Rinocerontes. Por Andrés Pedro Alvarado

Ayer vi una escuadra de tractores, grúas, palas y aplanadoras mecánicas. Era de noche y
comenzaban su faena sobre una calle desolada. De pronto pensé que iba a ver rayos y
que aparecería frente a mí un hombre del futuro, como en Terminator.
Pero apareció mi padre, muerto entre los vivos.
Tenía el torso desnudo y una damajuana de vino.
Miraba lo incierto, el presente, con ojos que rasgaban el futuro.

TELAS, por Graciela Batticuore

Se las regalaba un amigo del padre que trabajaba en la fábrica textil de la vuelta de la casa, justo doblando la esquina. Pascual, se llamaba, y una vez al año las llenaba de retazos de sedas que le habían dado a él, también de regalo, en cantidades, por ser un buen obrero decía su mamá. Antes de Navidad solían ir a saludarlo a la casa, que estaba en San Martín, pasaban juntos un buen rato, en familia. Acostumbraban llevarle otro obsequio típico: una bebida, un pan dulce, algunas frutas secas. Después del café y de la charla compartida, Franca las llevaba a su mamá y a ella al cuartito del fondo donde guardaba las telas. Abría las puertas de un viejo ropero colmado de géneros, los esparcía sobre la mesa y las invitaba a elegir: podían llevarse los retazos que quisieran, todos los que les gustaran, decía, era lo mismo dos, tres, seis o siete piezas de género. A la señora le daba igual porque tenía demasiadas pero para ellas era día de fiesta.