1
el año dos mil quince
empezó esta mañana gélida
con mi cabeza apoyada sobre tu hombro
en las barrancas de belleville
la luz solar derrite todo lo que nos rodea
derrite los toldos congelados de un café
y las manos de los ciudadanos parisinos
cuando hacen cola en la puerta del metro
hace un tiempo que estamos sentados
yo con mi cabeza sobre tu hombro
abriendo los ojos cada tanto
para ver pasar los gatos: pardo atigrado gris
caminan calle arriba
y se recuestan junto a nosotros
vos, con una mano alrededor de mi hombro
y la otra en mi pierna temblorosa
hacés un círculo con tus dedos
me pellizcás cuando me duermo
hoy es año nuevo
estoy en las barrancas de belleville
rodeado de animales maravillosos
y con mi cabeza en calma pienso
¿qué importa si hervimos
bajo este sol de invierno?
2
cuando levanto la cabeza
del libro que leo
la escena es otra
los cardenales se refugian entre los juncos
agitados por el viento fresco
la luz se retiró apenas un poco
hacia el umbral más allá de los árboles
ya nada es como era
y el poema sucede solo
repta quizás
desenvolviéndose sobre el cuaderno
no solo los cardenales con sus cabezas rojas
todas las aves buscan refugio
las calandrias
los horneros y hasta las palomitas torcazas
pero aquello que más me inquieta es el viento
que me traspasa y golpea mi rostro
ya nada es como era
levanto la cabeza del libro
y me pregunto
¿dónde se fueron todos?
¿por qué de pronto me dejaron aquí?
3
Luis Cernuda
¿qué importan a mi vida las playas del mundo?
es ésta solamente quien clava mi memoria,
porque en ella te vi cruzar, sombrío como una negra aurora
arrastrando las alas de tu belleza.
las gotas se deslizan perfectas por su espalda
hacen un movimiento arqueado
y caen hacia la playa ardiente. con sus manos
cava un huequito donde esconder su tesoro:
heladas cervezas como un bálsamo para aliviar el calor
primero se refrescó en el mar y ahora
de rodillas desplaza toda la arena del mediodía
como un engranaje preciso sus músculos se articulan
y él, divino carioca, continúa horadando la playa
para esconder su botín
oh atlas tropical
que sostiene sobre su espalda
el peso del sol
cuando dora los cuerpos
y a mis ojos turbados
que observan cada pliegue
y la base de la columna y las gotas
gloriosas gotas como una salpicadura que roza su piel
al mismo tiempo en que un soplido de aire
las ramifica, pequeñas gotas como cápsulas
de néctar ambarino, jugo salado restos de mar
descienden por su lomo de ébano
y brillan fulgurantes
cada una guarda para sí un oasis
resbalan por su espalda y circulan
desde sus hombros
hasta el mismísimo borde del traje de baño
donde se pierden
¡quién pudiera recorrer su camino azabache
y remojar los pies, los ojos tal vez la lengua
en ese manantial silvestre!
¡quién pudiera libar cada una de esas gotas de sal
unidas al sudor del trabajo!
terminada la labor, se sienta y destapa una birrita
mientras yo, espumante de placer
descanso mis ojos
sobre esas perlas acuosas que comienzan a esfumarse
bajo la luz del día que se demora.
4
me gusta hacer de cuenta
que mi campera es en verdad
una capa de marinero
me gusta mi bufanda
enrollada tres veces
alrededor de mi cuello
para frenar la dureza
de los vientos oceánicos
me gusta la idea de deslizarme
por la ciudad de ámsterdam
como un ofidio
desde el cuarto donde vivo
hasta la puerta de tu casa
giro hacia el este
y casi sin darme cuenta
subo al tranvía y dejo atrás
el palacete de la estación central
cuando al fin me detengo
la ciudad enseña temerosa
su último canal
un pasaje oculto que se abre
alejado de las luces rojas
donde no atracan los barcos
ni pasean los turistas
pero anidan en cambio
las aves mansas
la tarde termina sin reparos
al mismo tiempo en que
dichoso dejo caer
mi capa
mi bufanda prolongada
y sumerjo mi cuerpo
en el agua torrentosa
para nadar hacia tus brazos tersos
que bajo la luz de la noche
calman las olas que me golpean
y también las que me demoran.
5
cuando terminamos de coger
tomás mi mano
seguís cada una de las líneas
con tus yemas de madera áspera
el movimiento de las vetas
y el vaivén de ese recorrido
aceleran esta idea mía
de que es ahora
el momento de escapar
cuando termines será tarde
ahora tus dedos revelan surcos
como si dragaran una ruta acuática
filtrándose sobre mis palmas lisas
tensás esos hilos como sogas inmensas
y en inglés decís
que mi línea de la vida es larga
pero no la del amor
que tiene nudos, torceduras
y no sé bien qué más
porque sé que no es fácil
que a veces no funciona
y aún así, sospecho
que si te beso las manos una vez más
si te beso los hombros
cuando me das la espalda
puedo enderezar
la dirección de estas líneas
y convertirlas en dos vías paralelas
de hierro fuerte o
de acero inolvidable
dos vías con la forma de un camino
que nos lleve a un lugar seguro
lejos del tiempo.
6
el viento sopla y me detengo
sobre un banco en la via del corso
preciso frotar mis manos
entumecidas por el frío
unos metros a la izquierda
los romanos se agolpan en una cantina
mientras yo hurgo para encontrar
mis guantes en la mochila
recuerdo la noche en que me los regalaste
hace un año en parís
el mismo frío azotaba mis raídos guantes
cuando los sacaste de mis manos
y los reemplazaste por los tuyos
dos magníficos ejemplares grises
con un bordado celeste
como estrellas de hielo
esos pequeños mantos conservan
hasta hoy
las ascuas de tus dedos
cada vez que mis manos
penetran en la oscuridad de la tela
es tu calor el que me recibe como esa noche
junto a la puerta de mi departamento
cuando dijiste siamo arrivati manuele
es tu calor el que arde
en el interior de estos guantes amados
sobre todo ahora que los encuentro
sentado en este banco de la via del corso
cuando enciendo un cigarrillo y te veo llegar.
7
Diana Bellessi
las pavitas caminan
sobre el pasto y picotean
a dos como si acaso
fueran pasos de baile.
dos torcacitas aterrizan
bajo la palmera
que se alza junto a mi banco
sin rumbo se pasean
en zigzag
y vuelven también sobre sus pasos
buscan comida por turnos
una hunde la cabeza para hurgar
debajo de las ramas caídas
la otra centinela espera y observa
nunca se apartan una de la otra
y tampoco se alejan de mí
todas las aves vienen a la plaza de olivos
las veo desde este banco
donde leo a pasolini
cuando las torcacitas se mueven
sus sombras se entrelazan
y les pisan los talones
y a veces pareciera que tienen
la misma sombra
o el mismo cuerpo, no sé
es todo un efecto de la luz
nunca se apartan una de la otra
y tampoco se alejan de mí
¿qué es lo que las une?
¿de qué materia es esa fibra
que ellas desconocen?
¿sabrá una vivir sin la otra?
cuando las llamo
levantan la cabeza
revolotean hasta este banco
donde los tres descansamos
bajo el sol del invierno
ellas se acomodan
arrullan complacidas
y yo les leo otro poema.
Manuel Sánchez Ruiz nació en Buenos Aires en diciembre de 1989, y actualmente vive en Olivos. Es Licenciado en psicología y se dedica al psicoanálisis. Participó de la antología El Rayo Verde 2015, edición virtual, y de la plaquette El poema que fue jueves, El Rayo Verde, 2016.