por Juan Perec
nadie puede abrir semillas
en el corazón del sueño
ayer y mañana comen
oscuras flores de duelo
García Lorca
Ah, mis amigos, que habláis de rimas, una vez les hablé de poetas que entran en trance al momento de la escritura y conectan con una dimensión de la experiencia del mundo donde las cosas suceden de manera sagrada, permanente y fugaz, oscura e iluminada. Hablamos esa vez de poetas que se convierten en médiums de un plano Otro, evanescente, superpuesto de voces, en permanente rotación de imágenes e ideas sin tiempo. Esas eran historias de voces, de espectros, de fantasmas que, como lectores de poesía, creemos sin dudar. Y tal vez sea en lo único en que creamos.
Así también es como se presenta ante nosotrxs el narrador de Oscuras flores de duelo (Editorial Conejos, 2022), una nouvelle testimonial escrita en prosa poética de Patricio Foglia que hilvana las experiencias de un vidente especialista en realizar trabajos entre sueños proféticos, visiones esclarecedoras, tarot, velas con formas y otras macumbas desde su santería.
Un vecino dijo: Hoy, tener dinero en la mano es lo mismo que tirarlo por la ventana. Y yo pensé, eso es lo que tengo que hacer: tirarlo por la ventana como una ofrenda al cielo, para salir adelante. Mamá estuvo de acuerdo. De alguna forma, fue ella la que me impulsó en esta pasión, este mundo increíble, el del espíritu.
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Al principio fue difícil. Pero la gente nos necesitaba. La gente siempre necesita algún tipo de asistencia: algo en lo que creer: no lo digo como comerciante, lo digo como mediador.
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Se puso de moda San La Muerte. Lo piden siempre…
Lenta, pero irrevocablemente, como en una tirada de tarot, como en Cartomancia de la Orozco, el índice del libro se organiza y se divide en lo que la baraja señala mientras se lo va leyendo: primero El Loco, como punto de partida en la santería “Ángel de la guarda”, y luego, con El Mago, comienza la narración de la historia. La Sacerdotisa decidirá al narrador sobre los dones de su identidad, La Emperatriz aquella que lo conecte con visiones de futuro y le enseñe a develarlas como un discípulo de la sombra.
La mancha transmite su mensaje y yo observo. La cara de Ezequiel es fija pero también se ven otras cosas, que alternan. Una vez aparece un samoyedo, otra vez una bolsa verde con hojas de coca, otra la cara de un mulato de la época de la colonia y así.
Es un momento de intensidad; como un niño en el campo, me tiro en el pasto, miro la textura de las nubes, busco en sus formas respuestas.
El Emperador iniciará la otra trama del relato sobre el tema gitano.
Ella tiene chispa, duende, me dice. Escucho sin terminar de entender: si ella es hermosa y él también, me cuesta creer que algo puede salir mal.
El Papa instala una visión clara del presente y del futuro, y deja claro que “no es algo placentero, es necesario” ser ese médium cargado de verdad como un puente entre el doloroso presente y el doloroso futuro. Luego la trama se acelera: Los Enamorados. El Carro, como la hora de la partida “Decido aprovechar la luna nueva en Piscis. Escribo la palabra Viaje en un papel y lo enciendo. Ningún otro deseo, salvo la distancia”. Al final: La Justicia, el equilibrio del final, “cortar el problema de raíz”. ¿A dónde se refugia quien no se ciñe por muros?
En todo ese tránsito el narrador va comprendiendo que el don de la visión no es positivo y que exige una entrega a cambio: entonces aparecen dolor, sufrimiento, ansiedad:
Me preguntan si estoy bien, si me pasa algo. A mi no me pasa nada, es algo que pasa pero no en mí sino a través mío; siempre es así, yo soy una roca pulida por el río y el río a veces es manso pero otras no y trae su agua negra. Borrasca densa bajando de la cumbre.
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Escucho al caballo detenerse y en la puerta un jinete sin voz, sin palabras baja a tierra y emite un chillido, un sonido agudo parecido al del carbón cuando se quiebra, ya vuelto brasas. Abro los ojos enormes. En la mesa, una vela había prendido fuego una servilleta de papel. Lo apagan, se ríen.
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Encendemos la tele. Un titular ocupa todos los canales: Incendio en boliche, cientos de muertos. No puedo contenerme y me largo a llorar. Ella me abraza, pensando tal vez que estoy conmovido pero lo cierto es que estoy cansado, harto de ser tránsito de tanta energía fulgurante.
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El sótano es un cofre y un cajón; un caballo, un jinete, y su sombra; un carbón hecho brasas y mi corazón, una capilla ardiente que dice
Por Favor, basta.
Estamos llenos de fantasmagorías, espectros, voces que a veces traen mensajes de otros lugares aunque muchas veces, como dice Foglia: pero el fantasma es / en sí mismo su propio mensaje.
La historia de la santería “Angel de la guarda” es una historia de voces, de señales, de espectros y visiones, es decir, de archivo, y me acerca en mi cabeza a la historia de Marcel, de En busca del tiempo perdido, otro narrador melancólico que se interna en un símbolo cotidiano y encuentra una revelación del pasado espectral. Marcel también experimenta un íntimo espanto en su primer contacto con la tecnología del teléfono. Allí percibe la voz in absentia de su abuela, que hasta entonces había sabido envolverse, disfrazarse, fundirse en su acto de presencia corporal: ella, su cuerpo, su rostro, su voz. Ahora Marcel escucha su voz despojada, “frágil a fuerza de delicadeza, a punto de quebrarse en todo momento. Un espectro”.
Como Marcel, como el narrador de Oscuras flores de duelo, como Hamlet, revisemos, miremos nuestros espejos, levantemos la mirada hacia nuestras bibliotecas, todos hemos oído alguna vez la voz de un muerto ¿qué es si no la poesía?