del vidrio,
los trapos, los baldes, las palanganas,
baldear, un mínimo acto
para que desagüe.
Recién mudada
entre cajas a medio desembalar
pero no me quejo,
estoy en la edad en la que una
camina hacia sus mitos.
Espero una revelación
que venga del agua.
De Lógica de los accidentes (Vox, 2013)
Cuando la ausencia
se vuelve orgánica
me convierto en espora
si entro en contacto con algo vivo
cambio de estado:
reacciono químicamente.
No me sirve entender
no me sirve
la palabra consuelo
necesito creer en cosas menores.
Noventa y nueve más dos
es ciento uno, ¿no?
dije mirando por la ventanilla del auto
mientras contaba los carteles de la ruta
al volver de las vacaciones.
Tenía cuatro años y todavía
no sabía escribir mi nombre.
Siempre fui buena para los números,
podía resolver ecuaciones
con variables que ya estaban dadas.
Cuando en el colegio me dijeron
escribí tu primera historia
dije números, dame números.
Mi tía murió y murieron las navidades,
la cena en el patio,
la casa en Flores, algo de la familia.
Ante la primera pérdida
agarré una hoja
y empecé a escribir.
Si pudiera entender el orden
que lleva a los accidentes,
la pérdida de lo dado, la distribución
desigual de la angustia,
escribir una palabra como crave,
anhelar, ansiar, necesitar con urgencia,
pero no tiene traducción
no tiene lógica
sólo en el cuerpo.
Nurit Kasztelan (Buenos Aires, 1982). Publicó Movimientos Incorpóreos (Huesos de Jibia, 2007), Teoremas (la Propia Cartonera, Montevideo, 2010), Lógica de los accidentes (Vox, 2013, LIliputienses, España, 2014, 2015), O amor era um jogo instável (Nosotros, Brasil, 2018) y Después (Caleta Olivia, 2018, Liliputienses, España, 2019) y el libro de artista Soy lo que leo (Simetría Doméstica, 2019). Co-dirige la editorial Excursiones y tiene una librería atípica en su casa: Mi Casa (www.libreriamicasa.com.ar). Fue traducida al inglés (su libro Awaiting major events saldrá este año por Cardbourdhouse Press) y al portugués.